Domingo, 14 de Diciembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Jueves, 01 de Diciembre de 2022
ZAMORANA

Antiguos oficios y algún reconocimiento

[Img #72527]Había que ser entendido, según decían en mi pueblo, porque cualquiera no era capaz de tocar bien las campanas. Dos generaciones más atrás, el campanero era un hombre respetado, porque tenía bajo su responsabilidad informar a los vecinos según el repique de sus campanas: a difunto, fuego, tormenta, boda, maitines, vísperas, Ángelus…. y, por supuesto las “señales” o llamadas a misa, mediante tres toques para avisar antes del comienzo de la homilía. Esta costumbre rural, como tantas otras, se han ido perdiendo con el transcurso de los años y en la actualidad se escuchan, en contadas ocasiones, pero no tocadas por manos humanas, sino por medio de una grabación.

 

El repicar de las campanas era un signo de que el pueblo estaba vivo; un lenguaje que todos entendían y que les acompañaba en su vida diaria; hombres y mujeres se guiaban por su sonido para acabar la faena en el campo, para saber quién se casaba, nacía o moría en unas villas que ahora resultan tan alejadas de la modernidad, que parecieran no haber existido nunca.

 

Los pueblos en general que padecen el cáncer de la despoblación, y los de Zamora en particular, ofrecen un penoso espectáculo cuando se pasa por ellos; son villas fantasma, sin gente, sin niños correteando, con calles vacías y algún tiovivo en un parque infantil que resulta todavía más grotesco porque no hay pequeños que jueguen en ellos. El silencio es otro agravante, porque es un mutismo de cementerio, solo en ocasiones, el aire suena silbando entre las casas; apenas transitan coches ni tractores como antes; tan solo hay viviendas vacías o algunas que preservan la puerta principal con una cortinilla ¡tal vez por aparentar que alguien la habita!; nada se mueve, ni siquiera un perro o un gato que antes no faltaban en los pueblos.

 

Algo habrá que hacer antes de que los restos que aún perviven del escaso mundo rural se pierdan por completo. Hoy, por fortuna, el toque manual de campanas ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, lo que constituye un motivo de satisfacción y reconocimiento a los campaneros que fueron y a las Asociaciones que han luchado y siguen ahí para defender este oficio especial que un día era consustancial con la vida de muchos pueblos de España. Para ellos mi enhorabuena por haberlo conseguido.

 

A ver si seguimos en esa misma senda para reivindicar otros viejos oficios del mundo rural ya en desuso para que las nuevas generaciones los conozcan: el pregonero, el barbero, el afilador, el hojalatero, el esquilador o el herrero son, tan solo, una muestra de oficios que un día existieron y que formaron parte de un mundo precario donde nada se tiraba y todo tenía más de un uso, y estos profesionales obraron el milagro de contribuir a ello.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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