¡Sé libre, amor, sé agua!

Me siento tan libérrimo que me encantaría que me atases a la pata de la mesa de tu alma. Amo mi libertad, pero quiero más que tú vueles libre, que charles con las nubes cara a cara, que se sequen tus lágrimas, que no llores nunca frente al mar, que tu mayor pena sea una sonrisa de labios cerrados. ¡Qué sé yo lo que sería capaz de hacer conmigo para que me quisieras una miaja!

Seré lo que tú quieras: grumete de tu barco, sirviente en tu casa, pastor de tus ovejas, labrador de tus tierras. Estar cerca de ti, verte, escuchar tu voz, respirar tu perfume, oler el aroma de tu sexo me hace más libre. Me sentiré esclavo si desapareces de mi vida, si olvidas mi nombre, el color de mi sombra, el sabor de mis lágrimas, como repica la campanilla de mi boca, si tiras a la zahúrda de tus recuerdos las cartas, perfumadas con Loewe, que te escribí.

Eres agua; sí, agua que piensa, que ríe, que llora, que se evapora cuando sufre, que se transforma en nube cuando ama o que busca al Duero para hablar de Dios. Agua libre, que nunca retendría entre mis manos; que purificarías mi cuerpo para después irte de paseo por las tuberías de su alma. Solo intentaría beberte, a pequeños sorbos, para amarte dentro de mi cuerpo, para asirte entre mis células, para besarte con besos cortos, lamer con mi lengua de trigo tu sexo diseñado con dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Y nada más. Ahora, mujer, me estoy muriendo de sed. ¡Quiero beberte de un trago!

Eugenio-Jesús de Ávila