NOCTURNOS
Carne de Venus y cerebro de Atenea
Esa mujer, de cierta edad, que siempre parece haber cumplido menos años que los consta en su partida de nacimiento, zamorana, representa a la aristocracia de la belleza. Cuando mis ojos la vieron por primera vez me causó un placer estético que tan solo he conocido con tres damas de carne y hueso.
No meto en este juego de hermosuras a una actriz como Mónica Belluci. Pero ella, esa señorita, tampoco tendría mucho que envidiarle a la bellísima actriz de Bolonia. Esta fémina no es solo una fotografía: se mueve como deben trasladarse los ángeles, pero sin hacer uso de alas, solo de una inmensa clase, que ignoro si proviene de la genética o pertenece a una particular elección.
No anda, yo diría que levita, pues apenas sus zapatos acarician el suelo. Si luce vestido de vuelo y la brisa dulce del estío sopla, siento que porta una túnica del maestro ateniense Praxíteles. Si ciñe pantalón vaquero, se adivinan sus muslos perfectos, dos columnas copiadas del Partenón, templo de la diosa Atenea. Su cuerpo cumple con el canon heleno. Y si solo fuera estética, una mujer para admirar su arquitectura, formaría parte del olvido; pero, además, une a esa físico singular, querencia por el saber, por conocer, por muscular su alma, por fortalecer su intelecto.
¡Cómo no enamorarse por un ser humano tan completo! Envidio al hombre que ama, a los varones que humedecieron sus labios y que saciaron su sed en la ambrosía de su gineceo. Supe que un tipo como yo solo nació para agradecer su amistad, pero nunca para gozarla, para disfrutar del nirvana fundido en su carne de Venus y su cerebro de Atenea.
Eugenio-Jesús de Ávila
Esa mujer, de cierta edad, que siempre parece haber cumplido menos años que los consta en su partida de nacimiento, zamorana, representa a la aristocracia de la belleza. Cuando mis ojos la vieron por primera vez me causó un placer estético que tan solo he conocido con tres damas de carne y hueso.
No meto en este juego de hermosuras a una actriz como Mónica Belluci. Pero ella, esa señorita, tampoco tendría mucho que envidiarle a la bellísima actriz de Bolonia. Esta fémina no es solo una fotografía: se mueve como deben trasladarse los ángeles, pero sin hacer uso de alas, solo de una inmensa clase, que ignoro si proviene de la genética o pertenece a una particular elección.
No anda, yo diría que levita, pues apenas sus zapatos acarician el suelo. Si luce vestido de vuelo y la brisa dulce del estío sopla, siento que porta una túnica del maestro ateniense Praxíteles. Si ciñe pantalón vaquero, se adivinan sus muslos perfectos, dos columnas copiadas del Partenón, templo de la diosa Atenea. Su cuerpo cumple con el canon heleno. Y si solo fuera estética, una mujer para admirar su arquitectura, formaría parte del olvido; pero, además, une a esa físico singular, querencia por el saber, por conocer, por muscular su alma, por fortalecer su intelecto.
¡Cómo no enamorarse por un ser humano tan completo! Envidio al hombre que ama, a los varones que humedecieron sus labios y que saciaron su sed en la ambrosía de su gineceo. Supe que un tipo como yo solo nació para agradecer su amistad, pero nunca para gozarla, para disfrutar del nirvana fundido en su carne de Venus y su cerebro de Atenea.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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