Zamora es un arco iris

Sostengo que este otoño agonizante quiere proponerle a Dios, antes de ser engullido por el invierno,  que pinte el lienzo de Zamora. Le ha prestado el arco iris, una paleta con todos los colores para que el Sumo Hacedor mezcle y encuentre el tono adecuado de nuestra tierra. El sol es como un Zeus en forma de estrella, que, cuando se descuidan las nubes, las seduce para que el cielo eyacule colores, siete, para que nuestra tierra dibuje su pasado.

Zamora es roja, pero no comunista; roja como el zumo de las uvas de Toro, como el carmín que enfatiza los labios de una mujer, como un corazón que nunca ha amado.

Zamora es naranja, como las murallas y sillares de la Catedral cuando el sol del ocaso los besa con sus rayos enamorados.

Zamora es amarilla, como los cereales cuando reclaman su cosecha, como los canarios que clama libertad en las jaulas de la ciudad, como las hojas secas del otoño después de desangrarse de clorofila.

Zamora es verde, como las aguas del Duero en primavera, como los jardines del alma, como el can que nunca encontré y la mujer que jamás amé.

Zamora es añil un color libérrimo, que parece azul, pero nunca consintió que le confundiera; como el pigmento que tiñe los vestidos de las princesas y los cabellos de las poetisas.

Zamora es azul, pero no del PP, sino como el color del galán que seduce a una bella dama; como la tinta de la pluma con la que se escriben  las palabras en una carta de amor que nunca nadie leyó.

Zamora es violeta, como aquel verso de Góngora, “en las violetas fui herido”, como las flores que coloreaban los jardines de mi abuelo paterno, Manuel de Ávila.

Zamora es un arco iris de gente que calla, que lo aguanta todo, que no se rebela, que muestra su belleza a la vida, una hermosura que los zamoranos no valoramos, ni vemos, ni sentimos. Porque vivimos entre nubes que ocultan la luz del progreso y, de vez en cuando, el sol nos sonríe con un arco iris marchito.

Eugenio-Jesús de Ávila