ZAMORANA
Las heridas del alma
Mº Soledad Martín Turiño
En una ocasión, escuché a alguien: “las heridas del cuerpo bien se curan, las peores son las del alma”; debo decir que, por entonces, era yo una joven sin preocupaciones, que vivía la existencia plena y feliz de quien carece de responsabilidades, está cobijada por una familia y nada le falta.
Tuvo que transcurrir el tiempo, perder la inocencia, llegar el desamor, sentir la soledad y padecer dolorosas ausencias; en el trance de combatir con la vida que es, definitiva, eso que llaman “hacerse mayor”, para que reflexionara sobre aquella frase que nunca olvidé y recalara en mí como un pesado fardo del que aún no me he liberado. Ciertamente, prefiero las heridas del cuerpo, porque se soportan con calmantes hasta que se restañan y, una vez curadas, si acaso, queda una pequeña cicatriz que lucimos incluso con el orgullo de una batalla ganada que marcamos como las muescas en la culata de una pistola.
Sin embargo, cuando duele el alma, el corazón, o la mente… es más grave, las heridas no se ven, solo se padecen, muchas veces en un silencio atronador que no demanda ayuda o, en una soledad devastadora, que cercena algo por dentro con tal fuerza que parece destruir todo a su paso.
Crecemos a fuerza de superar barreras, de tropezar una y otra vez con las piedras del camino hasta conseguir eludirlas porque hemos adquirido la sabiduría necesaria para esquivarlas, aprendiendo de cada tropiezo; supongo que eso es lo que llaman experiencia; lo malo es que suele alcanzarse al final, cuando ya es demasiado tarde para cambiar los hechos.0.
En una ocasión, escuché a alguien: “las heridas del cuerpo bien se curan, las peores son las del alma”; debo decir que, por entonces, era yo una joven sin preocupaciones, que vivía la existencia plena y feliz de quien carece de responsabilidades, está cobijada por una familia y nada le falta.
Tuvo que transcurrir el tiempo, perder la inocencia, llegar el desamor, sentir la soledad y padecer dolorosas ausencias; en el trance de combatir con la vida que es, definitiva, eso que llaman “hacerse mayor”, para que reflexionara sobre aquella frase que nunca olvidé y recalara en mí como un pesado fardo del que aún no me he liberado. Ciertamente, prefiero las heridas del cuerpo, porque se soportan con calmantes hasta que se restañan y, una vez curadas, si acaso, queda una pequeña cicatriz que lucimos incluso con el orgullo de una batalla ganada que marcamos como las muescas en la culata de una pistola.
Sin embargo, cuando duele el alma, el corazón, o la mente… es más grave, las heridas no se ven, solo se padecen, muchas veces en un silencio atronador que no demanda ayuda o, en una soledad devastadora, que cercena algo por dentro con tal fuerza que parece destruir todo a su paso.
Crecemos a fuerza de superar barreras, de tropezar una y otra vez con las piedras del camino hasta conseguir eludirlas porque hemos adquirido la sabiduría necesaria para esquivarlas, aprendiendo de cada tropiezo; supongo que eso es lo que llaman experiencia; lo malo es que suele alcanzarse al final, cuando ya es demasiado tarde para cambiar los hechos.0.





















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