HABLEMOS
Quiebra de un régimen
Carlos Domínguez
No es cierto que a remolque de las mañas del sanchismo, gracias a los oficios de sus mandados mientras el timonel hace propaganda en Europa ausentándose del Parlamento, asistamos a la quiebra sorpresiva del régimen del 78. Lejos de lo ocasional, la grave crisis de nuestro sistema político se remonta al origen de la transición, como salida en falso, y es lo que fue más allá de un loable espíritu de concordia, al gran drama español del siglo XX, no otro que la Guerra civil por encima de regímenes y formas de Estado, incluidas República y Dictadura.
El llamado ya sin tapujos régimen del 78 nunca resolvió cuestiones decisivas, a causa de su fragilidad especialmente en lo que toca a la unidad nacional, minada por la estructura autonómica que consagra el Título VIII de la Constitución. Y es esa debilidad la que ha hecho factible un proyecto político a largo plazo, trazado por un PSOE calculador y extremadamente hábil, cuyo designio a partir del ochenta y dos, cuando toma conciencia de su inmenso poder en forma de ascendiente sobre la opinión pública, asimismo de los instrumentos para monopolizarlo en un nuevo contexto sociopolítico, no ha sido otro que utilizar los mecanismos del Estado con miras a ejecutar sus planes, en buena parte de aparato ligados a privilegios personales, pero en lo esencial orientados a un cambio de régimen y luego ya se vería. Ello no por auténtica convicción sino porque, debido a coincidencias torcidas y a una compleja situación internacional, tal cambio se adaptaba a las prácticas priístas de nuestra “socialdemocracia”, con su corrupto marchamo andaluz y mediterráneo.
El régimen del 78 quebró de modo efectivo cuando el PSOE felipista, moderado mientras conservó un poder prácticamente omnímodo desde la parálisis e inacción de la derecha (Fraga y Hernández Mancha con Suárez ejerciendo de palmero de la izquierda), comprobó que las urnas, una herramienta más, le negaban su incontestado dominio, decidiendo en ese momento apostar por la ruptura. No se han analizado las razones, estrategia y discurso en el paso (¿o decimos transición?) del felipismo al zapaterismo, el segundo camuflado bajo la pose bufonesca de su protagonista, cuya labor consistió en materializar el giro que, desde un infame discurso de investidura, auguraba con el aval de su partido la liquidación del andamiaje del setenta y ocho en paralelo a la obra de la transición.
El sanchismo, epítome del zapaterismo de la mano estridente y servil de su cortejo podemita, junto al nuevo Caudillo queriendo pasar a la historia (cosas veredes), no ha de ser tomado por accidente o anomalía, en relación a la trayectoria de un PSOE políticamente impecable. Sánchez y su programa son consecuencia de la lógica subyacente a la andadura del régimen, con su frágil modelo de democracia parlamentaria y monarquía constitucional. En lo anterior, sumado a la coincidencia con una situación propicia a las nuevas fórmulas burocráticas de socialismo y comunismo, es donde radica la amenaza, que lo es del PSOE en realidad, no ya al régimen actual sino a un genuino sistema de libertades. La derecha conservadora, por lo común instalada en el cómodo y rentable limbo de las instituciones, debería haber tomado nota hace años de la realidad a que se enfrenta, así como de lo mucho que se halla en juego, con independencia de la viabilidad de la España autonómica y, guste o no, muy probablemente de la monarquía constitucional.
No es cierto que a remolque de las mañas del sanchismo, gracias a los oficios de sus mandados mientras el timonel hace propaganda en Europa ausentándose del Parlamento, asistamos a la quiebra sorpresiva del régimen del 78. Lejos de lo ocasional, la grave crisis de nuestro sistema político se remonta al origen de la transición, como salida en falso, y es lo que fue más allá de un loable espíritu de concordia, al gran drama español del siglo XX, no otro que la Guerra civil por encima de regímenes y formas de Estado, incluidas República y Dictadura.
El llamado ya sin tapujos régimen del 78 nunca resolvió cuestiones decisivas, a causa de su fragilidad especialmente en lo que toca a la unidad nacional, minada por la estructura autonómica que consagra el Título VIII de la Constitución. Y es esa debilidad la que ha hecho factible un proyecto político a largo plazo, trazado por un PSOE calculador y extremadamente hábil, cuyo designio a partir del ochenta y dos, cuando toma conciencia de su inmenso poder en forma de ascendiente sobre la opinión pública, asimismo de los instrumentos para monopolizarlo en un nuevo contexto sociopolítico, no ha sido otro que utilizar los mecanismos del Estado con miras a ejecutar sus planes, en buena parte de aparato ligados a privilegios personales, pero en lo esencial orientados a un cambio de régimen y luego ya se vería. Ello no por auténtica convicción sino porque, debido a coincidencias torcidas y a una compleja situación internacional, tal cambio se adaptaba a las prácticas priístas de nuestra “socialdemocracia”, con su corrupto marchamo andaluz y mediterráneo.
El régimen del 78 quebró de modo efectivo cuando el PSOE felipista, moderado mientras conservó un poder prácticamente omnímodo desde la parálisis e inacción de la derecha (Fraga y Hernández Mancha con Suárez ejerciendo de palmero de la izquierda), comprobó que las urnas, una herramienta más, le negaban su incontestado dominio, decidiendo en ese momento apostar por la ruptura. No se han analizado las razones, estrategia y discurso en el paso (¿o decimos transición?) del felipismo al zapaterismo, el segundo camuflado bajo la pose bufonesca de su protagonista, cuya labor consistió en materializar el giro que, desde un infame discurso de investidura, auguraba con el aval de su partido la liquidación del andamiaje del setenta y ocho en paralelo a la obra de la transición.
El sanchismo, epítome del zapaterismo de la mano estridente y servil de su cortejo podemita, junto al nuevo Caudillo queriendo pasar a la historia (cosas veredes), no ha de ser tomado por accidente o anomalía, en relación a la trayectoria de un PSOE políticamente impecable. Sánchez y su programa son consecuencia de la lógica subyacente a la andadura del régimen, con su frágil modelo de democracia parlamentaria y monarquía constitucional. En lo anterior, sumado a la coincidencia con una situación propicia a las nuevas fórmulas burocráticas de socialismo y comunismo, es donde radica la amenaza, que lo es del PSOE en realidad, no ya al régimen actual sino a un genuino sistema de libertades. La derecha conservadora, por lo común instalada en el cómodo y rentable limbo de las instituciones, debería haber tomado nota hace años de la realidad a que se enfrenta, así como de lo mucho que se halla en juego, con independencia de la viabilidad de la España autonómica y, guste o no, muy probablemente de la monarquía constitucional.




















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