Amar a una mujer como si fuera filosofía

Hubo un tiempo en que me cansé de buscar a Dios y me dediqué a encontrar el amor, pero sin buscarlo, tanto que quise a señoras sin necesidad. Amé, de una forma extraña, porque consideré que era mi labor. Pasé de leer a Schopenhauer y “Los años salvajes de la Filosofía” a escribir con mis labios sobre la epidermis de una mujer, singular o prohibida. Para no dar celos a mis compañeras de pasiones y de placeres, les confesé que prefería leer sus cuerpos, acariciar sus mejillas, besar sus axilas, que enredarme con Nietzsche.

La filosofía te alborota el cerebro, te hace pensar, un verbo que si se conjuga bien siempre duele, como el amor. El amor a la sabiduría te convierte en extraño en un mundo de gente normal, que reflexiona sobre los temas cotidianos: comer, vestir, trabajar, divertirte… y poco más.

El amor, si es de verdad, te retira de pensar en temas importantes. Es como el arte, como escribir, como leer, pintar, esculpir, distracciones para dejar de pensar que tu vida es finita, que hoy amas y mañana ya no estás, que esta madrugada bebiste del cuerpo de tu amante y, a la postura del sol, ya no habrá luz alguna en tu existencia.

Para comprenderme, para entenderme, para criticarme hay que saber que me he pasado la vida pensando y, cuando me afligía, amando. Y he amado el amor y pensado en cómo hacer de una mujer una obra de filosofía: belleza y sabiduría, hedonismo y talento.

Eugenio-Jesús de Ávila