NOCTURNOS
2023: un año para conocerla, mimarla y amarla
La conocí cuando era universitaria. Me la solía encontrar por Zamora, en la calle, en cafeterías o en algún pub. Me deslumbró su belleza. Nunca nos saludamos. La miraba y respondía con agrado a mi descaro. Siempre en pandilla. Y yo comprometido para toda la vida.
Pasaron años sin volver a verla, tantos que, cuando supe que todavía vivía en Zamora, ya se había contraído matrimonio y también divorciado. Ya éramos libres los dos. Pero jamás me atreví a dirigirme a ella cuando coincidíamos en una cafetería o terraza de verano. Ambos estábamos acompañados. No hubo posibilidad de dirigirme a esa preciosidad, de conocerla, de seducirla. Siempre fue mi amor en potencia, jamás en acto.
Sé que ya no soy un mozalbete, que, según comenta el vulgo, a mi edad ya se han vivido los mejores años de la vida; ahora bien, mientras mi inteligencia no merme y desee enamorarme, me sentiré jovencísimo.
Solo fabrico amor para regalarlo a cualquier dama que merezca la pena: elegante, culta, inteligente y bella, que me provoque placer y seduzca mi talento; que me haga reflexionar, que me obligue a mostrarme como un Lord Byron.
Anhelo a una mujer que, cuando la ame, me olvide de mi edad, de que ya tengo más pasado que futuro, y que me pida guerra diaria en el campo de batalla de las sábanas.
Y esa fémina que anhelo conocer, con la que he atravesado treinta años de mi vida sin tan si quiera saludarla, sé que posee las cualidades que enamoran a un hombre como yo y, seguro que también, los defectos que me apasionan.
2023 será el mejor año de mi vida si me permite que la ame, si me ilustra con su belleza, si me embelesa con su elegancia y talento.
Eugenio-Jesús de Ávila
La conocí cuando era universitaria. Me la solía encontrar por Zamora, en la calle, en cafeterías o en algún pub. Me deslumbró su belleza. Nunca nos saludamos. La miraba y respondía con agrado a mi descaro. Siempre en pandilla. Y yo comprometido para toda la vida.
Pasaron años sin volver a verla, tantos que, cuando supe que todavía vivía en Zamora, ya se había contraído matrimonio y también divorciado. Ya éramos libres los dos. Pero jamás me atreví a dirigirme a ella cuando coincidíamos en una cafetería o terraza de verano. Ambos estábamos acompañados. No hubo posibilidad de dirigirme a esa preciosidad, de conocerla, de seducirla. Siempre fue mi amor en potencia, jamás en acto.
Sé que ya no soy un mozalbete, que, según comenta el vulgo, a mi edad ya se han vivido los mejores años de la vida; ahora bien, mientras mi inteligencia no merme y desee enamorarme, me sentiré jovencísimo.
Solo fabrico amor para regalarlo a cualquier dama que merezca la pena: elegante, culta, inteligente y bella, que me provoque placer y seduzca mi talento; que me haga reflexionar, que me obligue a mostrarme como un Lord Byron.
Anhelo a una mujer que, cuando la ame, me olvide de mi edad, de que ya tengo más pasado que futuro, y que me pida guerra diaria en el campo de batalla de las sábanas.
Y esa fémina que anhelo conocer, con la que he atravesado treinta años de mi vida sin tan si quiera saludarla, sé que posee las cualidades que enamoran a un hombre como yo y, seguro que también, los defectos que me apasionan.
2023 será el mejor año de mi vida si me permite que la ame, si me ilustra con su belleza, si me embelesa con su elegancia y talento.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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