NOCTURNOS
La mujer de mi vida
Ella se fue. La amé. Me dejó vacío por dentro. No me queda pasión. Se la llevó escondida en el valle que se abre entre sus senos. El tiempo me curará la herida que me abrió el olvido.
Siempre, cuando alguien me pregunta por cuál fue la mujer de mi vida, respondo que la última que me acarició, besó y compartió conmigo su cuerpo y un trocito de su alma, me miró a los ojos, me escuchó y me despidió con una sonrisa que lloraba lágrimas de desamor.
Sé que tardaré en olvidarla: su carácter, su personalidad, su extraña belleza, su soberbia, su mala hostia, sus celos anacrónicos prenden en la memoria, la madre de los recuerdos. Pero, como no sé vivir sin amar, me enamoraré de otra dama. No la buscaré. Aparecerá.
El amor es como las olas del mar: va y viene. Se lleva granos de arena, deja espuma y algas, caracolas y crustáceos. Pero siempre vuelve. A veces, con más fuerza, con más ganas de romper contra las rocas del destino.
Me queda poco tiempo para amar, pero la dama que aparezca en la encrucijada de mi camino hacia la nada, se convertirá en la más amada, en el amor de mi vida. Ojalá que fueses tú, princesidad, neologismo que me inventé vinculando las palabras princesa y preciosa. Te espero. Pero no tardes mucho, porque quizá, cuando vengas, ya no esté en esta dimensión.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ella se fue. La amé. Me dejó vacío por dentro. No me queda pasión. Se la llevó escondida en el valle que se abre entre sus senos. El tiempo me curará la herida que me abrió el olvido.
Siempre, cuando alguien me pregunta por cuál fue la mujer de mi vida, respondo que la última que me acarició, besó y compartió conmigo su cuerpo y un trocito de su alma, me miró a los ojos, me escuchó y me despidió con una sonrisa que lloraba lágrimas de desamor.
Sé que tardaré en olvidarla: su carácter, su personalidad, su extraña belleza, su soberbia, su mala hostia, sus celos anacrónicos prenden en la memoria, la madre de los recuerdos. Pero, como no sé vivir sin amar, me enamoraré de otra dama. No la buscaré. Aparecerá.
El amor es como las olas del mar: va y viene. Se lleva granos de arena, deja espuma y algas, caracolas y crustáceos. Pero siempre vuelve. A veces, con más fuerza, con más ganas de romper contra las rocas del destino.
Me queda poco tiempo para amar, pero la dama que aparezca en la encrucijada de mi camino hacia la nada, se convertirá en la más amada, en el amor de mi vida. Ojalá que fueses tú, princesidad, neologismo que me inventé vinculando las palabras princesa y preciosa. Te espero. Pero no tardes mucho, porque quizá, cuando vengas, ya no esté en esta dimensión.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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