NOCTURNOS
El último... será el gran amor de mi vida
El alma, la de todos, guarda el amor en una caja fuerte ubicada entre las aurículas y ventrículos. Me queda mucha pasión en ese cofre del corazón. Y sé que hay una mujer que lo recibirá, si así me lo demanda, a no tardar.
No me sobra tiempo para vivir. Lo poco que me reste por andar en este valle de lágrimas se lo dedicaré a una preciosa dama, dulce y sencilla, humilde y recatada. Jamás le he dado, ni tan si quiera, un beso en la mejilla. No la conozco. Nadie me la presentó. Pero la intuyo. Sé que todavía conserva su espléndida belleza, que la vida no le fue fácil, que salió derrotada de batallas eróticas, que ama el amor y que no se resigna, aun joven, a morir sin volver a conjugar el verbo amar.
Con su exquisita sensibilidad, disfruta de la poesía, de la literatura, del teatro, de la música…de toda manifestación artística. Su espíritu capta cualquier átomo de belleza que la circunda. Ama a los animales, como si fueran sus hermanos. Habla con la luna y le hace guiños con sus hermosas pestañas a las estrellas que titilan en el negro cielo de la noche.
Yo tampoco me rindo. Quiero dedicarle estos últimos años de mi vida, mientras mis fuerzas no me abandonen, a escucharla, acariciarla, besarla, amarla. Me he propuesto hacerla feliz, a devolverle lo que el tiempo le robó, a inyectarle tanta pasión como le quitaron los malandrines del egoísmo.
Y ahora me pregunto, cuando apenas me falta por subir la empinada cuesta del camino hacia la nada, por qué el destino no nos unió hace 40 años. Por qué Cronos me fue envejeciendo sin amarla, sin sentirla, sin disfrutarla.
Voy a amarla, lo deseo, rezo e imploro que así sea, como si fuese la última mujer de mi vida, mi gran amor, mi sueño convertido en realidad.
Eugenio-Jesús de Ávila
El alma, la de todos, guarda el amor en una caja fuerte ubicada entre las aurículas y ventrículos. Me queda mucha pasión en ese cofre del corazón. Y sé que hay una mujer que lo recibirá, si así me lo demanda, a no tardar.
No me sobra tiempo para vivir. Lo poco que me reste por andar en este valle de lágrimas se lo dedicaré a una preciosa dama, dulce y sencilla, humilde y recatada. Jamás le he dado, ni tan si quiera, un beso en la mejilla. No la conozco. Nadie me la presentó. Pero la intuyo. Sé que todavía conserva su espléndida belleza, que la vida no le fue fácil, que salió derrotada de batallas eróticas, que ama el amor y que no se resigna, aun joven, a morir sin volver a conjugar el verbo amar.
Con su exquisita sensibilidad, disfruta de la poesía, de la literatura, del teatro, de la música…de toda manifestación artística. Su espíritu capta cualquier átomo de belleza que la circunda. Ama a los animales, como si fueran sus hermanos. Habla con la luna y le hace guiños con sus hermosas pestañas a las estrellas que titilan en el negro cielo de la noche.
Yo tampoco me rindo. Quiero dedicarle estos últimos años de mi vida, mientras mis fuerzas no me abandonen, a escucharla, acariciarla, besarla, amarla. Me he propuesto hacerla feliz, a devolverle lo que el tiempo le robó, a inyectarle tanta pasión como le quitaron los malandrines del egoísmo.
Y ahora me pregunto, cuando apenas me falta por subir la empinada cuesta del camino hacia la nada, por qué el destino no nos unió hace 40 años. Por qué Cronos me fue envejeciendo sin amarla, sin sentirla, sin disfrutarla.
Voy a amarla, lo deseo, rezo e imploro que así sea, como si fuese la última mujer de mi vida, mi gran amor, mi sueño convertido en realidad.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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