NOCTURNOS
Almíbar de sexo
He decidido olvidarme de esa mujer. Me niego a enamorarme. Y, cuando mi corazón, ese imbécil que me obliga a vivir, se enamore, un hecho inexplicable que escapa a mi razón, lo detendré. Pararé el sístole-diástole, y ordenaré a mis aurículas y ventrículos a poner en orden su casa.
Ya estoy harto de amar a quién nunca prodigó detalles con mi madura persona, con este hombre que soñaba despierto y escribía dormido. Ni una caricia, ni un beso, ni una miaja de ternura recibí de ella. Le di todo lo que ni si quiera me pidió. Y la hubiera enseñado el nirvana del hedonismo sin realizar grandes sacrificios. Porque llevo en mi cuerpo el misterio del placer que dura toda una vida y, si resulta que solo se reduce a un instante, marca las ingles entre las que cuelga el alma.
A veces la belleza, aunque resulte deslumbrante, no enamora el alma. No siempre la hermosura me conquistó. Pudo ser el génesis del enamoramiento. Nunca lo negaré. Pero reconozco que un físico femenino impactante, sino no le acompaña sensibilidad, cierto talento y cultura, acaba por aburrirme.
Puedo hacer el amor todos los días hora y media. No me tengas por hiperbólico. Pero cómo llenar lo que queda de jornada con un ser que me precipita hacia el abismo del tedio. El sexo solo debería ser el postre de unas viandas mágicas de amor y pasión. Confieso que una cena sin fruta o dulces tampoco me satisface. Me encanta degustar seso con un buen almíbar de sexo.
Ella me dejó sin el lujo de haber saboreado su gineceo de fresas con nata, de cerezas con miel. Otra vez será. Todo pasa, pero nada me quedó de ella. Ando muy desmemoriado. Cuestión de cumplir años y no cansarme de apagar las velas de la tarta. ¡Cuánto pude haberla amado!
Eugenio-Jesús de Ávila
He decidido olvidarme de esa mujer. Me niego a enamorarme. Y, cuando mi corazón, ese imbécil que me obliga a vivir, se enamore, un hecho inexplicable que escapa a mi razón, lo detendré. Pararé el sístole-diástole, y ordenaré a mis aurículas y ventrículos a poner en orden su casa.
Ya estoy harto de amar a quién nunca prodigó detalles con mi madura persona, con este hombre que soñaba despierto y escribía dormido. Ni una caricia, ni un beso, ni una miaja de ternura recibí de ella. Le di todo lo que ni si quiera me pidió. Y la hubiera enseñado el nirvana del hedonismo sin realizar grandes sacrificios. Porque llevo en mi cuerpo el misterio del placer que dura toda una vida y, si resulta que solo se reduce a un instante, marca las ingles entre las que cuelga el alma.
A veces la belleza, aunque resulte deslumbrante, no enamora el alma. No siempre la hermosura me conquistó. Pudo ser el génesis del enamoramiento. Nunca lo negaré. Pero reconozco que un físico femenino impactante, sino no le acompaña sensibilidad, cierto talento y cultura, acaba por aburrirme.
Puedo hacer el amor todos los días hora y media. No me tengas por hiperbólico. Pero cómo llenar lo que queda de jornada con un ser que me precipita hacia el abismo del tedio. El sexo solo debería ser el postre de unas viandas mágicas de amor y pasión. Confieso que una cena sin fruta o dulces tampoco me satisface. Me encanta degustar seso con un buen almíbar de sexo.
Ella me dejó sin el lujo de haber saboreado su gineceo de fresas con nata, de cerezas con miel. Otra vez será. Todo pasa, pero nada me quedó de ella. Ando muy desmemoriado. Cuestión de cumplir años y no cansarme de apagar las velas de la tarta. ¡Cuánto pude haberla amado!
Eugenio-Jesús de Ávila



















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