DENUNCIAS
El cablecito de la fachada
Cada vez, mas cables colgando de las fachadas, sin que desde el Ayuntamiento pongan remedio
Cierto día esa compañía que nos tenia las calles con cables por todos lados desde hace décadas, decidió sustituir todos esos hilos de antaño, por la nueva fibra con lo que se proporcionaba una mejora sustancial para el cliente y un beneficio propio. El cobre retirado tiene un precio elevado, que resulta recuperable. Además con la nueva implantación se conseguía un ahorro humano, no haría falta que un operario se desplazará hacia la caja de la esquina del usuario, para desconectarlo en un momento dado.
La nueva red da cobertura a lo nuevo, pero también al teléfono de antaño, lo que permite suprimir paulatinamente conforme se enganche a la nueva, todo lo viejo. Red en desuso que requiere de una retirada, pero que por aquello de las complicaciones y lo trabajoso de tal circunstancia, permite ciertas licencias, que dan lugar, a que en determinados edificios quede un cable enrollado, o no tanto, colgando de cualquier punto de la fachada.
Aunque ya teníamos una decana compañía de teléfonos, vinieron otras con nuevas instalaciones, duplicando, triplicando la maraña comunicativa. Con la baja de una, para el alta de otra, la nueva instalación, hace vieja la que hace poco era nueva y, ahí queda, un cable suelto, otro más a añadir a la lista. Demostrando que pueden hacerlo, y que nadie le obliga a nada. El ayuntamiento, esta para perseguir a los pobres ciudadanos, que no pueden escaquearse del monstruo perseguidor administrativo. La grandes compañías, lo eluden con total chulería.
Atrás queda la buena intención de soterrar el cableado del casco antiguo, por suponer una mejora visual importante. Desde el ayuntamiento, tan preocupado de tantas otras cosas, han olvidado esta no menos importante. Tanta suspicacia en urbanismo para algunas cosas y no ven, o no quieren ver, lo antiestético que resulta, ya no el cableado recorriendo fachadas, sino esas líneas colgando, esas puntas de cables sueltos ondeando al viento, esos rollitos de todas las estaciones, que no hacen más que afear.
Manuel Herrero Alonso
Cierto día esa compañía que nos tenia las calles con cables por todos lados desde hace décadas, decidió sustituir todos esos hilos de antaño, por la nueva fibra con lo que se proporcionaba una mejora sustancial para el cliente y un beneficio propio. El cobre retirado tiene un precio elevado, que resulta recuperable. Además con la nueva implantación se conseguía un ahorro humano, no haría falta que un operario se desplazará hacia la caja de la esquina del usuario, para desconectarlo en un momento dado.
La nueva red da cobertura a lo nuevo, pero también al teléfono de antaño, lo que permite suprimir paulatinamente conforme se enganche a la nueva, todo lo viejo. Red en desuso que requiere de una retirada, pero que por aquello de las complicaciones y lo trabajoso de tal circunstancia, permite ciertas licencias, que dan lugar, a que en determinados edificios quede un cable enrollado, o no tanto, colgando de cualquier punto de la fachada.
Aunque ya teníamos una decana compañía de teléfonos, vinieron otras con nuevas instalaciones, duplicando, triplicando la maraña comunicativa. Con la baja de una, para el alta de otra, la nueva instalación, hace vieja la que hace poco era nueva y, ahí queda, un cable suelto, otro más a añadir a la lista. Demostrando que pueden hacerlo, y que nadie le obliga a nada. El ayuntamiento, esta para perseguir a los pobres ciudadanos, que no pueden escaquearse del monstruo perseguidor administrativo. La grandes compañías, lo eluden con total chulería.
Atrás queda la buena intención de soterrar el cableado del casco antiguo, por suponer una mejora visual importante. Desde el ayuntamiento, tan preocupado de tantas otras cosas, han olvidado esta no menos importante. Tanta suspicacia en urbanismo para algunas cosas y no ven, o no quieren ver, lo antiestético que resulta, ya no el cableado recorriendo fachadas, sino esas líneas colgando, esas puntas de cables sueltos ondeando al viento, esos rollitos de todas las estaciones, que no hacen más que afear.
Manuel Herrero Alonso






























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