Cómo sería una Zamora libre de automóviles

En mi ciudad ideal no habría automóviles. Tal cual. Como en Atenas de Pericles. Solo permitiría utilizarlos cuando la empresa, la oficina, el hospital, la cafetería distase más de dos kilómetros del domicilio del trabajador, funcionario, personal sanitario y camarero. Una persona, sin problemas físicos, recorrería ese trayecto en un cuarto de hora, un ejercicio extraordinario para conservar la forma física. Los transportes públicos realizarían así una gran labor. Por otra parte, si apenas circularan coches, camionetas y motos por la ciudad, respiraríamos mejor, no habría ni contaminación acústica ni emisiones de CO2. Nuestros bronquios, felices.

Ahora bien, en una ciudad pequeña como la nuestra, se utiliza el coche para acudir al trabajo, a la cafetería, al gimnasio -paradoja-, a la frutería, al mercado de abastos. Comprendo que, si la compra realizada superase más de cinco kilos, las amas de casa precisaran de un utilitario; pero si los buses públicos atendiesen a mercados e hipermercados cada 15 minutos, solucionado el problema.  

Un gran amigo del que escribe, que se trasladó a vivir a Zamora hace unos tres años, cuando llevaba un mes entre nosotros, durante nuestros paseos, le llamaba la atención que en nuestra ciudad la gente, en muchos casos, muy joven, condujese coches de alta gama. Alucinante. Le intenté explicar la razón: se trata de ser visto en un vehículo de gran cilindrada, de lujo, para fardar, para marcar diferencias económicas con el resto de la ciudadanía. Si la profesión del propietario requiriese largos viajes, resulta comprensible la adquisición de un coche extraordinario. Pero para ir a un pueblo del alfoz, al cine, a un restaurante en el centro de la ciudad, sobra el coche y valen unas piernas sólidas y musculadas.

En mi Zamora ideal, pues, no existirían problemas para encontrar aparcamiento, ni Guarido tendría que romperse el coco para hallar terrenos dónde pudieran estacionar los propietarios de los automóviles. Así se sustituirían aparcamientos por árboles y jardines, la gente se encontraría en la calle, se detendría para charlar y poner a parir a cualquier menda, ni el personal con coche se enojaría después de dar mil vueltas por plazas y calles y no encontrar un hueco para dejar su vehículo. La gente se enfadaría menos, recuperaría el buen carácter, el talante, la alegría. Todo repercutiría en salud mental y física.

No obstante, en una sociedad que vive de cara a la galería, del que dirán, de dimes y diretes, prescindir de los coches para cualquier cosa, no dejaría de ser una utopía, un no-lugar, un oasis en el desierto de la hipocresía.

Eugenio-Jesús de Ávila