HABLEMOS
¿Affaire Gallardo o debate moral?
Carlos Domínguez
Jaleada por unos y otros, la plebécula mediática, y la hay para dar y tomar desde el faltoso al sibilino pasando por el mediopensionista, ha lanzado un ataque furibundo contra el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, por cohonestar principios y valores con el ejercicio de la acción política. Algo inusual en tiempos en que la cosa pública se ha convertido en teatro de la simulación y el embuste. Por el lado de una izquierda fanatizada, los oficiantes del evangelio progresista rechazan aquello que juzgan vulneración de los derechos de la mujer, mientras por el de la derecha y sus fieles se denuncia con criterio hipócrita la inoportunidad, la falta de tacto, la inconveniencia de dar alas al victimismo y el agit-prop socialcomunista. Corrección política a cualquier banda, mírese por donde se mire
No es el señor Gallardo ni la alharaca que han montado aun los propios, quiero decir los mediopensionistas de Feijóo, Mañueco y el PP, lo realmente decisivo. Fundamental es el aborto como práctica socializada bajo patrocinio del Estado y sus aparatos, tanto burocráticos como sanitarios. Puro eufemismo, la mal llamada interrupción del embarazo suscita un debate, en rigor gran y único debate, sobre aquello que, desde un punto de vista racional, filosófico y moral en lo mejor de nuestra tradición civilizadora, afecta a la entraña honda de lo humano. Al nasciturus, al feto latiendo como proyecto de ser en el vientre materno, ¿puede privársele del alumbramiento por voluntad paterna y/o materna, elevada a categoría de derecho por una decisión política que, en el mejor de los casos, no pasa de legalismo, de precepto de oportunidad sobre el que ni siquiera las más altas magistraturas se ponen de acuerdo, si es que tienen el coraje de pronunciarse a lo largo de décadas?
El nasciturus, proyecto humano que habita gracias al milagro de la vida en el seno materno, nunca podrá ser devaluado a la condición de absceso, de pedazo de carne como cualquier tumoración o hiperplasia, a extirpar ignorando su auténtico valor. En una época en que las ideologías herederas del marxismo y el materialismo mutan a ecología, a militancia y protección de una variopinta naturaleza, sorprende que en todo lo que ésta representa de humano pueda ser aniquilada sin el menor reproche, con auxilio del Estado. Quizá se entienda la mentira que subyace al subproducto ideológico del animalismo considerando que humanizar la bestia, otorgándole derechos que jamás podrán pertenecerle, no tiene otro fin que degradar al hombre a la condición de ente biológico, lo cual justificaría, entre otras cosas, la práctica del aborto dado que aquél, nasciturus incluido, en nada se diferenciaría de cualquier organismo vivo como carne, materia y función primaria. Ahora bien, ¿una vez que la sociedad chapotea en la ciénaga de una inmoralidad sin tasa, acaso el Estado, el poder y la maldad en grado superlativo, se detendrán ahí a falta de valladar ético en defensa de lo verdaderamente humano, con arreglo a lo que, divinidad al margen, éste tiene por sí mismo de dimensión sagrada y espiritual?
Jaleada por unos y otros, la plebécula mediática, y la hay para dar y tomar desde el faltoso al sibilino pasando por el mediopensionista, ha lanzado un ataque furibundo contra el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, por cohonestar principios y valores con el ejercicio de la acción política. Algo inusual en tiempos en que la cosa pública se ha convertido en teatro de la simulación y el embuste. Por el lado de una izquierda fanatizada, los oficiantes del evangelio progresista rechazan aquello que juzgan vulneración de los derechos de la mujer, mientras por el de la derecha y sus fieles se denuncia con criterio hipócrita la inoportunidad, la falta de tacto, la inconveniencia de dar alas al victimismo y el agit-prop socialcomunista. Corrección política a cualquier banda, mírese por donde se mire
No es el señor Gallardo ni la alharaca que han montado aun los propios, quiero decir los mediopensionistas de Feijóo, Mañueco y el PP, lo realmente decisivo. Fundamental es el aborto como práctica socializada bajo patrocinio del Estado y sus aparatos, tanto burocráticos como sanitarios. Puro eufemismo, la mal llamada interrupción del embarazo suscita un debate, en rigor gran y único debate, sobre aquello que, desde un punto de vista racional, filosófico y moral en lo mejor de nuestra tradición civilizadora, afecta a la entraña honda de lo humano. Al nasciturus, al feto latiendo como proyecto de ser en el vientre materno, ¿puede privársele del alumbramiento por voluntad paterna y/o materna, elevada a categoría de derecho por una decisión política que, en el mejor de los casos, no pasa de legalismo, de precepto de oportunidad sobre el que ni siquiera las más altas magistraturas se ponen de acuerdo, si es que tienen el coraje de pronunciarse a lo largo de décadas?
El nasciturus, proyecto humano que habita gracias al milagro de la vida en el seno materno, nunca podrá ser devaluado a la condición de absceso, de pedazo de carne como cualquier tumoración o hiperplasia, a extirpar ignorando su auténtico valor. En una época en que las ideologías herederas del marxismo y el materialismo mutan a ecología, a militancia y protección de una variopinta naturaleza, sorprende que en todo lo que ésta representa de humano pueda ser aniquilada sin el menor reproche, con auxilio del Estado. Quizá se entienda la mentira que subyace al subproducto ideológico del animalismo considerando que humanizar la bestia, otorgándole derechos que jamás podrán pertenecerle, no tiene otro fin que degradar al hombre a la condición de ente biológico, lo cual justificaría, entre otras cosas, la práctica del aborto dado que aquél, nasciturus incluido, en nada se diferenciaría de cualquier organismo vivo como carne, materia y función primaria. Ahora bien, ¿una vez que la sociedad chapotea en la ciénaga de una inmoralidad sin tasa, acaso el Estado, el poder y la maldad en grado superlativo, se detendrán ahí a falta de valladar ético en defensa de lo verdaderamente humano, con arreglo a lo que, divinidad al margen, éste tiene por sí mismo de dimensión sagrada y espiritual?
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