HABLEMOS
La derecha ante una difícil encrucijada (I)
Carlos Domínguez
Se advirtió en esta columna. Vox tiene un doble problema. De una parte, la falta de vertebración territorial, con un sólido cuadro de mandos a nivel autonómico y local, que le permitiría actuar en la línea de su gran rival, un PP que apuesta por la erosión lenta del partido de Abascal, confiando en una consunción similar a la sufrida por el UPyD de Rosa Díez, recientemente por el Cs de Rivera y Arrimadas. Y a bien ser con retorno del hijo pródigo a la casa del padre, ejerciendo de segundón después de una severa penitencia en el hueco ralo de listas y candidaturas.
Aun resultando grave la carencia de una firme estructura partidaria, quizá lo sea más una indefinición programática, con valores, ideales y principios lanzados a modo de soflama dentro de un contexto que raya lo mitinero, cuando no lo plebiscitario. Naturalmente, sabemos que Vox aspira a derogar las leyes ideológicas del PSOE, el sanchismo y su atrezo podemita, subproductos fruto de la improvisación y la chapuza, sin excluir un peligroso revanchismo. Algo que no ofrece dificultad, de contar con las voluntades y votos necesarios. Pero la cuestión es saber la forma y medios con que el Vox defensor de la unidad nacional, como baluarte del Estado de derecho, desarrollaría una acción positiva dentro de nuestro marco institucional y normativo. La unidad nacional es sólo un ejemplo de otros asuntos pendientes, en los que cabría esperar mayor concreción. Política inmigratoria, fiscal, europea e internacional, son aspectos que en Vox carecen de definición, con miras a una necesaria labor de gobierno.
Y es esa indefinición la que convierte al partido de Abascal en rehén del PP como derecha partitocrática, que desde su fortaleza territorial y la presencia en las instituciones se permite la ambigüedad, vale centrismo o medias tintas en lo “cultural”, pues su mejor baza es alcanzar el poder por la fuerza de las cosas, ambicionando secretamente un bipartidismo imperfecto, el cual, aun desde la hegemonía del PSOE y con su venia, le garantizó sin demasiado esfuerzo ni compromiso la alternancia en el poder. Feijóo sin más, dado que en la tradición de una derecha partitocrática heredera del franquismo con lo que éste significó de estatismo y burocracia, él mismo, igual que Rajoy y si me apuran Aznar, no hace nada distinto a aquello para lo que fue entronizado, a expensas de un Casado advenedizo e ingenuo, poco ducho en idus y tejemanejes de consumados apparatchiks.
Se advirtió en esta columna. Vox tiene un doble problema. De una parte, la falta de vertebración territorial, con un sólido cuadro de mandos a nivel autonómico y local, que le permitiría actuar en la línea de su gran rival, un PP que apuesta por la erosión lenta del partido de Abascal, confiando en una consunción similar a la sufrida por el UPyD de Rosa Díez, recientemente por el Cs de Rivera y Arrimadas. Y a bien ser con retorno del hijo pródigo a la casa del padre, ejerciendo de segundón después de una severa penitencia en el hueco ralo de listas y candidaturas.
Aun resultando grave la carencia de una firme estructura partidaria, quizá lo sea más una indefinición programática, con valores, ideales y principios lanzados a modo de soflama dentro de un contexto que raya lo mitinero, cuando no lo plebiscitario. Naturalmente, sabemos que Vox aspira a derogar las leyes ideológicas del PSOE, el sanchismo y su atrezo podemita, subproductos fruto de la improvisación y la chapuza, sin excluir un peligroso revanchismo. Algo que no ofrece dificultad, de contar con las voluntades y votos necesarios. Pero la cuestión es saber la forma y medios con que el Vox defensor de la unidad nacional, como baluarte del Estado de derecho, desarrollaría una acción positiva dentro de nuestro marco institucional y normativo. La unidad nacional es sólo un ejemplo de otros asuntos pendientes, en los que cabría esperar mayor concreción. Política inmigratoria, fiscal, europea e internacional, son aspectos que en Vox carecen de definición, con miras a una necesaria labor de gobierno.
Y es esa indefinición la que convierte al partido de Abascal en rehén del PP como derecha partitocrática, que desde su fortaleza territorial y la presencia en las instituciones se permite la ambigüedad, vale centrismo o medias tintas en lo “cultural”, pues su mejor baza es alcanzar el poder por la fuerza de las cosas, ambicionando secretamente un bipartidismo imperfecto, el cual, aun desde la hegemonía del PSOE y con su venia, le garantizó sin demasiado esfuerzo ni compromiso la alternancia en el poder. Feijóo sin más, dado que en la tradición de una derecha partitocrática heredera del franquismo con lo que éste significó de estatismo y burocracia, él mismo, igual que Rajoy y si me apuran Aznar, no hace nada distinto a aquello para lo que fue entronizado, a expensas de un Casado advenedizo e ingenuo, poco ducho en idus y tejemanejes de consumados apparatchiks.
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