FILOSOFÍA
La tristeza de llegar
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        
“¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino, en el horror de llegar!”. Una de las coplas elegiacas más profundos de Antonio Machado, que guardo en mi memoria desde la primera vez que mis ojos la fotografiaron. Yo, como editor y director de este periódico, un barquito de papel, también digital, una cosa moderna, incompatible con un periodista antiguo, periclitado, también he pensado en la tristeza, no en el horror, de alcanzar el puerto de la jubilación. Si la burocracia me lo permite, esta edición 410 será la penúltima de El Día de Zamora que este peregrino del periodismo haya capitaneado.
 
Hace unos días, en una madrugada, cuando el silencio lo rompe Bach, pensaba en aquel día que decidí construir esta nave de papel para surcar este estanque de procelosas aguas –oxímoron- que es Zamora. Pasaron ya casi 13 años. Durante este tiempo sonreí, eché unas cuantas lágrimas, me loaron, me injuriaron, perdí dinero y también lo obtuve, me enamoré y me desenamoré. Se me fue, con un ladrido, guao, guao, cariñoso, mi can Zorba, que zarpó conmigo como un tripulante más, un cachorrito, aquel 6 de junio de 2010. ¡Qué joven éramos todos! ¡Cuántas ilusiones, esperanzas y fe en hacer un nuevo periodismo! ¿Logré mi propósito! No lo sé. Tengo el alma de nardo del árabe español.
 
He guardo una lágrima en un cofre de marfil para derramarla cuando me quede en tierra y El Día de Zamora, casi con la misma marinería, se haga a la mar. En la distancia, enviaré mis cuitas en forma de palabras para ayudar al nuevo capitán en su peregrinaje hacia ninguna parte. Porque la vida, como escribió Quevedo, “es caminar breve jornada, y muerte viva es nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada”
 
Eugenio-Jesús de Ávila
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
“¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino, en el horror de llegar!”. Una de las coplas elegiacas más profundos de Antonio Machado, que guardo en mi memoria desde la primera vez que mis ojos la fotografiaron. Yo, como editor y director de este periódico, un barquito de papel, también digital, una cosa moderna, incompatible con un periodista antiguo, periclitado, también he pensado en la tristeza, no en el horror, de alcanzar el puerto de la jubilación. Si la burocracia me lo permite, esta edición 410 será la penúltima de El Día de Zamora que este peregrino del periodismo haya capitaneado.
Hace unos días, en una madrugada, cuando el silencio lo rompe Bach, pensaba en aquel día que decidí construir esta nave de papel para surcar este estanque de procelosas aguas –oxímoron- que es Zamora. Pasaron ya casi 13 años. Durante este tiempo sonreí, eché unas cuantas lágrimas, me loaron, me injuriaron, perdí dinero y también lo obtuve, me enamoré y me desenamoré. Se me fue, con un ladrido, guao, guao, cariñoso, mi can Zorba, que zarpó conmigo como un tripulante más, un cachorrito, aquel 6 de junio de 2010. ¡Qué joven éramos todos! ¡Cuántas ilusiones, esperanzas y fe en hacer un nuevo periodismo! ¿Logré mi propósito! No lo sé. Tengo el alma de nardo del árabe español.
He guardo una lágrima en un cofre de marfil para derramarla cuando me quede en tierra y El Día de Zamora, casi con la misma marinería, se haga a la mar. En la distancia, enviaré mis cuitas en forma de palabras para ayudar al nuevo capitán en su peregrinaje hacia ninguna parte. Porque la vida, como escribió Quevedo, “es caminar breve jornada, y muerte viva es nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada”
Eugenio-Jesús de Ávila




















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