NUESTRA HISTORIA
Barros y adobes
Allá por el año 1949, en una sesión de la Comisión Permanente municipal, entre los asuntos tratados por los Ediles municipales, reunidos bajo la presidencia del Alcalde accidental don Felipe Rodríguez Lorenzo se debatieron temas que tenían mucho que ver con aquel modesto material de construcción que eran los adobes: El concejal don Emiliano Honorato daba cuenta del lamentable estado en que se encontraba el cauce del arroyo de Valorio, por las numerosas charcas que se forman al detenerse el agua en los pozos formados por sacar tierra para hacer adobes, por lo que propuso que se plantaran árboles en las márgenes del arroyo y que se prohibiera la fabricación de adobes.
En la misma sesión, se acordó adjudicar las 24 viviendas económicas del barrio de Pinilla a otros tantos solicitantes. Aquellas viviendas, que todavía hoy permanecen en pie después de numerosas adaptaciones y reformas, habían sido construidas empleando en ello barro y adobes dado que los tiempos de privaciones y racionamientos no daban para más.
Recuerdo que, en mi familia, en el barrio de Fuentelarreina, en la primera mitad de los años cuarenta, también se construyeron las primeras casas del barrio con el principal componente de barro y adobes. Contaba yo alrededor de diez años de edad e intentaba colaborar en los trabajos de fabricación de adobes, llevando paladas de barro a la adobera, levantando los adobes cuando ya iban oreados, quitándoles las “barbas” y apilándolos en el “rajal” hasta que fueran utilizados en la construcción de las paredes. Aquellas modestísimas viviendas que mi padre construyó con la aportación de mano de obra de los que componiamos la familia, se consumieron cinco mil adobes hechos con procedimientos muy rudimentarios, pero que ahí están todavía después de casi ochenta años.
Con aquella experiencia de mi niñez, se me ocurrió contar un cuento que titulé “Barro y adobes”, utilizando como argumento que, en el pueblo de Molacillos una pareja de enamorados construían su primer “nidito de amor” amasando adobes con sus propias manos y levantado las paredes de su nuevo hogar con el esfuerzo y sudor de la pareja que luego lo habitarían.
Aquel cuento lo situé en la localidad de Molacillos que, en contraste con las pobres casa de abobe, posee una de las iglesias más notables de la provincia, de estilo barroco levantino que había mandado construir el que fue arzobispo de Valencia, don Andrés Mayoral , un prestigioso prelado que demostró así el cariño que tuvo a su pueblo natal.
Lamentablemente, el paso de los años y la desidia en su mantenimiento han hecho que tan magnífico templo se encuentre en la actualidad en el estado semi-ruinoso, sin que por el momento se hayan realizado las necesarias y urgentes reparaciones.
Balbino Lozano
Allá por el año 1949, en una sesión de la Comisión Permanente municipal, entre los asuntos tratados por los Ediles municipales, reunidos bajo la presidencia del Alcalde accidental don Felipe Rodríguez Lorenzo se debatieron temas que tenían mucho que ver con aquel modesto material de construcción que eran los adobes: El concejal don Emiliano Honorato daba cuenta del lamentable estado en que se encontraba el cauce del arroyo de Valorio, por las numerosas charcas que se forman al detenerse el agua en los pozos formados por sacar tierra para hacer adobes, por lo que propuso que se plantaran árboles en las márgenes del arroyo y que se prohibiera la fabricación de adobes.
En la misma sesión, se acordó adjudicar las 24 viviendas económicas del barrio de Pinilla a otros tantos solicitantes. Aquellas viviendas, que todavía hoy permanecen en pie después de numerosas adaptaciones y reformas, habían sido construidas empleando en ello barro y adobes dado que los tiempos de privaciones y racionamientos no daban para más.
Recuerdo que, en mi familia, en el barrio de Fuentelarreina, en la primera mitad de los años cuarenta, también se construyeron las primeras casas del barrio con el principal componente de barro y adobes. Contaba yo alrededor de diez años de edad e intentaba colaborar en los trabajos de fabricación de adobes, llevando paladas de barro a la adobera, levantando los adobes cuando ya iban oreados, quitándoles las “barbas” y apilándolos en el “rajal” hasta que fueran utilizados en la construcción de las paredes. Aquellas modestísimas viviendas que mi padre construyó con la aportación de mano de obra de los que componiamos la familia, se consumieron cinco mil adobes hechos con procedimientos muy rudimentarios, pero que ahí están todavía después de casi ochenta años.
Con aquella experiencia de mi niñez, se me ocurrió contar un cuento que titulé “Barro y adobes”, utilizando como argumento que, en el pueblo de Molacillos una pareja de enamorados construían su primer “nidito de amor” amasando adobes con sus propias manos y levantado las paredes de su nuevo hogar con el esfuerzo y sudor de la pareja que luego lo habitarían.
Aquel cuento lo situé en la localidad de Molacillos que, en contraste con las pobres casa de abobe, posee una de las iglesias más notables de la provincia, de estilo barroco levantino que había mandado construir el que fue arzobispo de Valencia, don Andrés Mayoral , un prestigioso prelado que demostró así el cariño que tuvo a su pueblo natal.
Lamentablemente, el paso de los años y la desidia en su mantenimiento han hecho que tan magnífico templo se encuentre en la actualidad en el estado semi-ruinoso, sin que por el momento se hayan realizado las necesarias y urgentes reparaciones.
Balbino Lozano
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