NUESTRA HISTORIA
Tratantes de ganado
Acuden a mi memoria aquellos años treinta, en los que se celebraban las ferias de ganados en la explanada de la Plaza de Toros. En una gran extensión de terreno, desde la Ronda de San Torcuato hasta la trinchera del ferrocarril de la línea a Salamanca, donde no había más edificaciones que la antigua Normal de Maestros, paralizada su construcción por la crisis económica que produjo la Guerra Civil, se instalaban los grandes grupos de semovientes, bóvidos, ovejas y demás ganadería. Se agrupaban en hatos, rebaños, recuas y manadas, según hubieran llegado procedentes de las distintas localidades de la cabaña zamorana o de otras provincias, en su mayoría andando por sendas, cañadas o inevitablemente por las carreteras y calles que hubiera en su ruta.
Los días feriados en Zamora eran los doce y trece de cada mes. Una vez asentados en los espacios que les correspondiera en aquella gran explanada, habiendo pagado previamente el “punto” al señor Fradejas, concesionario municipal para el cobro de las preceptivas tasas, comenzaban los tratos para la compra-venta de animales, por unidades o por grupos.
Era interesante ver como se regateaban los precios a pagar por el o los ejemplares a pactar. Todavía, en aquellos tiempos, se hablaba del importe por reales. Teniendo en cuenta que la moneda oficial era la peseta y que cada una tenía cuatro reales, era admirable la inteligencia de aquellos ganaderos para calcular instantáneamente el importe a convenir. También tenía su importancia la figura del intermediario, que casi siempre surgía en el momento en que más acalorada estaba la discusión sobre la oferta y la demanda. Para acercar las cifras entre lo que se pedía y lo que se ofertaba, el interviniente en el negocio, solía decir: “echarlo al medio”, y cogiéndoles las manos a ambos contendientes, les forzaba a estrechárselas como aval de que el trato quedaba cerrado.
Allí no había documentos de compra-venta, el mejor justificante del negocio pactado era “chocar los cinco” y así quedaba cerrado el trato.
Llegando a este momento de la celebración de los feriales de ganados, en los años treinta de mi niñez, se me ocurre que en un momento político como el actual, intentando salvar las diferencias entre el gobierno de España y los independentistas, ha surgido el personaje que a mi se me antoja va a ser el que se encargue de forzar a que se estrechen la mano los llamados representantes de las distintas autonomías.
No puedo por menos que hacer otra comparación, buscando el símil de aquellos feriales: ¿No será que “juegan los burros y pagan los arrieros”?
Balbino Lozano
Acuden a mi memoria aquellos años treinta, en los que se celebraban las ferias de ganados en la explanada de la Plaza de Toros. En una gran extensión de terreno, desde la Ronda de San Torcuato hasta la trinchera del ferrocarril de la línea a Salamanca, donde no había más edificaciones que la antigua Normal de Maestros, paralizada su construcción por la crisis económica que produjo la Guerra Civil, se instalaban los grandes grupos de semovientes, bóvidos, ovejas y demás ganadería. Se agrupaban en hatos, rebaños, recuas y manadas, según hubieran llegado procedentes de las distintas localidades de la cabaña zamorana o de otras provincias, en su mayoría andando por sendas, cañadas o inevitablemente por las carreteras y calles que hubiera en su ruta.
Los días feriados en Zamora eran los doce y trece de cada mes. Una vez asentados en los espacios que les correspondiera en aquella gran explanada, habiendo pagado previamente el “punto” al señor Fradejas, concesionario municipal para el cobro de las preceptivas tasas, comenzaban los tratos para la compra-venta de animales, por unidades o por grupos.
Era interesante ver como se regateaban los precios a pagar por el o los ejemplares a pactar. Todavía, en aquellos tiempos, se hablaba del importe por reales. Teniendo en cuenta que la moneda oficial era la peseta y que cada una tenía cuatro reales, era admirable la inteligencia de aquellos ganaderos para calcular instantáneamente el importe a convenir. También tenía su importancia la figura del intermediario, que casi siempre surgía en el momento en que más acalorada estaba la discusión sobre la oferta y la demanda. Para acercar las cifras entre lo que se pedía y lo que se ofertaba, el interviniente en el negocio, solía decir: “echarlo al medio”, y cogiéndoles las manos a ambos contendientes, les forzaba a estrechárselas como aval de que el trato quedaba cerrado.
Allí no había documentos de compra-venta, el mejor justificante del negocio pactado era “chocar los cinco” y así quedaba cerrado el trato.
Llegando a este momento de la celebración de los feriales de ganados, en los años treinta de mi niñez, se me ocurre que en un momento político como el actual, intentando salvar las diferencias entre el gobierno de España y los independentistas, ha surgido el personaje que a mi se me antoja va a ser el que se encargue de forzar a que se estrechen la mano los llamados representantes de las distintas autonomías.
No puedo por menos que hacer otra comparación, buscando el símil de aquellos feriales: ¿No será que “juegan los burros y pagan los arrieros”?
Balbino Lozano
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