HABLEMOS
Naturaleza contra impostura ecologista
Carlos Domínguez
No sería el primer infeliz que, atendiendo a las majaderías buenistas de un progresismo de cuota y latisueldo público, paga con su vida la delirante visión de un medio ambiente acogedor, para arriesgarse temerariamente en cualquier barranquera, cueva, escarpe, catarata o simple playa, confiando en la clemencia de una Naturaleza que, incluso bajo el muy publicitado estandarte ecologista, sigue siendo madrastra cruel obedeciendo su propia lógica, ajena a la felicidad y esperanzas del hombre, un género más entre la mucha fauna, probablemente demasiada, que puebla este planeta desde el idílico parque jurásico. Con miles si no millones de especies hoy extintas, a Dios gracias.
El inmenso drama sufrido estos días en tierras y países ya castigados de Oriente Medio, pone de manifiesto aquello que, en calidad de pura ideología, la izquierda se niega a aceptar esclava de su burda propaganda. Sencillamente el hecho de que la Naturaleza, la materia tanto inorgánica como orgánica, ha de ser vigilada, controlada y a su modo vencida o domesticada, para garantizar bajo un punto de vista humano, si se quiere de la especie capaz de ir más allá de lo natural curiosamente con arreglo a criterios darwinianos, la seguridad y normal devenir de sus sociedades. Se hizo con cierto éxito a partir de la revolución neolítica, y no hay razón para cambiar de actitud, menos aún contemplando las desgarradoras escenas fruto de una nueva calamidad entre las muchas con que, afortunadamente no muy a menudo a causa de su inexorable pero lento discurrir, nos obsequia nuestra madrastra particular desde el origen de los tiempos.
No sería el primer infeliz que, atendiendo a las majaderías buenistas de un progresismo de cuota y latisueldo público, paga con su vida la delirante visión de un medio ambiente acogedor, para arriesgarse temerariamente en cualquier barranquera, cueva, escarpe, catarata o simple playa, confiando en la clemencia de una Naturaleza que, incluso bajo el muy publicitado estandarte ecologista, sigue siendo madrastra cruel obedeciendo su propia lógica, ajena a la felicidad y esperanzas del hombre, un género más entre la mucha fauna, probablemente demasiada, que puebla este planeta desde el idílico parque jurásico. Con miles si no millones de especies hoy extintas, a Dios gracias.
El inmenso drama sufrido estos días en tierras y países ya castigados de Oriente Medio, pone de manifiesto aquello que, en calidad de pura ideología, la izquierda se niega a aceptar esclava de su burda propaganda. Sencillamente el hecho de que la Naturaleza, la materia tanto inorgánica como orgánica, ha de ser vigilada, controlada y a su modo vencida o domesticada, para garantizar bajo un punto de vista humano, si se quiere de la especie capaz de ir más allá de lo natural curiosamente con arreglo a criterios darwinianos, la seguridad y normal devenir de sus sociedades. Se hizo con cierto éxito a partir de la revolución neolítica, y no hay razón para cambiar de actitud, menos aún contemplando las desgarradoras escenas fruto de una nueva calamidad entre las muchas con que, afortunadamente no muy a menudo a causa de su inexorable pero lento discurrir, nos obsequia nuestra madrastra particular desde el origen de los tiempos.





















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