ANÁLISIS
Políticos y empresarios
Me he referido a este asunto en reiteradas ocasiones: uno de los problemas más densos, profundos y esenciales de la política consiste en que los altos cargos de los partidos, a la diestra y a la siniestra, salvo excepciones, son funcionarios. Unos alcanzaron el puesto después de duras oposiciones; otros, plagiaron tesis para doctorarse, y también los hay que entraron en la función pública merced al nepotismo, en general, sin haber aprendido lo que es trabajar en la empresa privada.
Un funcionario, a no ser que sea hijo de un pequeño empresario, ignora lo que significa ser emprendedor, pedir un crédito para abrir un negocio, cumplir todos los meses con la Seguridad Social, Hacienda y los trabajadores; comerte el coco con tu negocio desde el alba hasta que la ciudad duerme.
Un funcionario, aunque no lo haya pensado nunca, suele ser ultraconservador, porque, desde que acabó sus estudios, elementales, medios o superiores, se preparó para aprobar una oposición a las administraciones, locales, regionales o de carácter estatal, y, de tal manera, asegurarse el salario mensual, las extraordinarias y la jubilación. Unos 35 años o más trabajando con red.
Hay funcionarios muy laboriosos, pero a un vago lo enchufas en cualquier ayuntamiento, diputación o autonomía y nunca jamás podrás echarlo de su puesto de no trabajo. Imposible. El jeta se enquista en su mesa y silla y nadie le molestará hasta que se jubile, máxime si el político de turno también es funcionario, con lo cual le procurará una labor sencilla, fácil, que no le estrese. El funcionario “bartolo” suele coincidir con el funcionario que aprobó la oposición a través de nepotismo, que saben manejar como nadie los políticos locales.
La izquierda, donde militan casi todos los funcionarios, incluso los que enchufó el Partido Popular, suele odiar a los empresarios, porque los considera clase que hay que eliminar, representan a la burguesía, y ya se sabe que el comunismo nació para acabar con los burgueses, como los nacionalsocialistas a los judíos y otras razas que consideraba infrahumanas.
Yo siempre fui asalariado de empresarios, si me olvido mi labor en una administración pública como contratado, he sufrido a capitalistas abyectos, golfos, malandrines; personajes satánicos, que desprecian a los trabajadores, que los consideran inferiores y como una máquina más de su empresa, de su propiedad. Pero también empresarios ejemplares, que lo han pasado muy mal para sacar adelante sus negocios, sus comercios; a los que les dolía que se retratase un solo día la nómina mensual de sus trabajadores, a los que trató de tú a tú e incluso admitió sus críticas por la forma de llevar la empresa. Esta gente sí que es progresista, porque invirtió el dinero que no tenía, después de que se lo concediera el banco correspondiente, para dar trabajo a otras personas, hombres o mujeres; que pagó impuestos casi confiscatorios a las administraciones públicas. Y, en muchos casos, por las crisis económicas, provocadas por las malversaciones y los gastos superfluos y locuras de los dirigentes políticos, comprobaron cómo sus empresas resultaban embargadas, cerradas, mientras sus trabajadores pasaban a engrosar las listas del paro y ellos se quedaban en la puta calle.
Gobernados por funcionarios, en muchos casos, alcanzados mediante el favor político, cómo queremos que nuestra nación progrese y avance. El empresario, cuando se equivoca, se queda sin nada. Los políticos nunca pierden.
Posdata: Mi familia paterna pertenece a una saga de funcionarios de cuatro generaciones. Mis tres hermanos lo son. Mi familia materna, en cambio, fueron empresarios. Conozco de lo que hablo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Me he referido a este asunto en reiteradas ocasiones: uno de los problemas más densos, profundos y esenciales de la política consiste en que los altos cargos de los partidos, a la diestra y a la siniestra, salvo excepciones, son funcionarios. Unos alcanzaron el puesto después de duras oposiciones; otros, plagiaron tesis para doctorarse, y también los hay que entraron en la función pública merced al nepotismo, en general, sin haber aprendido lo que es trabajar en la empresa privada.
Un funcionario, a no ser que sea hijo de un pequeño empresario, ignora lo que significa ser emprendedor, pedir un crédito para abrir un negocio, cumplir todos los meses con la Seguridad Social, Hacienda y los trabajadores; comerte el coco con tu negocio desde el alba hasta que la ciudad duerme.
Un funcionario, aunque no lo haya pensado nunca, suele ser ultraconservador, porque, desde que acabó sus estudios, elementales, medios o superiores, se preparó para aprobar una oposición a las administraciones, locales, regionales o de carácter estatal, y, de tal manera, asegurarse el salario mensual, las extraordinarias y la jubilación. Unos 35 años o más trabajando con red.
Hay funcionarios muy laboriosos, pero a un vago lo enchufas en cualquier ayuntamiento, diputación o autonomía y nunca jamás podrás echarlo de su puesto de no trabajo. Imposible. El jeta se enquista en su mesa y silla y nadie le molestará hasta que se jubile, máxime si el político de turno también es funcionario, con lo cual le procurará una labor sencilla, fácil, que no le estrese. El funcionario “bartolo” suele coincidir con el funcionario que aprobó la oposición a través de nepotismo, que saben manejar como nadie los políticos locales.
La izquierda, donde militan casi todos los funcionarios, incluso los que enchufó el Partido Popular, suele odiar a los empresarios, porque los considera clase que hay que eliminar, representan a la burguesía, y ya se sabe que el comunismo nació para acabar con los burgueses, como los nacionalsocialistas a los judíos y otras razas que consideraba infrahumanas.
Yo siempre fui asalariado de empresarios, si me olvido mi labor en una administración pública como contratado, he sufrido a capitalistas abyectos, golfos, malandrines; personajes satánicos, que desprecian a los trabajadores, que los consideran inferiores y como una máquina más de su empresa, de su propiedad. Pero también empresarios ejemplares, que lo han pasado muy mal para sacar adelante sus negocios, sus comercios; a los que les dolía que se retratase un solo día la nómina mensual de sus trabajadores, a los que trató de tú a tú e incluso admitió sus críticas por la forma de llevar la empresa. Esta gente sí que es progresista, porque invirtió el dinero que no tenía, después de que se lo concediera el banco correspondiente, para dar trabajo a otras personas, hombres o mujeres; que pagó impuestos casi confiscatorios a las administraciones públicas. Y, en muchos casos, por las crisis económicas, provocadas por las malversaciones y los gastos superfluos y locuras de los dirigentes políticos, comprobaron cómo sus empresas resultaban embargadas, cerradas, mientras sus trabajadores pasaban a engrosar las listas del paro y ellos se quedaban en la puta calle.
Gobernados por funcionarios, en muchos casos, alcanzados mediante el favor político, cómo queremos que nuestra nación progrese y avance. El empresario, cuando se equivoca, se queda sin nada. Los políticos nunca pierden.
Posdata: Mi familia paterna pertenece a una saga de funcionarios de cuatro generaciones. Mis tres hermanos lo son. Mi familia materna, en cambio, fueron empresarios. Conozco de lo que hablo.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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