PATRIMONIO: EMBELLECER ZAMORA
El acceso al Portillo de la Lealtad demanda una escalinata de granito
Desde muy niño, cuando me llevaba algún miembro de mi familia; en mi juventud, cuando iba a reflexionar sobre el misterio del amor, la amistad y Dios, y ya de adulto, cuando lo elegía para besar y estrechar contra mi pecho a una mujer, siempre tuve querencia por pasear hasta el parque del Castillo, hoy bautizado, con acierto, como el de Baltasar Lobo. Cuando era un joven creyente, me pasaba, con anterioridad, a charlar un rato con el Cristo de las Injurias. Después, me olvidé de esa estación.
Confieso que elegí siempre acceder a los jardines por el Portillo de la Traición, desde hace algún tiempo de la Lealtad. Quizá se debiera al lirismo que rodeaba ese camino y a la historia que se escribió en aquel lugar. El medioevo me apasiona. Zamora, por ende, me encanta.
Desde muy joven, cada vez que mi destino se dirigía hacia el Castillo, me pregunté por qué ese sendero, cuando llovía, que se convertía en una paseo de selva tropical: enfangado, resbaladizo, inestable, no se transformaba para siempre creando una escalera de granito desde su base, en el Sillón de la Reina, hasta casi el mismo paso por el Portillo. Me resulta inexplicable que, después de décadas, ya desde el tardofranquismo, hasta los ayuntamientos democráticos, ningún alcalde tomase la decisión de construir una escalinata que facilitase el acceso y el descenso al Portillo de la Lealtad.
Además, para mayor escarnio, cuando llueve, el agua arrastra tierras y cantos camino abajo, con lo que el paraje muestra un aspecto de absoluto abandono. ¡Cómo es posible que uno de los hechos más decisivos en la Historia de la España medieval, que podría haber sido argumento de cualquier obra de Shakespeare, se deje a la buena de Dios, de la meteorología! Después, cuando se seca, más problemas para patearlo. Si, de una vez por todas, se levantase una escalinata de granito, si es de Sayago, ideal, se acabaría con el problema y con los seculares gastos que conlleva su arreglo.
Pido al equipo de Gobierno, el que ahora regenta la Casa de las Panaderas, o al que venga, si gana los comicios municipales, que propongan un concurso de ideas para cambiar ese espacio histórico que guarda la ciudad del Romancero.
Eugenio-Jesús de Ávila
Desde muy niño, cuando me llevaba algún miembro de mi familia; en mi juventud, cuando iba a reflexionar sobre el misterio del amor, la amistad y Dios, y ya de adulto, cuando lo elegía para besar y estrechar contra mi pecho a una mujer, siempre tuve querencia por pasear hasta el parque del Castillo, hoy bautizado, con acierto, como el de Baltasar Lobo. Cuando era un joven creyente, me pasaba, con anterioridad, a charlar un rato con el Cristo de las Injurias. Después, me olvidé de esa estación.
Confieso que elegí siempre acceder a los jardines por el Portillo de la Traición, desde hace algún tiempo de la Lealtad. Quizá se debiera al lirismo que rodeaba ese camino y a la historia que se escribió en aquel lugar. El medioevo me apasiona. Zamora, por ende, me encanta.
Desde muy joven, cada vez que mi destino se dirigía hacia el Castillo, me pregunté por qué ese sendero, cuando llovía, que se convertía en una paseo de selva tropical: enfangado, resbaladizo, inestable, no se transformaba para siempre creando una escalera de granito desde su base, en el Sillón de la Reina, hasta casi el mismo paso por el Portillo. Me resulta inexplicable que, después de décadas, ya desde el tardofranquismo, hasta los ayuntamientos democráticos, ningún alcalde tomase la decisión de construir una escalinata que facilitase el acceso y el descenso al Portillo de la Lealtad.
Además, para mayor escarnio, cuando llueve, el agua arrastra tierras y cantos camino abajo, con lo que el paraje muestra un aspecto de absoluto abandono. ¡Cómo es posible que uno de los hechos más decisivos en la Historia de la España medieval, que podría haber sido argumento de cualquier obra de Shakespeare, se deje a la buena de Dios, de la meteorología! Después, cuando se seca, más problemas para patearlo. Si, de una vez por todas, se levantase una escalinata de granito, si es de Sayago, ideal, se acabaría con el problema y con los seculares gastos que conlleva su arreglo.
Pido al equipo de Gobierno, el que ahora regenta la Casa de las Panaderas, o al que venga, si gana los comicios municipales, que propongan un concurso de ideas para cambiar ese espacio histórico que guarda la ciudad del Romancero.
Eugenio-Jesús de Ávila






















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.34