EL BECARIO TARDIO
Presente y pasado
Esteban Pedrosa
Es muy típico acudir al pasado para contrastarlo con el presente, dándolo por ganador en esa contraposición de sentimientos que nos van viniendo con los años, hasta llegar a la conclusión de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque que nos lleguen indicios, pocos, de lo contario en algunos casos. ¿Qué tuvo, por ejemplo, la Semana Santa de mil novecientos ochenta y seis que no haya tenido la que está a punto de comenzar? Para quien esto escribe, los años principalmente, casi treinta menos y la circunstancia de no pasarla en Zamora algunos de esos años, por lo que puedo asegurar que ni me enteré ni ese ni muchos más años en la capital del reino de lo que por aquí llamamos la semana grande, la quieras o no y con la que tienes que convivir.
(Aunque me gustaría seguir con ese tema de la santa semana, muchas son las voces que me aconsejan que no, que espere a momentos más propicios que este y de paso demuestre que no cualquier tiempo pasado fue mejor. Aquí, por tanto, dejo constancia de que algún día hablaré del asunto como realmente lo pienso y lo siento, incluso se sorprenderán cómo mi parecer ha ido cambiando, muchas veces obligado y otras veces obligado también por algún tonto de capirote por medio). Tonto de capirote con o sin carné, sea cual sea su profesión en la vida real y la utilice o no para temas de religión en una España que, al menos, debería de cumplir con unos de sus preceptos: Aconfesional.
Tenía un amigo de opinión contraria, que siempre me demostraba que, para él, lo mejor estaba por llegar y por eso llevaba una libreta en la que apuntaba todo y no perder detalle y así constatar sus teorías, siempre muy razonadas hasta la paranoia y cuando, por circunstancias, lógicamente ajenas, cambiaron las tornas, la vida para él dejó de tener sentido y se buscó una novia con la que se casó, “tal es mi desesperación”, me dijo un día.
Es muy típico acudir al pasado para contrastarlo con el presente, dándolo por ganador en esa contraposición de sentimientos que nos van viniendo con los años, hasta llegar a la conclusión de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque que nos lleguen indicios, pocos, de lo contario en algunos casos. ¿Qué tuvo, por ejemplo, la Semana Santa de mil novecientos ochenta y seis que no haya tenido la que está a punto de comenzar? Para quien esto escribe, los años principalmente, casi treinta menos y la circunstancia de no pasarla en Zamora algunos de esos años, por lo que puedo asegurar que ni me enteré ni ese ni muchos más años en la capital del reino de lo que por aquí llamamos la semana grande, la quieras o no y con la que tienes que convivir.
(Aunque me gustaría seguir con ese tema de la santa semana, muchas son las voces que me aconsejan que no, que espere a momentos más propicios que este y de paso demuestre que no cualquier tiempo pasado fue mejor. Aquí, por tanto, dejo constancia de que algún día hablaré del asunto como realmente lo pienso y lo siento, incluso se sorprenderán cómo mi parecer ha ido cambiando, muchas veces obligado y otras veces obligado también por algún tonto de capirote por medio). Tonto de capirote con o sin carné, sea cual sea su profesión en la vida real y la utilice o no para temas de religión en una España que, al menos, debería de cumplir con unos de sus preceptos: Aconfesional.
Tenía un amigo de opinión contraria, que siempre me demostraba que, para él, lo mejor estaba por llegar y por eso llevaba una libreta en la que apuntaba todo y no perder detalle y así constatar sus teorías, siempre muy razonadas hasta la paranoia y cuando, por circunstancias, lógicamente ajenas, cambiaron las tornas, la vida para él dejó de tener sentido y se buscó una novia con la que se casó, “tal es mi desesperación”, me dijo un día.
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