HABLEMOS
Opereta Magariños
Desde Zamora
Yolanda Díaz es una nada política con su soniquete empalagoso y pueril de guardería, que viene a dar exacta medida de la profunda estupidez a que ha llegado la opinión pública en nuestra sociedad, capaz de tomar, manipulación mediática incluida, una figura así por real alternativa de poder.
El meteoro yolandista, perseida fugaz a no ser que la estupidez susodicha se convierta en suicidio colectivo, lo único que tiene de relevante es que confirma la contradicción insoluble del comunismo clásico, estalinismo perviviendo de modo residual a través de grupúsculos asamblearios y liderazgos abocados a un rotundo fracaso, dentro de la actual coyuntura política. Al presente las luchas intestinas de la izquierda radical son opereta cuya eficacia, siempre menor, dependerá del eco prime time que le dispensen medios afines. Más allá, lo decisivo de Yolanda Díaz brillando en el cortico universo Magariños es, precisamente, aquello que chirrió en el impostado repudio hacia quien la elevó no sin segunda intención a tan galáctico estrellato.
Yolanda Díaz contra Podemos y Pablo Iglesias pone de manifiesto la honda contradicción de lo que éste y su partido representan, no ya en lo personal sino en lo político, arrastrando liderazgos como los de Montero y Belarra, cuya pose y actuaciones de última hora auguran un ostracismo similar al de Errejón. Hasta cierto punto Iglesias, con una capacidad de liderazgo que nadie discutiría comparada con la de su díscola delfina, fue consecuente al margen del propio circo mediático, error inmenso en su caso. Es por ello que el noli me tangere yolandista, gesto adornado con tirabuzón y modelito televisivo, supone ruptura y crisis en un dirimente terreno político. Es la obra de Iglesias lo que naufraga con el proyecto, un decir, de Yolanda Díaz candidata a la presidencia del gobierno de España.
Pero la cuestión no acaba ahí. Díaz es lo que comunica: absoluta inanidad. Mas con Iglesias fuera de juego, y difícil será que vuelva a barajar, lo importante es determinar la viabilidad del sanchismo y, junto a él, la de un PSOE muy erosionado en el futuro de la política española.
Yolanda Díaz es una nada política con su soniquete empalagoso y pueril de guardería, que viene a dar exacta medida de la profunda estupidez a que ha llegado la opinión pública en nuestra sociedad, capaz de tomar, manipulación mediática incluida, una figura así por real alternativa de poder.
El meteoro yolandista, perseida fugaz a no ser que la estupidez susodicha se convierta en suicidio colectivo, lo único que tiene de relevante es que confirma la contradicción insoluble del comunismo clásico, estalinismo perviviendo de modo residual a través de grupúsculos asamblearios y liderazgos abocados a un rotundo fracaso, dentro de la actual coyuntura política. Al presente las luchas intestinas de la izquierda radical son opereta cuya eficacia, siempre menor, dependerá del eco prime time que le dispensen medios afines. Más allá, lo decisivo de Yolanda Díaz brillando en el cortico universo Magariños es, precisamente, aquello que chirrió en el impostado repudio hacia quien la elevó no sin segunda intención a tan galáctico estrellato.
Yolanda Díaz contra Podemos y Pablo Iglesias pone de manifiesto la honda contradicción de lo que éste y su partido representan, no ya en lo personal sino en lo político, arrastrando liderazgos como los de Montero y Belarra, cuya pose y actuaciones de última hora auguran un ostracismo similar al de Errejón. Hasta cierto punto Iglesias, con una capacidad de liderazgo que nadie discutiría comparada con la de su díscola delfina, fue consecuente al margen del propio circo mediático, error inmenso en su caso. Es por ello que el noli me tangere yolandista, gesto adornado con tirabuzón y modelito televisivo, supone ruptura y crisis en un dirimente terreno político. Es la obra de Iglesias lo que naufraga con el proyecto, un decir, de Yolanda Díaz candidata a la presidencia del gobierno de España.
Pero la cuestión no acaba ahí. Díaz es lo que comunica: absoluta inanidad. Mas con Iglesias fuera de juego, y difícil será que vuelva a barajar, lo importante es determinar la viabilidad del sanchismo y, junto a él, la de un PSOE muy erosionado en el futuro de la política española.
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