Homenaje al alcalde de mi pueblo

No soporto las despedidas. Cuando alguien se va de su puesto de trabajo, se muda de casa o de ciudad, si previamente le he tratado y he sentido afecto o cariño, me duele en el alma perderle; tal vez porque soy de esas personas que se sienten cómodas en la rutina y cualquier alteración de ese automatismo, me perturba en exceso.

Esta entradilla viene al caso de un hecho que, ciertamente, me ha repercutido hasta el punto de que considero necesario a través de estas líneas rendir un homenaje de gratitud con mis pobres palabras. Se trata del adiós a la política de quien fue alcalde de Castronuevo de los Arcos, mi pueblo: don Fermín Largo Turiño, durante veintiocho años, más ocho de concejal; es decir un total de treinta y seis años al frente del ayuntamiento, y con lealtad al mismo partido político, algo de lo que muy pocos servidores públicos pueden presumir; ahí queda el dato, a ver si el partido al que ha representado con rectitud y dignidad, tiene a bien distinguir su fidelidad en la forma que merece.

Fermín es un hombre que, sin ser nacido en aquella tierra, se vinculó de tal forma con el pueblo que hizo por él lo que nadie había hecho con anterioridad; por supuesto sin olvidar la inestimable colaboración de los sucesivos equipos que tuvo en sus concejalías. Dotó a Castronuevo de: asfaltado de calles, alumbrado público, ampliación del cementerio municipal, creación de zona deportiva y de recreo en la antigua laguna, instalación de un depósito de agua junto al camposanto, construcción de un nuevo ayuntamiento ampliando el anterior, reconversión de la antigua escuela de niñas en Consultorio médico, creación de un comedor social, rehabilitación de la plaza verde a la entrada del pueblo; instalación de una depuradora de aguas, derribo de casas arruinadas que constituían un problema de seguridad para los viandantes, instauración de una toma de agua para transportes agrícolas junto al puente… y más servicios para el pueblo que, sin duda, se me habrán quedado en el tintero.  

Este hombre, Fermín Largo Turiño, cuya afinidad conmigo en el apellido responde a una simple casualidad, no a vínculo de sangre alguno, es conocido en las instituciones zamoranas por ser emprendedor para con el pueblo, pidiendo –exigiendo a veces- mejoras constantes para una vieja villa que pierde habitantes a diario y, de ese modo, moviéndose, requiriendo mejoras, solicitando permisos, organizando iniciativas. Se le ha reelegido en el cargo de regidor durante décadas, porque en los pueblos pequeños la gente no vota al partido, sino al candidato, a la persona, a aquel a quien puede dirigirse en cualquier momento para pedir, sugerir o proponer algo, porque es un vecino más que convive con los mismos problemas que el resto.

A pesar de todas las bondades que he mencionado, Fermín ha sido, es y será la diana donde atesten dardos los envidiosos, los negativos, los ociosos y todos aquellos que se dedican a criticar a quien hace algo bueno por los demás. En los pueblos estas rencillas cainitas que, en un principio pueden deberse a una banalidad, se convierten en terribles afrentas que separan, distancian y crean enemistades perpetuas; así ha sido siempre, tal y como Delibes expresa en “el disputado voto del sr. Cayo” donde describe un pueblo de tan solo dos vecinos que ni siquiera se dirigen la palabra. Pocos y mal avenidos, con sempiternas heridas que no se cierran porque no existe la voluntad de hacerlo; y con la tristeza de comprobar en cada ocasión que se presenta como se alegran más del fracaso ajeno que del éxito propio.

Con el alcalde Fermín se cierra un ciclo de muchos años de indudables mejoras para Castronuevo por parte de un hombre respetado por quienes le conocen, enemigo de la maledicencia y, sin embargo, consciente de las envidias y zancadillas que se le han puesto sin merecerlo durante su mandato como regidor. Ha tomado la decisión de no presentarse en los próximos comicios, de retirarse a un lado y dar paso al siguiente que resulte elegido.

Castronuevo tiene una deuda de gratitud para con Fermín, aunque dudo mucho que la salden; pasará el tiempo y llegaran a olvidarse todas las cosas buenas que hizo por este pueblo; si bien, confío en que haya personas que piensen en él como el alcalde más comprometido y que más favoreció a un pueblo que, sin ser el suyo de nacimiento, amó y mejoró. 

Desde esta tribuna que me permite poner voz a lo que sienten en silencio algunos vecinos de Castronuevo, me permito dar la enhorabuena a Fermín por tantos años de buen hacer, por haber cumplido con retos inimaginables para muchos, y porque todo lo ha hecho sin alharacas, con la sencillez que le caracteriza. ¡Misión cumplida, alcalde!

Asimismo, deseo a quien tome el testigo de regidor, a aquel que resulte elegido en las próximas elecciones, todo lo mejor; que beneficie al pueblo, que luche por él y evite su decadencia, que se implique y su mandato no sirva tan solo para llevar la vara de mando el día de la fiesta, sino que escuche a los vecinos, proponga ideas y las pelee en la Diputación para llevarlas a cabo. Pese a ser un pueblo pequeño, con pocos habitantes, aún palpita; y hasta el momento en que se pierda ese latido es preciso luchar para otorgarle un poco del brillo que tuvo en el pasado, antes de que perdiéramos las escuelas por falta de niños, compartiéramos sacerdote, cerraran los tres bares y el mesón que hubo un día y fuera víctima de esa despoblación criminal que está masacrando los viejos pueblos zamoranos.