HABLEMOS
¿Un Tribunal Constitucional ejerciendo de tercera cámara?
Desde Zamora
La verdad sea dicha. En los peregrinajes realizados a un Madrid al que siempre estaremos, como cualquier español de bien, por una u otra razón agradecidos, causó y causa extrañeza la estética búnker del edificio del Tribunal Constitucional, erigido cual poderoso tótem “democrático” con portillos como blindados a lo galeón imperial, para que se advierta el inmenso poder y dignidad, hoy mediando la presidencia de Conde Pumpido, al acudir a los lares capitalinos por la que fue rodada, humilde y tópica N-VI. Nacional de Franco y su régimen, según era de prever.
No es preciso entrar en la neutralidad del Altísimo Tribunal, con miembros de cuota que no de carrera, enmendando a veces la plana a nuestro único Alto Tribunal, no otro que el Supremo. Pero desde círculos mediáticos se aventa la especie de la politización del Tribunal de garantías, sugiriendo actuaciones que quizá rayarían aquello del “dictar a sabiendas”. Al margen de si es cierto o no, de lo que no hay duda es que los miembros del postulado Altísimo Tribunal se han significado o fueron significados a la hora del nombramiento, por determinadas filiaciones partidarias y políticas. Que si conservadores, que si progresistas, que si propuestos por estas o aquellas siglas, son apreciaciones que dan pábulo a la comidilla mediática e incluso judicial. Algo que, aun como mero rumor, es bochorno respecto a la necesaria independencia de los miembros de un órgano que tiene en sus manos decisiones de gran alcance político.
A resultas de nombramientos discutibles a ojos de la ciudadanía y la opinión pública, la derecha conservadora llamada a ejercer el poder tendría que abordar una estrategia política, respetando los mecanismos del vigente aparato legal y administrativo, para garantizar la escrupulosa imparcialidad del órgano que, por un diseño normativo chapucero y una práctica no menos torticera, podría convertirse por la puerta de atrás en tercera cámara avalando las leyes ideológicas de la extrema izquierda socialista y comunista, en contra de la labor legítima de fuerzas mayoritarias a no tardar refrendadas por las urnas.
El PP y Núñez Feijóo deben tenerlo claro. En calidad de tal, el poder se desempeña. Axioma que la izquierda hace suyo, lo mismo que aplica con especial virtuosismo. Consiguientemente, la derecha conservadora cuando asuma mando y gobierno hará valer sus potestades, vigilante ya, desde la observancia de la ley con sus numerosos vericuetos, respecto a la actuación, competencias, nombramientos, funcionamiento e incluso financiación del órgano no jurisdiccional presidido por quien se mostró partidario de manchar la toga con el polvo del camino.
Tome nota de una vez, por lo campeador y tenaz, el PP de Núñez Feijóo. El poder será siempre poder, casi infinito tratándose del ejecutivo. Con lo cual, habida cuenta de las muchas sendas y vericuetos, ¡que se embarren después de las elecciones!
La verdad sea dicha. En los peregrinajes realizados a un Madrid al que siempre estaremos, como cualquier español de bien, por una u otra razón agradecidos, causó y causa extrañeza la estética búnker del edificio del Tribunal Constitucional, erigido cual poderoso tótem “democrático” con portillos como blindados a lo galeón imperial, para que se advierta el inmenso poder y dignidad, hoy mediando la presidencia de Conde Pumpido, al acudir a los lares capitalinos por la que fue rodada, humilde y tópica N-VI. Nacional de Franco y su régimen, según era de prever.
No es preciso entrar en la neutralidad del Altísimo Tribunal, con miembros de cuota que no de carrera, enmendando a veces la plana a nuestro único Alto Tribunal, no otro que el Supremo. Pero desde círculos mediáticos se aventa la especie de la politización del Tribunal de garantías, sugiriendo actuaciones que quizá rayarían aquello del “dictar a sabiendas”. Al margen de si es cierto o no, de lo que no hay duda es que los miembros del postulado Altísimo Tribunal se han significado o fueron significados a la hora del nombramiento, por determinadas filiaciones partidarias y políticas. Que si conservadores, que si progresistas, que si propuestos por estas o aquellas siglas, son apreciaciones que dan pábulo a la comidilla mediática e incluso judicial. Algo que, aun como mero rumor, es bochorno respecto a la necesaria independencia de los miembros de un órgano que tiene en sus manos decisiones de gran alcance político.
A resultas de nombramientos discutibles a ojos de la ciudadanía y la opinión pública, la derecha conservadora llamada a ejercer el poder tendría que abordar una estrategia política, respetando los mecanismos del vigente aparato legal y administrativo, para garantizar la escrupulosa imparcialidad del órgano que, por un diseño normativo chapucero y una práctica no menos torticera, podría convertirse por la puerta de atrás en tercera cámara avalando las leyes ideológicas de la extrema izquierda socialista y comunista, en contra de la labor legítima de fuerzas mayoritarias a no tardar refrendadas por las urnas.
El PP y Núñez Feijóo deben tenerlo claro. En calidad de tal, el poder se desempeña. Axioma que la izquierda hace suyo, lo mismo que aplica con especial virtuosismo. Consiguientemente, la derecha conservadora cuando asuma mando y gobierno hará valer sus potestades, vigilante ya, desde la observancia de la ley con sus numerosos vericuetos, respecto a la actuación, competencias, nombramientos, funcionamiento e incluso financiación del órgano no jurisdiccional presidido por quien se mostró partidario de manchar la toga con el polvo del camino.
Tome nota de una vez, por lo campeador y tenaz, el PP de Núñez Feijóo. El poder será siempre poder, casi infinito tratándose del ejecutivo. Con lo cual, habida cuenta de las muchas sendas y vericuetos, ¡que se embarren después de las elecciones!



















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