Miércoles, 24 de Diciembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Lunes, 19 de Junio de 2023
ZAMORANA

Te escucho

Mº Soledad Martín Turiño

[Img #79447]Te escucho y asiento con la cabeza mientras mis ojos recorren con avidez tus gestos corroborando la triste nostalgia de una ilusión perdida; me siento en consonancia con lo que expresas porque a veces, efectivamente, se vive por inercia, los días carecen de sentido y cuesta enfrentarse a cada nueva jornada cuando ya las ilusiones parecen haber desaparecido; hastían los hábitos aprendidos y la apatía se instala en el corazón, ya sea porque nada le resulta nuevo, o por la decepción de que los proyectos que se forjaron durante años, no parece que vayan a consumarse; y eso es lo que más duele.

 

Marcel Proust aseveraba que “los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre”; atendiendo a ese aforismo, deberíamos agradecer cada nuevo amanecer y hacerlo diferente, aportando algo especial que nos aleje de la monotonía y sea fructífero para nuestro riguroso cerebro.

 

Si, además de esa apatía, se añade el hecho de que cada mañana y con el mejor propósito, nos sentamos ante el pulcro cuaderno y aparece el desolador folio en blanco, incapaz de llenarlo con frases que no surgen, ideas adormecidas en el subconsciente, o la devastadora temática de la negación, que a nada conduce; entonces, en esos momentos, es preferible dejarlo todo, salir fuera de nuestro ambiente, caminar entre las calles para observar a las personas que, también, tienen sus propias ansiedades y desasosiegos, o perderse en la soledad de un parque formando parte de esa naturaleza imprescindible para regalarnos un instante de paz. Allí, a la sombra de un árbol, la mente se serena, los trinos de los pájaros ponen música a la soledad, mientras las ramas se mueven acompasadamente en un vals de suaves movimientos.

 

Es preciso buscar el aislamiento lejos de la gente para que tal retiro apacigüe los sentidos, dejarse llevar por el instante, con los ojos semicerrados y levantando la cabeza en busca de unos rayos de sol que acaricien el rostro aportando esa calidez tan necesaria que todos precisamos. Al cabo de un rato, un largo paseo completará el tiempo de holganza hasta que los miembros se agoten para regresar, de nuevo, al silencio de nuestro refugio. Allí, antes o después, las palabras irán brotando inspiradas por las sensaciones que acabamos de experimentar; de ese modo, nos congraciamos momentáneamente con la vida y hasta se mejora la salud física y mental con la pretensión de que el esfuerzo para seguir adelante ha valido la pena.

 

Sí, llegados a una edad, cuando las obligaciones han cesado, comienza una decadencia física que resulta palmaria cada día, duelen partes del cuerpo con las que antes convivíamos sin saber siquiera que existían, algunos de nuestros amigos y seres queridos se han ido para siempre, y asistimos a una inexplicable y dolorosa soledad del alma que puede llegar a consumirnos.

 

Con la edad, el tiempo se va acortando y, con él, la sensación de que hay que aprovecharlo, haciendo algo especial para dejar algo atrás que indique que no formamos parte de la masa que se diluye en nada o, en el mejor de los casos, si lo hemos merecido, seamos recordados una o dos generaciones a lo sumo, por aquellos que nos quisieron un día. Por eso hay que exprimir el tiempo, que se pierde inexorablemente como agua en una cesta, y hacer todo aquello de lo que seamos capaces; o incluso permitirnos el lujo de no hacer nada, ejercitando el placer de 'il dolce far niente” porque, según aseveraba Goethe: “El día es excesivamente largo para quien no lo sabe apreciar y emplear.”

 

Te escucho, te aconsejaré como me solicitas, y he de rebatirte para animar ese espíritu que bulle en tu interior de adolescente; aunque mediré bien mis palabras para no traslucir las muchas veces que a lo largo de tu vida sentirás ese fatal desosiego que ahora te carcome.

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