HABLEMOS
La trampa liberal (y II)
Desde Zamora
Coyuntura de entonces, a propósito del liberalismo, que invita a repensar la situación actual. Los sistemas “social-democráticos” surgidos durante el siglo XX a costa de ceder y ceder, de convertir una sociedad libre en plebe subsidiada y obediente del mal llamado Estado del bienestar, experimento totalitario sibilino, se hallan en crisis debido a su inviabilidad técnica y presupuestaria. El fracaso lo es de la socialdemocracia pese a su absoluta primacía en el plano ideológico e institucional, a raíz de los colosales aparatos nacionales y supranacionales que se erigen en instancia prevalente a costa de la ciudadanía.
La amenaza es idéntica a la de antaño, con un liberalismo incluso más desorientado, más degradado y rehén de políticas de inspiración centrista, en rigor socialdemócrata. Llámese como se quiera, pero lo poco que resta de liberal en Occidente se convierte desde los complejos y la pasividad en gran valladar para las clases activas y propietarias, a la hora de aceptar el hecho de que lo puesto en juego no son ya las instituciones, los mecanismos de democracias fracasadas por adulteradas, a causa del clientelismo y omnipresencia del Estado, o Socialburocracia sin matiz.
El liberalismo de nuestros días, degenerando a subproducto político instalado en los aparatos de una partitocracia corrupta que saquea y desprecia al ciudadano común, constituye el problema por escamotear y disfrazar la verdad real que, entonces y ahora, estuvo siempre sobre el tablero. Al presente más que nunca se hace necesario asumir que la política es poder, a dirimir no en cenáculos de apparatchiks corruptos practicantes de la comisión junto a demás privilegios intolerables, a cargo de los impuestos y el erario. Pero tampoco se ventilará en instituciones desvirtuadas, sino que lo hará allí donde dicho poder se materializa y hace efectivo.
La derecha conservadora, si es que es capaz de organizarse en movimientos cívicos para defender los legítimos intereses de las clases activas y propietarias, debería tenerlo en cuenta. Ello frente a la amenaza de socialismo y comunismo señoreando la política y la opinión pública, gracias a la coartada de un liberalismo obsequioso, indistinguible en la práctica del fámulo socialdemócrata, al servicio de un inequívoco afán totalitario. Liberalismo, en suma, que al igual que en un pasado aciago es parte del problema y no la solución.
Coyuntura de entonces, a propósito del liberalismo, que invita a repensar la situación actual. Los sistemas “social-democráticos” surgidos durante el siglo XX a costa de ceder y ceder, de convertir una sociedad libre en plebe subsidiada y obediente del mal llamado Estado del bienestar, experimento totalitario sibilino, se hallan en crisis debido a su inviabilidad técnica y presupuestaria. El fracaso lo es de la socialdemocracia pese a su absoluta primacía en el plano ideológico e institucional, a raíz de los colosales aparatos nacionales y supranacionales que se erigen en instancia prevalente a costa de la ciudadanía.
La amenaza es idéntica a la de antaño, con un liberalismo incluso más desorientado, más degradado y rehén de políticas de inspiración centrista, en rigor socialdemócrata. Llámese como se quiera, pero lo poco que resta de liberal en Occidente se convierte desde los complejos y la pasividad en gran valladar para las clases activas y propietarias, a la hora de aceptar el hecho de que lo puesto en juego no son ya las instituciones, los mecanismos de democracias fracasadas por adulteradas, a causa del clientelismo y omnipresencia del Estado, o Socialburocracia sin matiz.
El liberalismo de nuestros días, degenerando a subproducto político instalado en los aparatos de una partitocracia corrupta que saquea y desprecia al ciudadano común, constituye el problema por escamotear y disfrazar la verdad real que, entonces y ahora, estuvo siempre sobre el tablero. Al presente más que nunca se hace necesario asumir que la política es poder, a dirimir no en cenáculos de apparatchiks corruptos practicantes de la comisión junto a demás privilegios intolerables, a cargo de los impuestos y el erario. Pero tampoco se ventilará en instituciones desvirtuadas, sino que lo hará allí donde dicho poder se materializa y hace efectivo.
La derecha conservadora, si es que es capaz de organizarse en movimientos cívicos para defender los legítimos intereses de las clases activas y propietarias, debería tenerlo en cuenta. Ello frente a la amenaza de socialismo y comunismo señoreando la política y la opinión pública, gracias a la coartada de un liberalismo obsequioso, indistinguible en la práctica del fámulo socialdemócrata, al servicio de un inequívoco afán totalitario. Liberalismo, en suma, que al igual que en un pasado aciago es parte del problema y no la solución.




















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