Mª Soledad Martín Turiño
Sábado, 08 de Julio de 2023
ZAMORANA

La razón y las ofensas eternas

Mº Soledad Martín Turiño

Cuando ya han transcurrido dos tercios de la vida y hemos visto pasar ante nosotros las generaciones de abuelos y padres, sabemos que a nosotros nos toca el siguiente turno, antes de que los descendientes también vean finalizar nuestro viaje; así es el círculo de la vida que se va formando hasta cerrarse y acabar una singladura que otros comenzarán en una maravillosa aventura sin fin. Lo que dejamos atrás, lo que hayamos construido, la percepción que hayamos dejado en la gente que nos conoció… eso conformará la estela de lo que fuimos: una buena persona, un excelente profesional, alguien altruista, un vanidoso, un egoísta… y aquí pueden continuar tantos calificativos como personas encontremos por el camino, todos diferentes.

 

No obstante, hoy quisiera centrarme en ese antes que preludia el final, unos años que siempre son escasos, cuando hemos adquirido esa serena ancianidad que presupone sabiduría y experiencia pero que, en muchos casos, provoca comportamientos pueriles por asuntos aún más triviales; me refiero a los malentendidos o tergiversaciones que se provocan sin querer, pero que ofenden y dañan a aquellos que más queremos. A veces el detonante de un comentario desafortunado puede ser algo tan simple como tener un mal día, hacerlo involuntariamente o no pensar que al otro pueda afectarle.

 

La solución pasa por hablar con franqueza y deshacer el error acabando así con el agravio y retomando la amistad porque, a nuestra edad, es muy importante no perder los afectos, cosechar los apegos que hemos sembrado a lo largo de los años y no desprendernos de la gente querida por un desdichado y puntual comportamiento. Hay quien vive instalado en ese perenne infortunio y se cree con derecho a mantener el resentimiento hasta el fin de sus días, rumiando su cuita y alimentando el resquemor mientras aduce sólidos argumentos para cobijarse en su particular razón.

 

Desde niña he visto como ese sentimiento dividía a la gente, las ofensas eran eternas y los habitantes del pueblo, muchos enlazados por parentesco de sangre, pasaban sus vidas demostrándose un odio absoluto. Delibes lo refleja magistralmente en su obra “El disputado voto del señor Cayo” donde solo conviven dos vecinos y no se dirigen la palabra.

 

¡Ah, la razón! Ese discernimiento que todos nos consideramos con derecho a tener, ante nosotros mismos y ante los demás, que argumentamos con férreos e inflexibles testimonios casi irrebatibles por los demás. Ante este hecho, me viene a la mente el escritor Blaise Pascal que en su obra “Pensamientos” hace una profunda reflexión sobre la condición humana y lanza una frase esclarecedora a este respecto: “El que cree tener razón entre todas las cosas, la razón de las cosas desconoce”. Está todo dicho.

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