ZAMORANA
Las soledades
Mº Soledad Martín Turiño
Titulo este artículo en plural porque, siendo la soledad un concepto tan amplio, quisiera dar tan solo una pincelada de algunos de los tipos de soledades que pueden encontrarse y sufrirse en la vida diaria.
Si existe algo doloroso de verdad es la soledad en compañía; parece una paradoja, pero cuando veo a dos personas que llevan conviviendo toda la vida juntos y se pasan horas sin hablar, suelo pensar en dos opciones: o que ya se han dicho todo lo que debían decirse en tantos años juntos, y ese silencio les une en una comunión de ideas, o que cada uno tiene sus propios pensamientos, opiniones, planes e ilusiones en los que no cabe el otro.
La primera opción sería, sin duda, la preferida por cualquiera; nada más hermoso que compartir en silencio y unión la belleza de las cosas que nos rodean; sin palabras, observando a la vez el mismo cielo, la misma lluvia e incluso manteniendo largas conversaciones sin mover los labios, con una leve sonrisa o prendidos de la mano; ¡esa es la conversación más sublime porque no necesita palabras, ya que habitan en la mente de los dos al unísono! Esta situación en la que dos personas están juntas, codo con codo y en silencio la representan perfectamente parejas de personas mayores que vemos en algún pueblo deshabitado de nuestra provincia zamorana; ambos sentados en la piedra junto a la puerta de entada o en una silla baja, que pasan las horas sin decir una palabra, pero juntos, unidos.
No obstante, existe otra opción, que parecería semejante, si no fuera porque nuestra pareja, que también lleva unida toda la vida, ya se ha hartado el uno del otro, no tienen nada que decirse y buscan en el silencio un espacio propio no compartido por el compañero; así, la lluvia por ejemplo, uno la verá como algo hermoso y será un contratiempo para el otro, y si hablan, siempre hallarán un punto para la discusión o la controversia, los comentarios serán ácidos e irracionales, sin un solo tema común que no sea la rutina adquirida por los años compartidos que han dado lugar a un creciente resentimiento o, simplemente, a una latente apatía, sin esfuerzo de ninguno para superar esa situación; esa sería la soledad en compañía, la peor de las soledades.
Otro estado sería la soledad deseada, esa que echamos de menos cuando la pesadumbre se adueña de cuerpo y mente; la que anhelamos con vehemencia para estar a solas con uno mismo y resetear los pensamientos, desechando lo nocivo y acumulando lo saludable. Esa soledad es perfecta compañera de viaje, extiende las alas de la dicha, nos reconcilia con la vida y nos recuerda que el mejor amigo de cada uno es la propia persona. Lope de Vega escribía a este respecto:
“A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos”
No podría terminar sin tratar sobre la soledad impuesta, ese irremediable estado que se presenta, en muchas ocasiones, al final de la vida, cuando ya no existen familiares ni afectos cercanos, la salud empieza a esquebrajarse y nos hallamos solos, a merced de extraños que nos cuiden o engrosando el número de internos en residencias donde ¡tal vez con suerte! podamos encontrar otras personas con quienes entablar una amistad y perder de vista el fantasma de esa desdichada orfandad.
Existen diferentes tipos de soledades como distintas son las personas que la gozan o la sufren. Quisiera terminar con sendas frases de dos autores franceses cuyas opiniones difieren en lo que atañe a este concepto. Así, Víctor Hugo escribía: “El infierno está todo en esta palabra: soledad”; sin embargo, el contrapunto lo pone el aserto de Montaigne: “Soledad: un instante de plenitud”; lo que demuestra que existe un solo mundo, pero diferentes versiones y formas de entenderlo. ¡Que cada cual elija la mejor acepción de soledad y goce con ella!
Titulo este artículo en plural porque, siendo la soledad un concepto tan amplio, quisiera dar tan solo una pincelada de algunos de los tipos de soledades que pueden encontrarse y sufrirse en la vida diaria.
Si existe algo doloroso de verdad es la soledad en compañía; parece una paradoja, pero cuando veo a dos personas que llevan conviviendo toda la vida juntos y se pasan horas sin hablar, suelo pensar en dos opciones: o que ya se han dicho todo lo que debían decirse en tantos años juntos, y ese silencio les une en una comunión de ideas, o que cada uno tiene sus propios pensamientos, opiniones, planes e ilusiones en los que no cabe el otro.
La primera opción sería, sin duda, la preferida por cualquiera; nada más hermoso que compartir en silencio y unión la belleza de las cosas que nos rodean; sin palabras, observando a la vez el mismo cielo, la misma lluvia e incluso manteniendo largas conversaciones sin mover los labios, con una leve sonrisa o prendidos de la mano; ¡esa es la conversación más sublime porque no necesita palabras, ya que habitan en la mente de los dos al unísono! Esta situación en la que dos personas están juntas, codo con codo y en silencio la representan perfectamente parejas de personas mayores que vemos en algún pueblo deshabitado de nuestra provincia zamorana; ambos sentados en la piedra junto a la puerta de entada o en una silla baja, que pasan las horas sin decir una palabra, pero juntos, unidos.
No obstante, existe otra opción, que parecería semejante, si no fuera porque nuestra pareja, que también lleva unida toda la vida, ya se ha hartado el uno del otro, no tienen nada que decirse y buscan en el silencio un espacio propio no compartido por el compañero; así, la lluvia por ejemplo, uno la verá como algo hermoso y será un contratiempo para el otro, y si hablan, siempre hallarán un punto para la discusión o la controversia, los comentarios serán ácidos e irracionales, sin un solo tema común que no sea la rutina adquirida por los años compartidos que han dado lugar a un creciente resentimiento o, simplemente, a una latente apatía, sin esfuerzo de ninguno para superar esa situación; esa sería la soledad en compañía, la peor de las soledades.
Otro estado sería la soledad deseada, esa que echamos de menos cuando la pesadumbre se adueña de cuerpo y mente; la que anhelamos con vehemencia para estar a solas con uno mismo y resetear los pensamientos, desechando lo nocivo y acumulando lo saludable. Esa soledad es perfecta compañera de viaje, extiende las alas de la dicha, nos reconcilia con la vida y nos recuerda que el mejor amigo de cada uno es la propia persona. Lope de Vega escribía a este respecto:
“A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos”
No podría terminar sin tratar sobre la soledad impuesta, ese irremediable estado que se presenta, en muchas ocasiones, al final de la vida, cuando ya no existen familiares ni afectos cercanos, la salud empieza a esquebrajarse y nos hallamos solos, a merced de extraños que nos cuiden o engrosando el número de internos en residencias donde ¡tal vez con suerte! podamos encontrar otras personas con quienes entablar una amistad y perder de vista el fantasma de esa desdichada orfandad.
Existen diferentes tipos de soledades como distintas son las personas que la gozan o la sufren. Quisiera terminar con sendas frases de dos autores franceses cuyas opiniones difieren en lo que atañe a este concepto. Así, Víctor Hugo escribía: “El infierno está todo en esta palabra: soledad”; sin embargo, el contrapunto lo pone el aserto de Montaigne: “Soledad: un instante de plenitud”; lo que demuestra que existe un solo mundo, pero diferentes versiones y formas de entenderlo. ¡Que cada cual elija la mejor acepción de soledad y goce con ella!
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