HABLEMOS
Victoria pírrica
Desde Zamora
Al margen del batacazo demoscópico, fruto de la soberbia de quienes pretenden no ya manipular sino teledirigir a fuerza de encuestas y propaganda la voluntad de la ciudadanía, la decepción de la derecha en las recientes elecciones se calificará de mayúscula. Responsabilidad innegable de Vox, formación cuya viabilidad a medio plazo se halla en entredicho, después de perder de buenas a primeras un 40% de representación. Pero asimismo, y por lo más, de un PP víctima de la mediocridad e infinitas carencias de un líder a todas luces sobrevalorado.
La única salida que le queda a Feijóo y su staff partidario es airear el triunfo en votos y escaños. Victoria pírrica en todo caso, y no ya por la frustrada cifra de las 176 actas de una exigua mayoría absoluta, sino por la mucho más lógica, dada la calamidad sanchista, de una horquilla entre los 190 y 200 escaños, que habría confirmado la inequívoca reacción de la sociedad frente a los desmanes de la pasada legislatura.
Lo ocurrido con el partido “vencedor” pero difícilmente “gobernanzo”, ello en base a delirantes hipótesis sobre alianzas de oportunidad con el peneuvismo separatista y felón, no encierra demasiado misterio. Apostando por un bipartidismo que, dentro del agotado régimen del 78, fue coartada del PSOE desde su irrefrenable ambición de poder, Feijóo se limitó a ofrecer al electorado conservador gestión y gestión, como saber administrar de un buen ecónomo, o contable ejemplar de mucho número, manguito y visera.
Pero de ideario y valores nada, incluso lo contrario. A una ciudadanía que entiende a la perfección que para “echar a Sánchez” es necesaria firmeza de principios, se le hicieron llegar mensajes ambiguos, acompañados de una estrategia disparatada cuyo exponente ha sido el repudio y exclusión de Vox como aliado ineludible. Nadie en su sano juicio pudo pensar que el doble esperpento extremeño y murciano no pasaría factura a unos y otros, a la larga al candidato Feijóo en sus hoy fallidas aspiraciones a la presidencia del gobierno.
Las quimeras del voto útil, la lista más votada y la mayoría suficiente son indicio de una actitud penosa, que por el lado del hermano mayor de la derecha, pues así se tiene y postula, lleva irresponsablemente a la división, impidiendo una real alternativa de poder. En lo principal, un fracaso camuflado de victoria pírrica ha de imputarse al PP que no ha renunciado a sus eternas señas de identidad. Aquellas de una derecha partitocrática, estructura de mandos aferrados a los privilegios de aparato, habituados igualmente a disfrutar del parapeto de las instituciones, tanto en la esfera de lo político como en la del alto cargo burocrático.
Nada distinto hay ahora tras los bandazos hilarantes de un Feijóo y un PP abogando por soluciones “de Estado”, bajo apaño de imposibles alianzas o abstenciones. Lo último, la ocurrencia bipartidista de la Gran Coalición. ¿De qué van? Probablemente de lo que siempre fueron.
Al margen del batacazo demoscópico, fruto de la soberbia de quienes pretenden no ya manipular sino teledirigir a fuerza de encuestas y propaganda la voluntad de la ciudadanía, la decepción de la derecha en las recientes elecciones se calificará de mayúscula. Responsabilidad innegable de Vox, formación cuya viabilidad a medio plazo se halla en entredicho, después de perder de buenas a primeras un 40% de representación. Pero asimismo, y por lo más, de un PP víctima de la mediocridad e infinitas carencias de un líder a todas luces sobrevalorado.
La única salida que le queda a Feijóo y su staff partidario es airear el triunfo en votos y escaños. Victoria pírrica en todo caso, y no ya por la frustrada cifra de las 176 actas de una exigua mayoría absoluta, sino por la mucho más lógica, dada la calamidad sanchista, de una horquilla entre los 190 y 200 escaños, que habría confirmado la inequívoca reacción de la sociedad frente a los desmanes de la pasada legislatura.
Lo ocurrido con el partido “vencedor” pero difícilmente “gobernanzo”, ello en base a delirantes hipótesis sobre alianzas de oportunidad con el peneuvismo separatista y felón, no encierra demasiado misterio. Apostando por un bipartidismo que, dentro del agotado régimen del 78, fue coartada del PSOE desde su irrefrenable ambición de poder, Feijóo se limitó a ofrecer al electorado conservador gestión y gestión, como saber administrar de un buen ecónomo, o contable ejemplar de mucho número, manguito y visera.
Pero de ideario y valores nada, incluso lo contrario. A una ciudadanía que entiende a la perfección que para “echar a Sánchez” es necesaria firmeza de principios, se le hicieron llegar mensajes ambiguos, acompañados de una estrategia disparatada cuyo exponente ha sido el repudio y exclusión de Vox como aliado ineludible. Nadie en su sano juicio pudo pensar que el doble esperpento extremeño y murciano no pasaría factura a unos y otros, a la larga al candidato Feijóo en sus hoy fallidas aspiraciones a la presidencia del gobierno.
Las quimeras del voto útil, la lista más votada y la mayoría suficiente son indicio de una actitud penosa, que por el lado del hermano mayor de la derecha, pues así se tiene y postula, lleva irresponsablemente a la división, impidiendo una real alternativa de poder. En lo principal, un fracaso camuflado de victoria pírrica ha de imputarse al PP que no ha renunciado a sus eternas señas de identidad. Aquellas de una derecha partitocrática, estructura de mandos aferrados a los privilegios de aparato, habituados igualmente a disfrutar del parapeto de las instituciones, tanto en la esfera de lo político como en la del alto cargo burocrático.
Nada distinto hay ahora tras los bandazos hilarantes de un Feijóo y un PP abogando por soluciones “de Estado”, bajo apaño de imposibles alianzas o abstenciones. Lo último, la ocurrencia bipartidista de la Gran Coalición. ¿De qué van? Probablemente de lo que siempre fueron.


















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