ZAMORANA
El pueblo en verano
Mº Soledad Martín Turiño
![[Img #80527]](https://eldiadezamora.es/upload/images/07_2023/6527_6596_soledad-1.jpg)
Es verano y los forasteros llegan a los pueblos vacíos, se refugian en las casas de sus padres o abuelos, las adecentan para pasar los meses de estío y se integran, de nuevo, en el pequeño núcleo rural que dejaron atrás hace años. Por lo general, son personas mayores que han rehecho su vida lejos y que emigraron en la diáspora de los años sesenta para encontrar un futuro mejor en otros lares; los que nacieron allí se han integrado hasta el punto de perder las raíces, pero los mayores siguen viniendo al pueblo para retomar la esencia de lo que fueron un día.
Les veo ir a la ciudad y llenar sus coches con viandas para no depender de las camionetas que abastecen al pueblo cada semana. En sus casas no faltan las comodidades de las que antaño carecían: la televisión ha sustituido a la radio, el frigorífico a la fresquera, el teléfono móvil a las conferencias de la centralita... Afortunadamente todas las casas disponen de un cuarto de baño moderno que sus habitantes han instalado, porque el corral ya no sirve para satisfacer las necesidades corporales; de hecho, el corral ha cambiado su rol, ya no guarda animales domésticos o aperos de labranza; por el contrario, se ha convertido en un espacio de ocio y, siguiendo la moda que impera ahora en los pueblos, tiene piscina hinchable y césped artificial, que hace las delicias de todos bañándose y tomando el sol ocultos a los ojos ajenos.
El pueblo palpita, las calles son testigos de besos y abrazos cuando se encuentran autóctonos y foráneos; las sillas del café se ocupan para la partida después de comer y, de atardecida, cuando ceden los calores, la gente camina carretera arriba o abajo para pasear y tomar el fresco.
Dentro de poco se celebrará la fiesta de la patrona y entonces la iglesia se llenará en la misa mayor de gente endomingada participando en el ritual sagrado que también vale para ver y ser vistos. Por la tarde, habrá festejos en la plaza y por la noche, un baile que durará hasta altas horas de la madrugada, con un escenario digno de cualquier ciudad: focos, luces y música en vivo; nada que ver con el dúo que amenizaba la fiesta subidos en un remolque años atrás, cuando España todavía era en blanco y negro, las mujeres vestían de luto y los hombres con traje porque así lo requería el momento.
Sí, la vida ha cambiado mucho en los pueblos que llaman vaciados; por fortuna todo ha mejorado y quienes trabajaron arduamente en el campo o en la ganadería, ahora gozan de mejores condiciones; sin embargo, estos pueblos necesitan todavía de muchas ayudas institucionales para que no acaben siendo el reducto de lo que fueron antaño, para que su luz no se apague y desaparezcan. Es necesario que se vele por ellos, que se proteja a sus habitantes, que se fomente la posibilidad de que los jubilados retornen, que se den facilidades a los jóvenes para que no se vayan, que se les dote de servicios básicos y no dependan de profesionales: panadero, médico, practicante o sacerdote que atienden simultáneamente tres o más pueblos.
Cuando finalice agosto, casi sin darse cuenta, el pueblo volverá a su silencio de siempre, a su conocida soledad, a esa tranquilidad a la que los vecinos fijos se han acostumbrado y casi se sienten aliviados cuando regresa; porque la paz que proporciona el campo cuando se disfruta en soledad, el sonido del silencio perturbado ocasionalmente por algún tractor que pasa, el benéfico sosiego que inunda el alma… son cualidades que se comprenden tan solo cuando se han perdido; por eso envidio secretamente a quienes pueden gozar de esa dicha, y valoro los beneficios de un puñado de casas, muchas deshabitadas, otras cerradas y algunas con habitantes, que siguen las tradiciones ancestrales desde hace generaciones, o la iglesia que reúne a la gente en las ocasiones más especiales, o la pequeña plaza de la que todos se sienten orgullosos aunque no la disfruten, o el rio que sirve de solaz pese a que no baje con demasiada agua… son los tesoros de las villas deshabitadas, en la España rural que persistirán si se reciben las ayudas que necesita, ahora que la ganadería prácticamente se ha extinguido y a la agricultura le ponen tantas trabas administrativas, tanto desde Europa, como desde el gobierno, priorizando el importar productos más baratos aunque sean de menor calidad.
Los pueblos de la estepa castellanoleonesa, como en muchos otros lugares, han abastecido a este país durante años trabajando las tierras, atendiendo la ganadería, y constituyendo la mejor fuente de ingresos; y eso no puede olvidarse; como tampoco puede quedar en el olvido toda una tradición unida a la forma de vida que llevaron aquellas gentes: cultura, lengua, folklore, historias, costumbres… que se está perdiendo porque solo parece interesar a unos cuantos que luchamos para recopilar desde la memoria de la gente mayor que aún vive en esos pueblos, los recuerdos de generaciones que dieron lo mejor de sí mismas en una época difícil, y supieron facilitar a sus descendientes mejores condiciones de vida y una serie de valores y principios que en la sociedad actual deberían estar marcados a fuego: honestidad, respeto, dignidad, sentido del deber, espíritu de trabajo, esfuerzo… Aún no se les ha hecho el homenaje de gratitud que merecen esos hombres y mujeres de hace una o dos generaciones y que deben ser recordados con todo el respeto y agradecimiento, impidiendo que la cultura en la que se forjaron no desaparezca.
El pueblo en verano es tan solo un respiro, un soplo de aire fresco que volverá a su ser cuando, de nuevo, se vean solos, abandonados y deshabitados. ¡Si no luchamos por ellos, algún día habremos de dar explicaciones a nuestros hijos de su inevitable extinción!
![[Img #80527]](https://eldiadezamora.es/upload/images/07_2023/6527_6596_soledad-1.jpg)
Es verano y los forasteros llegan a los pueblos vacíos, se refugian en las casas de sus padres o abuelos, las adecentan para pasar los meses de estío y se integran, de nuevo, en el pequeño núcleo rural que dejaron atrás hace años. Por lo general, son personas mayores que han rehecho su vida lejos y que emigraron en la diáspora de los años sesenta para encontrar un futuro mejor en otros lares; los que nacieron allí se han integrado hasta el punto de perder las raíces, pero los mayores siguen viniendo al pueblo para retomar la esencia de lo que fueron un día.
Les veo ir a la ciudad y llenar sus coches con viandas para no depender de las camionetas que abastecen al pueblo cada semana. En sus casas no faltan las comodidades de las que antaño carecían: la televisión ha sustituido a la radio, el frigorífico a la fresquera, el teléfono móvil a las conferencias de la centralita... Afortunadamente todas las casas disponen de un cuarto de baño moderno que sus habitantes han instalado, porque el corral ya no sirve para satisfacer las necesidades corporales; de hecho, el corral ha cambiado su rol, ya no guarda animales domésticos o aperos de labranza; por el contrario, se ha convertido en un espacio de ocio y, siguiendo la moda que impera ahora en los pueblos, tiene piscina hinchable y césped artificial, que hace las delicias de todos bañándose y tomando el sol ocultos a los ojos ajenos.
El pueblo palpita, las calles son testigos de besos y abrazos cuando se encuentran autóctonos y foráneos; las sillas del café se ocupan para la partida después de comer y, de atardecida, cuando ceden los calores, la gente camina carretera arriba o abajo para pasear y tomar el fresco.
Dentro de poco se celebrará la fiesta de la patrona y entonces la iglesia se llenará en la misa mayor de gente endomingada participando en el ritual sagrado que también vale para ver y ser vistos. Por la tarde, habrá festejos en la plaza y por la noche, un baile que durará hasta altas horas de la madrugada, con un escenario digno de cualquier ciudad: focos, luces y música en vivo; nada que ver con el dúo que amenizaba la fiesta subidos en un remolque años atrás, cuando España todavía era en blanco y negro, las mujeres vestían de luto y los hombres con traje porque así lo requería el momento.
Sí, la vida ha cambiado mucho en los pueblos que llaman vaciados; por fortuna todo ha mejorado y quienes trabajaron arduamente en el campo o en la ganadería, ahora gozan de mejores condiciones; sin embargo, estos pueblos necesitan todavía de muchas ayudas institucionales para que no acaben siendo el reducto de lo que fueron antaño, para que su luz no se apague y desaparezcan. Es necesario que se vele por ellos, que se proteja a sus habitantes, que se fomente la posibilidad de que los jubilados retornen, que se den facilidades a los jóvenes para que no se vayan, que se les dote de servicios básicos y no dependan de profesionales: panadero, médico, practicante o sacerdote que atienden simultáneamente tres o más pueblos.
Cuando finalice agosto, casi sin darse cuenta, el pueblo volverá a su silencio de siempre, a su conocida soledad, a esa tranquilidad a la que los vecinos fijos se han acostumbrado y casi se sienten aliviados cuando regresa; porque la paz que proporciona el campo cuando se disfruta en soledad, el sonido del silencio perturbado ocasionalmente por algún tractor que pasa, el benéfico sosiego que inunda el alma… son cualidades que se comprenden tan solo cuando se han perdido; por eso envidio secretamente a quienes pueden gozar de esa dicha, y valoro los beneficios de un puñado de casas, muchas deshabitadas, otras cerradas y algunas con habitantes, que siguen las tradiciones ancestrales desde hace generaciones, o la iglesia que reúne a la gente en las ocasiones más especiales, o la pequeña plaza de la que todos se sienten orgullosos aunque no la disfruten, o el rio que sirve de solaz pese a que no baje con demasiada agua… son los tesoros de las villas deshabitadas, en la España rural que persistirán si se reciben las ayudas que necesita, ahora que la ganadería prácticamente se ha extinguido y a la agricultura le ponen tantas trabas administrativas, tanto desde Europa, como desde el gobierno, priorizando el importar productos más baratos aunque sean de menor calidad.
Los pueblos de la estepa castellanoleonesa, como en muchos otros lugares, han abastecido a este país durante años trabajando las tierras, atendiendo la ganadería, y constituyendo la mejor fuente de ingresos; y eso no puede olvidarse; como tampoco puede quedar en el olvido toda una tradición unida a la forma de vida que llevaron aquellas gentes: cultura, lengua, folklore, historias, costumbres… que se está perdiendo porque solo parece interesar a unos cuantos que luchamos para recopilar desde la memoria de la gente mayor que aún vive en esos pueblos, los recuerdos de generaciones que dieron lo mejor de sí mismas en una época difícil, y supieron facilitar a sus descendientes mejores condiciones de vida y una serie de valores y principios que en la sociedad actual deberían estar marcados a fuego: honestidad, respeto, dignidad, sentido del deber, espíritu de trabajo, esfuerzo… Aún no se les ha hecho el homenaje de gratitud que merecen esos hombres y mujeres de hace una o dos generaciones y que deben ser recordados con todo el respeto y agradecimiento, impidiendo que la cultura en la que se forjaron no desaparezca.
El pueblo en verano es tan solo un respiro, un soplo de aire fresco que volverá a su ser cuando, de nuevo, se vean solos, abandonados y deshabitados. ¡Si no luchamos por ellos, algún día habremos de dar explicaciones a nuestros hijos de su inevitable extinción!

















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