ZAMORANA
Ayer y hoy de los pueblos zamoranos
Mº Soledad Martín Turiño
![[Img #81053]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2023/751_6596_soledad-1.jpg)
La sangrante despoblación que ya es un hecho en prácticamente todas las comarcas de Zamora, la pertinaz sequía, el aumento de precio de los piensos y carburantes, o el elevado coste de los productos de primera necesidad entre otros motivos, se han aparcado unos días en este mes de agosto, bullente de festejos en todos los pueblos con el fin de relajar a la gente y que se olviden de sus problemas para reunirse con los forasteros, engalanar las calles, hacer que el pueblo vibre con la música y alegría de las peñas; acudir al solemne rito religioso del domingo y del martes (fiesta de la Asunción)… en una palabra, evadirse de la realidad que espera paciente a la vuelta de la esquina, encarando un septiembre difícil donde habrá que reanudar la ausencia de esperanza y hacer frente a la cruda realidad.
Entre tanto, unos días de fiesta, mucha gente en la calle (algo insólito en estas viejas villas solitarias), actividades lúdicas para todos, pero también ganas de visibilizar el momento por el que atraviesan los pueblos. Creo que es un principio, un hito en realidad, el hecho de que verbalicen la despoblación aquellos que la padecen, que denuncien el momento crucial por el que pasan agricultores y ganaderos sometidos a todo tipo de restricciones desde la Unión Europea y el gobierno central; incapaces de dar una solución al ámbito agroganadero del que han vivido pueblos y ciudades durante muchos años en este país.
No se puede permitir que la especulación campe a sus anchas y triplique el precio de los productos desde el campo a las tiendas, ni tampoco que las ayudas para estos sectores sean tan escasas. Apenas quedan ganaderos en pueblos donde antes había varios establos repletos de vacas lecheras, ganadería porcina en ceboneros y rebaños de ovejas pastoreando por los alrededores; ahora ya todo eso se ha esfumado. A medida que se jubilan los ganaderos, el ganado desaparece también. A los agricultores se les asfixia con los precios, y los ancestrales cultivos de cereal ya no resultan rentables.
El panorama de la estepa zamorana ha mutado la virginal estampa de los campos de cultivo por molinos de viento y placas solares para generar electricidad; la energía eólica ha trasformado el paisaje con monstruos de acero de hélices gigantes o paneles enormes mirando al sol. Se ha instalado la llamada “agrovoltaica”, idea que pretende una simbiosis entre agricultura, ganadería y generación fotovoltaica, aunque realmente lo único que busca de ese agro es el suelo, por mucho que Transición Ecológica nos los venda como una solución en la que pueden convivir terrenos de labranza, ganado y captación de energía solar.
Presiento que dentro de pocos años ya no tendrá sentido la actividad agrícola ni ganadera de estas tierras zamoranas, porque compraremos los productos a otros países a precios más baratos dejando de producir porque ya no interese. Me pregunto qué será entonces de estos pueblos pequeños que aún palpitan gracias a los pocos jóvenes que se resisten a abandonarlos, qué posibilidades de subsistencia se les ofrecerán cuando la industria agro ganadera haya desaparecido por completo, y cómo se modificará el mapa rural para dar paso a otro tipo de forma de vida donde el campo ya no sea la prioridad.
Paradójicamente, a la vista de los grandes cambios que se avecinan, y con el fin de no perder la identidad que marcó a los pueblos zamoranos, es importante recordar cómo se desarrollaba la vida de nuestros padres y abuelos: sus costumbres, la forma en que trabajaban, cómo eran sus casas, su ocio, la convivencia entre vecinos, el habla… en una palabra, la forma de vida en los pueblos de dos o tres generaciones hacia atrás. Sería un tributo a aquellos mayores que nos proporcionaron lo que somos hoy.
Cuando veo cómo han cambiado las cosas en los pueblos, me congratulo con los cambios positivos que se han producido a lo largo de los años, aunque ahora los consideremos elementales: asfaltado, iluminación de calles… pero no dejo de temer por ese futuro incierto que se cierne sobre ellos.
Ahora, en la inmediatez de mediados de agosto, con los pueblos en fiestas, espero que gocen de unos días de asueto y felicidad, que tanto oriundos como forasteros se hermanen en las actividades de estos días, socialicen y encuentren un poco de complacencia en la mutua compañía. Sin embargo, hay que continuar en la lucha por la supervivencia del agro, para que estas viejas villas que antaño fueron imprescindibles en la producción de cereal, carne y derivados lácteos, no sucumba.
Estaremos ahí, observando, apoyando o denunciando para protegerlas.
![[Img #81053]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2023/751_6596_soledad-1.jpg)
La sangrante despoblación que ya es un hecho en prácticamente todas las comarcas de Zamora, la pertinaz sequía, el aumento de precio de los piensos y carburantes, o el elevado coste de los productos de primera necesidad entre otros motivos, se han aparcado unos días en este mes de agosto, bullente de festejos en todos los pueblos con el fin de relajar a la gente y que se olviden de sus problemas para reunirse con los forasteros, engalanar las calles, hacer que el pueblo vibre con la música y alegría de las peñas; acudir al solemne rito religioso del domingo y del martes (fiesta de la Asunción)… en una palabra, evadirse de la realidad que espera paciente a la vuelta de la esquina, encarando un septiembre difícil donde habrá que reanudar la ausencia de esperanza y hacer frente a la cruda realidad.
Entre tanto, unos días de fiesta, mucha gente en la calle (algo insólito en estas viejas villas solitarias), actividades lúdicas para todos, pero también ganas de visibilizar el momento por el que atraviesan los pueblos. Creo que es un principio, un hito en realidad, el hecho de que verbalicen la despoblación aquellos que la padecen, que denuncien el momento crucial por el que pasan agricultores y ganaderos sometidos a todo tipo de restricciones desde la Unión Europea y el gobierno central; incapaces de dar una solución al ámbito agroganadero del que han vivido pueblos y ciudades durante muchos años en este país.
No se puede permitir que la especulación campe a sus anchas y triplique el precio de los productos desde el campo a las tiendas, ni tampoco que las ayudas para estos sectores sean tan escasas. Apenas quedan ganaderos en pueblos donde antes había varios establos repletos de vacas lecheras, ganadería porcina en ceboneros y rebaños de ovejas pastoreando por los alrededores; ahora ya todo eso se ha esfumado. A medida que se jubilan los ganaderos, el ganado desaparece también. A los agricultores se les asfixia con los precios, y los ancestrales cultivos de cereal ya no resultan rentables.
El panorama de la estepa zamorana ha mutado la virginal estampa de los campos de cultivo por molinos de viento y placas solares para generar electricidad; la energía eólica ha trasformado el paisaje con monstruos de acero de hélices gigantes o paneles enormes mirando al sol. Se ha instalado la llamada “agrovoltaica”, idea que pretende una simbiosis entre agricultura, ganadería y generación fotovoltaica, aunque realmente lo único que busca de ese agro es el suelo, por mucho que Transición Ecológica nos los venda como una solución en la que pueden convivir terrenos de labranza, ganado y captación de energía solar.
Presiento que dentro de pocos años ya no tendrá sentido la actividad agrícola ni ganadera de estas tierras zamoranas, porque compraremos los productos a otros países a precios más baratos dejando de producir porque ya no interese. Me pregunto qué será entonces de estos pueblos pequeños que aún palpitan gracias a los pocos jóvenes que se resisten a abandonarlos, qué posibilidades de subsistencia se les ofrecerán cuando la industria agro ganadera haya desaparecido por completo, y cómo se modificará el mapa rural para dar paso a otro tipo de forma de vida donde el campo ya no sea la prioridad.
Paradójicamente, a la vista de los grandes cambios que se avecinan, y con el fin de no perder la identidad que marcó a los pueblos zamoranos, es importante recordar cómo se desarrollaba la vida de nuestros padres y abuelos: sus costumbres, la forma en que trabajaban, cómo eran sus casas, su ocio, la convivencia entre vecinos, el habla… en una palabra, la forma de vida en los pueblos de dos o tres generaciones hacia atrás. Sería un tributo a aquellos mayores que nos proporcionaron lo que somos hoy.
Cuando veo cómo han cambiado las cosas en los pueblos, me congratulo con los cambios positivos que se han producido a lo largo de los años, aunque ahora los consideremos elementales: asfaltado, iluminación de calles… pero no dejo de temer por ese futuro incierto que se cierne sobre ellos.
Ahora, en la inmediatez de mediados de agosto, con los pueblos en fiestas, espero que gocen de unos días de asueto y felicidad, que tanto oriundos como forasteros se hermanen en las actividades de estos días, socialicen y encuentren un poco de complacencia en la mutua compañía. Sin embargo, hay que continuar en la lucha por la supervivencia del agro, para que estas viejas villas que antaño fueron imprescindibles en la producción de cereal, carne y derivados lácteos, no sucumba.
Estaremos ahí, observando, apoyando o denunciando para protegerlas.

















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