ZAMORANA
Reflexiones postvacacionales
Mº Soledad Martín Turiño
![[Img #81457]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2023/7302_6596_soledad-1.jpg)
¡Qué ganas de retomar la rutina, de que el puzle se complete, los niños vayan al colegio, los padres dejen de quejarse de lo mucho que cuesta el equiparlos, la gente que regresa de vacaciones no se atragante con el hecho de retomar la costumbre: la vuelta al trabajo, la compra más cara, el combustible por las nubes!, pero aun así, quienes han ido y han vuelto han tenido la suerte de recrearse con unos días de relajo; para muchos otros, por diversas circunstancias: económicas, familiares etc. esas vacaciones se han quedado en un deseo imposible.
Termina el mes de agosto, y ahora, dejando atrás los excesivos calores que nos han atormentado durante largos días sin tregua, con la frescura que nos regalan estas últimas jornadas, hemos de mirar hacia adelante, encarar los problemas y plantearnos la vida lo más grata posible, porque ya lo decía el Génesis: “ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado.”. Entender el concepto de trabajo como una obligación incuestionable para subsistir, como lo es el respirar, el comer o el dormir, es una forma de perder el miedo a la toma de contacto con jefes, subordinados, clientes o jornadas extenuantes. Se trata de incluir ese concepto como algo necesario y natural, y no como una especie de tortura agobiante.
El entrañable Luis Aguilé nos lo advertía con esa canción pegadiza a la que dotaba de un cálido ritmo con su voz afrancesada:
Es una lata el trabajar,
todos los días te tienes que levantar,
aparte de esto gracias a Dios
la vida pasa felizmente si hay amor.
Pues eso, el secreto para seguir adelante y pasar la vida felizmente es buscar el amor que humildemente, interpreto, puede ser hacia una pareja, a un hobby, pasatiempo o cualquier forma con que nos apetezca ilusionarnos.
Hay mucha gente en situación de pobreza que no puede permitirse estos sentimientos porque ni tienen trabajo, ni tienen casa, ni tampoco expectativas de futuro. Los medios de comunicación nos engañan con noticias banales que interesan a unos pocos, pero que son seguidas por la mayoría; sin embargo, existe una vida real llena de problemas que no aparece en televisión. La gente sigue mendigando a las puertas de los supermercados, siguen llenando el carro de la compra de los contenedores de la calle, hay niños que comerán gracias a que van al colegio porque en su casa carecen de sustento… esos son los problemas reales, los que no son noticia porque, en el fondo, no interesan a nadie.
Resulta desoladora la deshumanización, sobre todo en ciudades grandes, de las personas para con sus semejantes. Un día, al pasar por una céntrica calle, un hombre yacía tendido en el suelo boca abajo; los transeúntes seguían caminando eludiendo su cuerpo sin detenerse para saber si estaba muerto o vivo. Recuerdo que mencioné llamar a la policía, pero un grupo de curiosos que estaban detrás de mí, me dijo: “deje, deje, este hombre está ebrio, vive en la calle y raro es el día en que no le encontramos así”.
Confieso que desistí de mi intento y, con gran pesar, continué mi camino sin hacer nada. Al doblar un par de esquinas, un furgón de policía recorría la zona y eso me sirvió de cierto alivio.
Vivimos en pequeños cosmos, cada uno el que se fabrica a su medida; lo dotamos de confort y lo aislamos para que nada ni nadie perturbe nuestro bienestar; el resto de la gente nos interesa poco; si acaso asistimos como espectadores de las penurias ajenas y seguimos adelante con el regocijo de que tales carencias no nos conciernen.
Cuando nos transportamos a la vibrante realidad, esa que está a la vuelta de la esquina, y somos testigos de que personas como nosotros, a las que el destino o la suerte les jugó una mala pasada y se ven carentes de todo, recuerdo a los que se quejan de la vuelta al trabajo tras las vacaciones y no puedo menos de sulfurarme porque la realidad sea tan cruda, tan diferente e invisible para unos y otros cuando todos formamos parte de esta vida, que es única y, depende de cómo la vivamos, puede convertirse en un infierno o un deleite.
![[Img #81457]](https://eldiadezamora.es/upload/images/08_2023/7302_6596_soledad-1.jpg)
¡Qué ganas de retomar la rutina, de que el puzle se complete, los niños vayan al colegio, los padres dejen de quejarse de lo mucho que cuesta el equiparlos, la gente que regresa de vacaciones no se atragante con el hecho de retomar la costumbre: la vuelta al trabajo, la compra más cara, el combustible por las nubes!, pero aun así, quienes han ido y han vuelto han tenido la suerte de recrearse con unos días de relajo; para muchos otros, por diversas circunstancias: económicas, familiares etc. esas vacaciones se han quedado en un deseo imposible.
Termina el mes de agosto, y ahora, dejando atrás los excesivos calores que nos han atormentado durante largos días sin tregua, con la frescura que nos regalan estas últimas jornadas, hemos de mirar hacia adelante, encarar los problemas y plantearnos la vida lo más grata posible, porque ya lo decía el Génesis: “ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado.”. Entender el concepto de trabajo como una obligación incuestionable para subsistir, como lo es el respirar, el comer o el dormir, es una forma de perder el miedo a la toma de contacto con jefes, subordinados, clientes o jornadas extenuantes. Se trata de incluir ese concepto como algo necesario y natural, y no como una especie de tortura agobiante.
El entrañable Luis Aguilé nos lo advertía con esa canción pegadiza a la que dotaba de un cálido ritmo con su voz afrancesada:
Es una lata el trabajar,
todos los días te tienes que levantar,
aparte de esto gracias a Dios
la vida pasa felizmente si hay amor.
Pues eso, el secreto para seguir adelante y pasar la vida felizmente es buscar el amor que humildemente, interpreto, puede ser hacia una pareja, a un hobby, pasatiempo o cualquier forma con que nos apetezca ilusionarnos.
Hay mucha gente en situación de pobreza que no puede permitirse estos sentimientos porque ni tienen trabajo, ni tienen casa, ni tampoco expectativas de futuro. Los medios de comunicación nos engañan con noticias banales que interesan a unos pocos, pero que son seguidas por la mayoría; sin embargo, existe una vida real llena de problemas que no aparece en televisión. La gente sigue mendigando a las puertas de los supermercados, siguen llenando el carro de la compra de los contenedores de la calle, hay niños que comerán gracias a que van al colegio porque en su casa carecen de sustento… esos son los problemas reales, los que no son noticia porque, en el fondo, no interesan a nadie.
Resulta desoladora la deshumanización, sobre todo en ciudades grandes, de las personas para con sus semejantes. Un día, al pasar por una céntrica calle, un hombre yacía tendido en el suelo boca abajo; los transeúntes seguían caminando eludiendo su cuerpo sin detenerse para saber si estaba muerto o vivo. Recuerdo que mencioné llamar a la policía, pero un grupo de curiosos que estaban detrás de mí, me dijo: “deje, deje, este hombre está ebrio, vive en la calle y raro es el día en que no le encontramos así”.
Confieso que desistí de mi intento y, con gran pesar, continué mi camino sin hacer nada. Al doblar un par de esquinas, un furgón de policía recorría la zona y eso me sirvió de cierto alivio.
Vivimos en pequeños cosmos, cada uno el que se fabrica a su medida; lo dotamos de confort y lo aislamos para que nada ni nadie perturbe nuestro bienestar; el resto de la gente nos interesa poco; si acaso asistimos como espectadores de las penurias ajenas y seguimos adelante con el regocijo de que tales carencias no nos conciernen.
Cuando nos transportamos a la vibrante realidad, esa que está a la vuelta de la esquina, y somos testigos de que personas como nosotros, a las que el destino o la suerte les jugó una mala pasada y se ven carentes de todo, recuerdo a los que se quejan de la vuelta al trabajo tras las vacaciones y no puedo menos de sulfurarme porque la realidad sea tan cruda, tan diferente e invisible para unos y otros cuando todos formamos parte de esta vida, que es única y, depende de cómo la vivamos, puede convertirse en un infierno o un deleite.

















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