Las bocas

Escribió Antonio Machado que el ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo, porque te ve. Por eso siempre pensé que tu boca es boca porque me nombra. Aunque, más que nombrarme, me nomina para protagonizar sus besos o protagonizar esas palabras que, como diría Neruda, nadie como tú me dirá.

Hubo más bocas en mi vida, en forma de voz para cantarme nanas, canciones de cuna para el niño que dormía poco o aquella voz que me contaba cuentos para despertarme a la vida, esta vez para que no me durmiera y estuviera ojo avizor, como escribiera León Felipe sobre los cuentos.

Bocas hubo compañeras de juegos, algarabías primeras de los primeros años, cuando el corro de la patata y todos aquellos otros corros que inundaban las calles de niños, que pensaban que la vida era eso, jugar, hasta que se nos murió un abuelo o alguna madre también y comenzamos a atisbar que todo aquello era algo más profundo, aunque tardaríamos bastantes años en aprender a comprender y nunca de una forma total. Siempre hemos sido prisioneros de nuestros errores.

Tuvimos, en algunas bocas, la voz portentosa del instructor militar, cuando aquella estupidez de la mili y aquellas órdenes inútiles, que solo tenían valor para quien las daba y le servían para ganarse el sueldo, entre copa y copa -algunos, unos cuantos- para acabar balbuciendo, con una voz ya aflautada, disposiciones más inútiles todavía, todo un atentado contra la razón y quien hizo la mili sabe de qué le hablo.

Mientras escribo estas letras, acuden a mi memoria otras bocas y, entre todas las voces, siempre está presente la voz que no acabo encontrar para mi novela empezada, la voz por la que me pierdo en cada página en blanco, mientras otras bocas me llaman para brindar por no sé qué éxitos que no acabo de entender, te digo mientras nuestras bocas ya se están buscando y entonces recuerdo a Miguel Hernández: “Boca que viene de lejos a iluminarme de astros…”