Una Navidad más

Comienzo esta columna a las ocho de la tarde del penúltimo lunes del año, cuando hace ya días que huele a Navidad y los Nacimientos se desperdigan por toda la ciudad, de iglesia en iglesia, altivos y competitivos, oliendo más a oro que a incienso o mirra a través de sus figuras, principalmente, napolitanas.

Comienzo esta columna en un día de niebla -uno más- en Zamora, después de pasar la mañana en Salamanca, bañado por un sol que se me antojaba cálido en estos sesenta y tantos kilómetros de distancia.

Confieso, sin tristeza, que yo nunca tuve un Belén en mi casa, ni de niño, ni cuando ya comía dos huevos y digo sin tristeza, porque nunca los eché en falta, aunque con los años aprendí a valorar su estética y su significado para los niños, quienes deberían de ser los protagonistas de estas fechas, donde las luces ornamentales hace días que cuelgan en las bóvedas de la ciudad y fueron las que dieron la señal para ese periodo de fiesta, en el que hace tiempo que vale todo y de los niños ha pasado a la economía, aunque sea a través de los niños.

Aquellas felicitaciones de Navidad, hechas a través de las tarjetas creadas para tal fin, van quedando en desuso y ahora nos felicitamos por las redes sociales, un método más global, puesto en los ojos de todos, como un patio de vecindad, incluidas algunas respuestas que han sentado cátedra, con jolgorio incluido.

Y como las navidades se van haciendo muy largas hasta llegar a los Reyes Magos, ya está metido Papá Noel en la fiesta y cuando no sea suficiente, ya se inventará alguien algún Rey Campechano que traiga los deseos metidos en los zapatos de las damas feas, que también tienen derecho -digo yo- a una sonrisa de sangre azul.
Por lo demás y para quien, de vez en cuando me lea, sabe que yo sigo pidiendo una sola cosa desde hace un tiempo al nuevo año: Doce meses.
Lo demás, se me antoja un despilfarro.