ZAMORANA
Apoyo sin fisuras al sector agrario
Mª Soledad Martín Turiño
![[Img #85961]](https://eldiadezamora.es/upload/images/02_2024/2359_6596_soledad-1.jpg)
En estos días en que los tractores de casi toda España han salido al asfalto de la calle, fuera de sus campos, para hacerse ver y oír, me vienen a la mente los días de mi infancia y adolescencia, cuando pasaba los meses de verano en mi pueblo, Castronuevo, y nada me hacía más ilusión que subirme al remolque tirado por el tractor de mi tío y allí, sentada con los primos sobre unos costales, gozar del traqueteo del movimiento, hasta llegar a las tierras, ya fuera el bacillar, la remolacha, el maíz o el cereal, que eran fundamentalmente los cultivos de entonces. Resultaba una maravilla contemplar los campos verdeando el trigo o la cebada, esconderse entre la altura de los maizales o comprobar como venía la uva que luego se convertiría en el vino que se consumía en casa.
Me sorprendía siempre el color cetrino y algo ajado en los rostros de los agricultores, fruto de permanecer largo tiempo a la intemperie y, a la vez, esa sensación de libertad que desprendían, ya fuera subidos al tractor o revisando los campos, y que se notaba en su profunda mirada, tan extensa como el horizonte. Yo veía las manos de aquellos hombres, parientes de sangre y vecinos del pueblo, y las sentía resecas como la tierra, agrietadas, recias… sin embargo, cuando las estrechaban para saludar, eran tan verdaderas que, en cierto modo, impregnaban un poco de aquella singularidad que se construía sobre conceptos aprendidos durante generaciones resumidos en trabajo y amor por aquellos terrones secos de los que sabían extraer el producto básico para el sustento de todo un sector primario, entonces importante.
Hoy, los agricultores han llegado a un punto sin retorno y se están sublevando; España entera se ha puesto de acuerdo para sacar los tractores a la calle y manifestarse en carreteras, sedes institucionales y ciudades, porque han estado sufriendo durante demasiados años una situación precaria, una pérdida de poder adquisitivo y un encarecimiento de precios en los productos básicos: semillas, fertilizantes, combustible…que ha llegado a ser inasumible. Esto unido a que sus productos se compran a precios ridículos, a la burocracia a la que han de hacer frente, la persistente sequía, las consecuencias de la guerra en Ucrania y la entrada de género procedente de otros países, más baratos y sin cumplir los requerimientos de la UE, han hecho que los hombres y mujeres del campo se planteen si, en este estado de cosas, continúan trabajando a pérdidas, o abandonan las tierras.
El gobierno dice que les preocupa la España vaciada, pero no hace nada para favorecer a la gente que aún permanece en pueblos semidesiertos trabajando la tierra y sacando adelante una producción exigua. El ministro de Agricultura, asegura que “el gobierno escucha, comprende y da solución a las reivindicaciones del campo español” y señala “las medidas que ha adoptado en los últimos dos años". Por su parte, el presidente Sánchez, se ha comprometido en el Pleno del Congreso a “reforzar la ley de la cadena alimentaria”. Desconozco si estas medidas van a paliar momentáneamente una situación general y prolongada de carencias o, por el contrario, resolverán para siempre el problema; quisiera confiar en esto último, aunque tengo más seguridad de que se cumpla el primer objetivo; es decir, una solución que contente al sector agrario durante un tiempo hasta que vuelvan a tocar fondo.
Por otra parte, este problema agroganadero, porque los ganaderos también se ven afectados en muchas de las reivindicaciones agrarias, es una cuestión tan importante que no solo afecta a España, sino también a muchos países de Europa, prueba de ello son las manifestaciones que se han hecho visibles en otros lugares con las mismas pretensiones; es, por tanto, un tema demasiado importante como para que la Unión Europea también se implique.
Así las cosas, instan a la población a consumir productos locales; cosa harto difícil cuando los importados son más baratos y la mayoría de la gente no está para pagar más por un producto similar; no tenemos ni conciencia ni posibilidades de hacerlo en un país donde hay cerca de tres millones de parados y donde los jóvenes no pueden afrontar ni siquiera algo tan necesario como la compra de una vivienda.
Me pregunto cuál será el futuro de los pueblos si se condena al sector agroganadero, contando además con quienes se jubilan cada año, ya que los que permanecen son, en su mayoría, personas mayores; y qué futuro espera a los pocos que aún continúan viviendo de la tierra y de los animales en esos mismos pueblos que el gobierno ignora y se van vaciando irremisiblemente perdiéndose con ellos toda una forma de vida que los jóvenes de hoy ya ni siquiera conocen.
Lo que sí ha quedado palmariamente claro, a pesar de los inconvenientes que se han producido con los cortes de carreteras y las enormes retenciones, es que la mayoría de las personas afectadas comprendían y apoyaban las reivindicaciones de los agricultores; eso dice mucho en favor de este sector al que se debería auxiliar con políticas justas para que no se pierda una tradición muy generalizada en nuestro país.
Termino con un adagio popular que reza: “al menos una vez en la vida necesitaremos de un abogado, un médico o un arquitecto, pero tres veces al día por el resto de nuestras vidas necesitamos de un agricultor”.
En estos días en que los tractores de casi toda España han salido al asfalto de la calle, fuera de sus campos, para hacerse ver y oír, me vienen a la mente los días de mi infancia y adolescencia, cuando pasaba los meses de verano en mi pueblo, Castronuevo, y nada me hacía más ilusión que subirme al remolque tirado por el tractor de mi tío y allí, sentada con los primos sobre unos costales, gozar del traqueteo del movimiento, hasta llegar a las tierras, ya fuera el bacillar, la remolacha, el maíz o el cereal, que eran fundamentalmente los cultivos de entonces. Resultaba una maravilla contemplar los campos verdeando el trigo o la cebada, esconderse entre la altura de los maizales o comprobar como venía la uva que luego se convertiría en el vino que se consumía en casa.
Me sorprendía siempre el color cetrino y algo ajado en los rostros de los agricultores, fruto de permanecer largo tiempo a la intemperie y, a la vez, esa sensación de libertad que desprendían, ya fuera subidos al tractor o revisando los campos, y que se notaba en su profunda mirada, tan extensa como el horizonte. Yo veía las manos de aquellos hombres, parientes de sangre y vecinos del pueblo, y las sentía resecas como la tierra, agrietadas, recias… sin embargo, cuando las estrechaban para saludar, eran tan verdaderas que, en cierto modo, impregnaban un poco de aquella singularidad que se construía sobre conceptos aprendidos durante generaciones resumidos en trabajo y amor por aquellos terrones secos de los que sabían extraer el producto básico para el sustento de todo un sector primario, entonces importante.
Hoy, los agricultores han llegado a un punto sin retorno y se están sublevando; España entera se ha puesto de acuerdo para sacar los tractores a la calle y manifestarse en carreteras, sedes institucionales y ciudades, porque han estado sufriendo durante demasiados años una situación precaria, una pérdida de poder adquisitivo y un encarecimiento de precios en los productos básicos: semillas, fertilizantes, combustible…que ha llegado a ser inasumible. Esto unido a que sus productos se compran a precios ridículos, a la burocracia a la que han de hacer frente, la persistente sequía, las consecuencias de la guerra en Ucrania y la entrada de género procedente de otros países, más baratos y sin cumplir los requerimientos de la UE, han hecho que los hombres y mujeres del campo se planteen si, en este estado de cosas, continúan trabajando a pérdidas, o abandonan las tierras.
El gobierno dice que les preocupa la España vaciada, pero no hace nada para favorecer a la gente que aún permanece en pueblos semidesiertos trabajando la tierra y sacando adelante una producción exigua. El ministro de Agricultura, asegura que “el gobierno escucha, comprende y da solución a las reivindicaciones del campo español” y señala “las medidas que ha adoptado en los últimos dos años". Por su parte, el presidente Sánchez, se ha comprometido en el Pleno del Congreso a “reforzar la ley de la cadena alimentaria”. Desconozco si estas medidas van a paliar momentáneamente una situación general y prolongada de carencias o, por el contrario, resolverán para siempre el problema; quisiera confiar en esto último, aunque tengo más seguridad de que se cumpla el primer objetivo; es decir, una solución que contente al sector agrario durante un tiempo hasta que vuelvan a tocar fondo.
Por otra parte, este problema agroganadero, porque los ganaderos también se ven afectados en muchas de las reivindicaciones agrarias, es una cuestión tan importante que no solo afecta a España, sino también a muchos países de Europa, prueba de ello son las manifestaciones que se han hecho visibles en otros lugares con las mismas pretensiones; es, por tanto, un tema demasiado importante como para que la Unión Europea también se implique.
Así las cosas, instan a la población a consumir productos locales; cosa harto difícil cuando los importados son más baratos y la mayoría de la gente no está para pagar más por un producto similar; no tenemos ni conciencia ni posibilidades de hacerlo en un país donde hay cerca de tres millones de parados y donde los jóvenes no pueden afrontar ni siquiera algo tan necesario como la compra de una vivienda.
Me pregunto cuál será el futuro de los pueblos si se condena al sector agroganadero, contando además con quienes se jubilan cada año, ya que los que permanecen son, en su mayoría, personas mayores; y qué futuro espera a los pocos que aún continúan viviendo de la tierra y de los animales en esos mismos pueblos que el gobierno ignora y se van vaciando irremisiblemente perdiéndose con ellos toda una forma de vida que los jóvenes de hoy ya ni siquiera conocen.
Lo que sí ha quedado palmariamente claro, a pesar de los inconvenientes que se han producido con los cortes de carreteras y las enormes retenciones, es que la mayoría de las personas afectadas comprendían y apoyaban las reivindicaciones de los agricultores; eso dice mucho en favor de este sector al que se debería auxiliar con políticas justas para que no se pierda una tradición muy generalizada en nuestro país.
Termino con un adagio popular que reza: “al menos una vez en la vida necesitaremos de un abogado, un médico o un arquitecto, pero tres veces al día por el resto de nuestras vidas necesitamos de un agricultor”.
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