HABLEMOS
Zamora con sus teatrillos
Desde Zamora
![[Img #86082]](https://eldiadezamora.es/upload/images/02_2024/8710_zamora.jpg)
Cosas de aquí, cercanas en lo prosaico de una cotidianidad acogedora y amable. Recurrir en este Hablemos al tópico del románico zamorano no tendría sentido, después de lo dicho hace años y al presente bien conocido. El valor de nuestro arte medieval es el que es, a modo de singularidad dentro de un universo estético como el propiamente jacobeo.
De cualquier forma, pues las piedras importan lo que importan, hoy el patrimonio monumental de esta Zamora decadente no pasa de atracción que, en continuo paseíllo/teatrillo, sirve para que manadas y manadas, quiero decir excursiones y excursiones de bocata y autobús, aguanten el rollo que les largan ante muros y portadas que dan de sí lo que dan. Si bien se mira, la moda de nuestro románico de cara a un turismo menor encubre la crisis de esta pequeña urbe, víctima del tiempo, la vida y las circunstancias, sin olvidar una casta política manifiestamente incapaz. Siquiera por el contraste de piedras, ladrillos y estilos.
El modernismo en Zamora, que no es ni mejor ni peor respecto a diseño y factura que el de localidades próximas, sí en amplitud por razones obvias, tuvo y debería tener algún predicamento como exponente de un mundo que gozó de vida, comercio y actividad. Naturalmente, era época en que el individualismo, la familia, la propiedad y la iniciativa privada no habían claudicado aún ante la burocracia, ante el infinito mangoneo de lo público y social, de la mano de castas sindicales, funcionariales y políticas que han hecho del cargo y la poltrona un fructífero modus vivendi.
Resulta penoso comprobar cómo la arquitectura de principios del siglo pasado de nuestra ciudad padece, en algunos casos, un lamentable abandono. En otros, al margen de restauraciones cartón piedra de cara a fachada y galería, edificios emblemáticos que fueron sede de un comercio ajustado a nuestras modestas necesidades se convierten en pastiches, escaparates de oligopolios y franquicias sin el menor arraigo, ávidos de ganancia hasta dónde convenga y después adiós, con trastienda de negocio foráneo absolutamente despersonalizado.
¿De veras cabe cifrar el porvenir de esta ciudad en un turisteo de tres al cuarto, así como en una suerte de colonialismo aldeano al servicio de oligopolios oportunistas, prevaliéndose de la marca y la propaganda televisiva? En fin, algunos dirán que es lo que hay, yendo incluso al refranero. Ya se sabe: “a falta de pan…”. Y posiblemente estén en lo cierto.
Cosas de aquí, cercanas en lo prosaico de una cotidianidad acogedora y amable. Recurrir en este Hablemos al tópico del románico zamorano no tendría sentido, después de lo dicho hace años y al presente bien conocido. El valor de nuestro arte medieval es el que es, a modo de singularidad dentro de un universo estético como el propiamente jacobeo.
De cualquier forma, pues las piedras importan lo que importan, hoy el patrimonio monumental de esta Zamora decadente no pasa de atracción que, en continuo paseíllo/teatrillo, sirve para que manadas y manadas, quiero decir excursiones y excursiones de bocata y autobús, aguanten el rollo que les largan ante muros y portadas que dan de sí lo que dan. Si bien se mira, la moda de nuestro románico de cara a un turismo menor encubre la crisis de esta pequeña urbe, víctima del tiempo, la vida y las circunstancias, sin olvidar una casta política manifiestamente incapaz. Siquiera por el contraste de piedras, ladrillos y estilos.
El modernismo en Zamora, que no es ni mejor ni peor respecto a diseño y factura que el de localidades próximas, sí en amplitud por razones obvias, tuvo y debería tener algún predicamento como exponente de un mundo que gozó de vida, comercio y actividad. Naturalmente, era época en que el individualismo, la familia, la propiedad y la iniciativa privada no habían claudicado aún ante la burocracia, ante el infinito mangoneo de lo público y social, de la mano de castas sindicales, funcionariales y políticas que han hecho del cargo y la poltrona un fructífero modus vivendi.
Resulta penoso comprobar cómo la arquitectura de principios del siglo pasado de nuestra ciudad padece, en algunos casos, un lamentable abandono. En otros, al margen de restauraciones cartón piedra de cara a fachada y galería, edificios emblemáticos que fueron sede de un comercio ajustado a nuestras modestas necesidades se convierten en pastiches, escaparates de oligopolios y franquicias sin el menor arraigo, ávidos de ganancia hasta dónde convenga y después adiós, con trastienda de negocio foráneo absolutamente despersonalizado.
¿De veras cabe cifrar el porvenir de esta ciudad en un turisteo de tres al cuarto, así como en una suerte de colonialismo aldeano al servicio de oligopolios oportunistas, prevaliéndose de la marca y la propaganda televisiva? En fin, algunos dirán que es lo que hay, yendo incluso al refranero. Ya se sabe: “a falta de pan…”. Y posiblemente estén en lo cierto.
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