IDA Y VUELTA
La Semana Santa de una no semanasantera
Laura Fernández Salvador
![[Img #86507]](https://eldiadezamora.es/upload/images/03_2024/6947_laura.jpg)
Ya se escucha el Merlú. Se aproxima para muchos la tan querida Semana Santa. Hasta a los que nos gusta poco se nos mueve algo dentro. Será la potencia de las raíces, que, queramos o no, están. Esa semilla que nos sembraron sin alternativa alguna ya desde el colegio cuando éramos pequeños. Ese recuerdo de la niñez de ver procesión tras procesión. El olor a almendras garrapiñadas, y el bullicio al que no estamos acostumbrados en esta tranquila ciudad. Cuando vivía fuera, no siempre volvía a Zamora en Semana Santa. Precisamente, esos días todo era caos, y si no te van mucho las procesiones, como es mi caso, pues te guardabas los días de vacaciones para otro momento del año en el que pudieras disfrutar de Zamora sin los agobios propios de esa semana.
Soy consciente de que ser zamorana y no semanasantera es raro. Salvo en la niñez, casi toda mi vida lo he sufrido, aunque cada vez más personas “salimos del armario” y confesamos nuestra pereza por esta época del año tan zamorana como nosotros mismos, aunque a nosotros se nos tache de herejes.
Confieso que ahora que he vuelto a vivir Zamora, lo siento un poco diferente. Supongo que la edad, la distancia y tener una hija pequeña a la que todo le emociona, me hacen ver las cosas de otra manera. La potente corriente zamorana arrastra a mi pequeña hacia esa vorágine en la que es imposible no entrar si vives aquí. Yo lo sé por experiencia, lo viví igual que ella. Y ahora me pongo en su piel y veo a través de sus ojos lo que veían los míos.
Recuerdo a mi padre llevándome a ver las capas pardas, y yo bien pequeña, emocionada en primera fila, pero refugiándome tras él ante el miedo y la ilusión que me provocaban las carracas. Supongo que él, poco semanasantero también, sentiría lo mismo que yo ahora. Y es que ver la Semana Santa a través de los ojos de un niño pequeño es maravilloso, y si ese niño es tu hijo… eso sí que es emoción. Así que este año supongo que volveré a ver procesiones, aunque esta vez, además de mirar los pasos, admiraré los ojos de mi hija, que de eso sí que soy devota.
![[Img #86507]](https://eldiadezamora.es/upload/images/03_2024/6947_laura.jpg)
Ya se escucha el Merlú. Se aproxima para muchos la tan querida Semana Santa. Hasta a los que nos gusta poco se nos mueve algo dentro. Será la potencia de las raíces, que, queramos o no, están. Esa semilla que nos sembraron sin alternativa alguna ya desde el colegio cuando éramos pequeños. Ese recuerdo de la niñez de ver procesión tras procesión. El olor a almendras garrapiñadas, y el bullicio al que no estamos acostumbrados en esta tranquila ciudad. Cuando vivía fuera, no siempre volvía a Zamora en Semana Santa. Precisamente, esos días todo era caos, y si no te van mucho las procesiones, como es mi caso, pues te guardabas los días de vacaciones para otro momento del año en el que pudieras disfrutar de Zamora sin los agobios propios de esa semana.
Soy consciente de que ser zamorana y no semanasantera es raro. Salvo en la niñez, casi toda mi vida lo he sufrido, aunque cada vez más personas “salimos del armario” y confesamos nuestra pereza por esta época del año tan zamorana como nosotros mismos, aunque a nosotros se nos tache de herejes.
Confieso que ahora que he vuelto a vivir Zamora, lo siento un poco diferente. Supongo que la edad, la distancia y tener una hija pequeña a la que todo le emociona, me hacen ver las cosas de otra manera. La potente corriente zamorana arrastra a mi pequeña hacia esa vorágine en la que es imposible no entrar si vives aquí. Yo lo sé por experiencia, lo viví igual que ella. Y ahora me pongo en su piel y veo a través de sus ojos lo que veían los míos.
Recuerdo a mi padre llevándome a ver las capas pardas, y yo bien pequeña, emocionada en primera fila, pero refugiándome tras él ante el miedo y la ilusión que me provocaban las carracas. Supongo que él, poco semanasantero también, sentiría lo mismo que yo ahora. Y es que ver la Semana Santa a través de los ojos de un niño pequeño es maravilloso, y si ese niño es tu hijo… eso sí que es emoción. Así que este año supongo que volveré a ver procesiones, aunque esta vez, además de mirar los pasos, admiraré los ojos de mi hija, que de eso sí que soy devota.

















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