ZAMORANA
Tiempo de filosofías
Mº Soledad Martín Turiño
El sol engaña en este frio día de invierno que se antoja primaveral al cobijo tras las ventanas, pero luego, en la calle, el relente nos recuerda que aún no ha llegado esa preciosa estación de vida y color que es la primavera.
Pese a que todos habitamos la misma tierra y coincidimos en el puñado de años que integran la existencia humana son, sin embargo, tan diversos los mundos como personas lo conforman, ya que cada uno transita de modo diferente, y nada tiene que ver la vida de un africano en Burundi, país considerado el más pobre del mundo, con otro de la zona rica de Estados Unidos, por poner un ejemplo gráfico, ya que la existencia de la gente viene condicionada por la calidad del entorno donde se desarrolla; condenando el futuro de las personas tan solo por el hecho casual de haber nacido en un lugar geográfico concreto.
Otro de los rasgos que distinguen unas vidas de otras es el aprovechamiento que se hace de ellas. Nada tiene que ver el sujeto que transita por el mundo de forma apática, sin iniciativa ni brío, tan solo viendo el tiempo pasar, con aquellos que absorben cada minuto y enriquecen la existencia dejando su nombre escrito en la posteridad, que consideran el tiempo siempre demasiado corto para desarrollar su productividad, esos “genios que no deben morir”, como declamaba el grupo Mecano allá por los años 80-90 refiriéndose al pintor Salvador Dalí, uno de los máximos exponentes del surrealismo en este país.
¿Por qué esta reflexión?, pues sencillamente, porque tengo por costumbre observar a la gente, analizar sus reacciones, su forma de ser y comportarse, e incluso hasta la manera de hablar o mirar a los demás; me acuso de ser una analista compulsiva de las reacciones propias y ajenas como una forma de aprender la idiosincrasia de los demás e impregnarme de todo lo bueno que aporta y añade elementos para el crecimiento personal.
Cada noticia fatal, cada acontecimiento pavoroso que ocurre en el orbe: genocidios, hambrunas, guerras y todo tipo de catástrofes, vistos desde la comodidad de nuestro sillón en el llamado primer mundo, nos compunge un momento para continuar después degustando la rica existencia de quien se cree a salvo de cualquier desgracia; sin embargo, basta un minuto para que todo cambie, para que nuestro mundo entre algodones se desmorone y pasemos al otro lado; ahí tenemos el reciente ejemplo del pavoroso incendio en Valencia.
La conclusión que puede sacarse de todo esto es, como creo cada vez con mayor convicción, ser conscientes de la enorme suerte de estar vivos, gozar de salud, habitar una existencia con todo tipo de comodidades a nuestro alcance, y no olvidar que muy cerca de nuestro pequeño y organizado mundo hay otros cuyos habitantes son seres iguales que nosotros, cuyo único pecado consiste en haber nacido en un entorno de menor privilegio, toda una perversidad con que juega la vida como si de un simple entretenimiento se tratara.
El sol engaña en este frio día de invierno que se antoja primaveral al cobijo tras las ventanas, pero luego, en la calle, el relente nos recuerda que aún no ha llegado esa preciosa estación de vida y color que es la primavera.
Pese a que todos habitamos la misma tierra y coincidimos en el puñado de años que integran la existencia humana son, sin embargo, tan diversos los mundos como personas lo conforman, ya que cada uno transita de modo diferente, y nada tiene que ver la vida de un africano en Burundi, país considerado el más pobre del mundo, con otro de la zona rica de Estados Unidos, por poner un ejemplo gráfico, ya que la existencia de la gente viene condicionada por la calidad del entorno donde se desarrolla; condenando el futuro de las personas tan solo por el hecho casual de haber nacido en un lugar geográfico concreto.
Otro de los rasgos que distinguen unas vidas de otras es el aprovechamiento que se hace de ellas. Nada tiene que ver el sujeto que transita por el mundo de forma apática, sin iniciativa ni brío, tan solo viendo el tiempo pasar, con aquellos que absorben cada minuto y enriquecen la existencia dejando su nombre escrito en la posteridad, que consideran el tiempo siempre demasiado corto para desarrollar su productividad, esos “genios que no deben morir”, como declamaba el grupo Mecano allá por los años 80-90 refiriéndose al pintor Salvador Dalí, uno de los máximos exponentes del surrealismo en este país.
¿Por qué esta reflexión?, pues sencillamente, porque tengo por costumbre observar a la gente, analizar sus reacciones, su forma de ser y comportarse, e incluso hasta la manera de hablar o mirar a los demás; me acuso de ser una analista compulsiva de las reacciones propias y ajenas como una forma de aprender la idiosincrasia de los demás e impregnarme de todo lo bueno que aporta y añade elementos para el crecimiento personal.
Cada noticia fatal, cada acontecimiento pavoroso que ocurre en el orbe: genocidios, hambrunas, guerras y todo tipo de catástrofes, vistos desde la comodidad de nuestro sillón en el llamado primer mundo, nos compunge un momento para continuar después degustando la rica existencia de quien se cree a salvo de cualquier desgracia; sin embargo, basta un minuto para que todo cambie, para que nuestro mundo entre algodones se desmorone y pasemos al otro lado; ahí tenemos el reciente ejemplo del pavoroso incendio en Valencia.
La conclusión que puede sacarse de todo esto es, como creo cada vez con mayor convicción, ser conscientes de la enorme suerte de estar vivos, gozar de salud, habitar una existencia con todo tipo de comodidades a nuestro alcance, y no olvidar que muy cerca de nuestro pequeño y organizado mundo hay otros cuyos habitantes son seres iguales que nosotros, cuyo único pecado consiste en haber nacido en un entorno de menor privilegio, toda una perversidad con que juega la vida como si de un simple entretenimiento se tratara.





















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