HABLEMOS
Autónomos
Desde Zamora
Todo aquel que provenga de gente honrada además de humilde, pues lo segundo no implica lo primero por mucha demagogia hipócrita que se estile y practique, sentirá respeto, y a lo sumo envidia sana por lo logrado, hacia quien triunfa en la vida respetando los contratos y la palabra dada. Pues de no ser así, la ley debería hallarse siempre de por medio.
También enorme respeto hacia el mediano, el pequeño/gran hombre que, celoso de su independencia y movido por un legítimo espíritu de empresa, decide ganarse la vida por él mismo sin depender de nadie en su casa y sus cuentas, tampoco en el oficio que desempeña con inmenso trabajo y esfuerzo.
En tiempos aciagos que priman lo estatal, la poltrona o la tajuela funcionarial, más llegado el caso la liberaduría sindical, al mal/bien llamado “trabajador” por cuenta propia, nada distinto al autónomo, pequeño empresario o profesional en representación de las clases activas y propietarias, le cabe el mérito de la libertad, gane lo mucho o lo poco. En el día a día de su menester, él pasa a menudo por dificultades, decepciones e incontables sinsabores, pequeños sin excluir los grandes. Precisamente en esa cotidianidad a menudo no tan feliz, el autónomo sí tiene que estar al tanto, revisar facturas, hacer números sobre el debe y el haber, modesto balance entre la pulcritud y la confianza respecto a quienes, como él, aman la independencia. Tasas, impuestos, gabelas y rapiña a cargo de insaciables burocracias fiscales, es ya otro cantar. Ahí suma, sigue y paga. En fin, hay lo que hay vista una sociedad clientelar, conformista y sumisa.
Todo aquel que provenga de gente honrada además de humilde, pues lo segundo no implica lo primero por mucha demagogia hipócrita que se estile y practique, sentirá respeto, y a lo sumo envidia sana por lo logrado, hacia quien triunfa en la vida respetando los contratos y la palabra dada. Pues de no ser así, la ley debería hallarse siempre de por medio.
También enorme respeto hacia el mediano, el pequeño/gran hombre que, celoso de su independencia y movido por un legítimo espíritu de empresa, decide ganarse la vida por él mismo sin depender de nadie en su casa y sus cuentas, tampoco en el oficio que desempeña con inmenso trabajo y esfuerzo.
En tiempos aciagos que priman lo estatal, la poltrona o la tajuela funcionarial, más llegado el caso la liberaduría sindical, al mal/bien llamado “trabajador” por cuenta propia, nada distinto al autónomo, pequeño empresario o profesional en representación de las clases activas y propietarias, le cabe el mérito de la libertad, gane lo mucho o lo poco. En el día a día de su menester, él pasa a menudo por dificultades, decepciones e incontables sinsabores, pequeños sin excluir los grandes. Precisamente en esa cotidianidad a menudo no tan feliz, el autónomo sí tiene que estar al tanto, revisar facturas, hacer números sobre el debe y el haber, modesto balance entre la pulcritud y la confianza respecto a quienes, como él, aman la independencia. Tasas, impuestos, gabelas y rapiña a cargo de insaciables burocracias fiscales, es ya otro cantar. Ahí suma, sigue y paga. En fin, hay lo que hay vista una sociedad clientelar, conformista y sumisa.





















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