Eugenio-Jesús de Ávila
Martes, 16 de Abril de 2024
PASIÓN POR ZAMORA

Zamora, además de la ciudad del románico, es la ciudad de la naturaleza

Lo he escrito en numerosas ocasiones y lo reitero:  Zamora, además de su patrimonio arquitectónico e histórico, cuenta con un patrimonio natural excepcional. En nuestra ciudad, incluso los que vivimos en su cogollo, nos rodean espacios pintados de belleza. Jardines como los de Antonio del Águila, Baltasar Lobo y Prado Tuerto, o las riberas del Duero y el bosque de Valorio nos deleitan con sus paisajes y con conciertos cotidianos de las aves que habitan y juegan entre la arboleda.

 

Hay jilgueros que tocan los violines, ruiseñores que teclean el piano con sus picos, oropéndolas que eligen las flautas para soplar sus trinos, petirrojos que acarician el fagot, mirlos que saben sacar de sus picos rojos sonidos de violoncelos, martines pescadores que tañen las guitarras clásicas con sus largos picos…

 

Además, también abundan otras aves por las que no tengo mucha simpatía, como las pegas, más conocidas como urracas, que no me sacan una emoción, aunque me encantan por sus plumas; también me distraigo con las rapaces, a la búsqueda de su bocado. Y observo, día a día, la floración en las márgenes del río, como las hojas aumentan su tamaño, tanto que, si te detienes, las verías creces. A veces, cuando los trinos me hipnotizan, detengo mi andar para disfrutar con esas sinfonías que el Sumo Hacedor escribe para que las interpreten sus aves más lindas. Todo es hermoso cuando la naturaleza abraza una ciudad como Zamora. Quizá no seamos conscientes de la belleza que alberga nuestra ciudad, quizá porque, como escribió, Antonio Machado allá por 1912: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora”. Y nosotros, una mayoría, por falta de esa cultura de la naturaleza, menospreciamos cuanto desconocemos.

 

Zamora, también escribo de nuestra provincia, tan olvidada de los procesos industriales de los años 60, merced a esa carencia, conserva una naturaleza privilegiada, unas tradiciones milenarias y una cultura singular. Quizá la gente que se ha dedicado a la res pública no haya sabido potenciar los regalos que la naturaleza y la historia nos dedicó. Nunca es tarde para amar, tampoco para exhibir nuestro legado natural.

 

Zamora no debe ser solo la ciudad del románico, del modernismo y eclecticismo, la protagonista de esa tragedia medieval, que podría haber escrito Shakespeare, la del Cerco (año 1072), la de la Semana Santa con mayor personalidad, sino también la ciudad de la naturaleza, de su fauna y de su flora, la ciudad de los trinos.

Eugenio-Jesús de Ávila

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