PASIONES
Zamora, sin unión, no es nada
Esta tarde, cuando nubes grises, con querencia a alcanzar tonos más oscuros, seducían mi mirada, descubrí una tierna imagen de dos árboles, como si fueran madre e hijo, como si el más alto amamantara a la criatura con clorofila. La fotografía que acompaña este texto lo evidencia. Somos nosotros, los sapiens, animales sociales, y no es necesario haber leído a Aristóteles y su definición de lo que somos zoon politikón para admitirlo y darlo por sentado. La naturaleza, como esos dos árboles que nacieron y conviven en los jardines de Las Vegas, a la vera de la muralla, nos enseña, nos muestra el camino hacia la verdad para que nuestra sociedad se transforme, para que desaparezcan las envidias, las traiciones, las miserias morales, para que todos vivamos mejor, más felices, sin otro mandamiento que el respeto al prójimo y al espacio que nos permite vivir.
Zamora, tan obviada, olvidada, humillada, más desde que nos dieron esta democracia formal, que jamás hemos profundizado, porque unos españoles, dependiendo de su lugar de nacimiento, son mas libres, viven mejor, poseen un nivel de vida superior, debería haber cuajado en una sociedad más compacta, menos ladina, más auténtica, más hermanada. Siendo tan pocos, y cada vez menos, hasta que un día solo seamos recuerdo o, como mucho, una reserva espiritual de Europa, todavía juzgo como fenómenos esotéricos que los zamoranos vayamos cada cual a lo suyo, sin cooperar con el prójimo, sin apoyar al que ofrece ideas y proyectos para transformar nuestra economía y, sobre todo, nuestra mentalidad.
Mientras se sigue sancionando al librepensador, al hombre y a la mujer libres, a los que demuestran personalidad y rebeldía, nunca avanzaremos como ciudad, como provincia, como sociedad. Cada año que pasa, envejeceremos económica y demográficamente. Porque retrocedemos, porque el éxito de cualquier zamorano le causa daño a otros vecinos; porque el fracaso del prójimo suele festejarse como si fuera la gloria propia.
Esos dos árboles que crecen en los jardines, que embellecen las murallas que miran hacia Las Vegas, son un ejemplo para que los zamoranos busquemos, cooperando, pensando, uniéndonos, una Arcadia social, una Arcadia de prosperidad, una Arcadia de evolución mental y cultura.
Eugenio-Jesús de Ávila
Esta tarde, cuando nubes grises, con querencia a alcanzar tonos más oscuros, seducían mi mirada, descubrí una tierna imagen de dos árboles, como si fueran madre e hijo, como si el más alto amamantara a la criatura con clorofila. La fotografía que acompaña este texto lo evidencia. Somos nosotros, los sapiens, animales sociales, y no es necesario haber leído a Aristóteles y su definición de lo que somos zoon politikón para admitirlo y darlo por sentado. La naturaleza, como esos dos árboles que nacieron y conviven en los jardines de Las Vegas, a la vera de la muralla, nos enseña, nos muestra el camino hacia la verdad para que nuestra sociedad se transforme, para que desaparezcan las envidias, las traiciones, las miserias morales, para que todos vivamos mejor, más felices, sin otro mandamiento que el respeto al prójimo y al espacio que nos permite vivir.
Zamora, tan obviada, olvidada, humillada, más desde que nos dieron esta democracia formal, que jamás hemos profundizado, porque unos españoles, dependiendo de su lugar de nacimiento, son mas libres, viven mejor, poseen un nivel de vida superior, debería haber cuajado en una sociedad más compacta, menos ladina, más auténtica, más hermanada. Siendo tan pocos, y cada vez menos, hasta que un día solo seamos recuerdo o, como mucho, una reserva espiritual de Europa, todavía juzgo como fenómenos esotéricos que los zamoranos vayamos cada cual a lo suyo, sin cooperar con el prójimo, sin apoyar al que ofrece ideas y proyectos para transformar nuestra economía y, sobre todo, nuestra mentalidad.
Mientras se sigue sancionando al librepensador, al hombre y a la mujer libres, a los que demuestran personalidad y rebeldía, nunca avanzaremos como ciudad, como provincia, como sociedad. Cada año que pasa, envejeceremos económica y demográficamente. Porque retrocedemos, porque el éxito de cualquier zamorano le causa daño a otros vecinos; porque el fracaso del prójimo suele festejarse como si fuera la gloria propia.
Esos dos árboles que crecen en los jardines, que embellecen las murallas que miran hacia Las Vegas, son un ejemplo para que los zamoranos busquemos, cooperando, pensando, uniéndonos, una Arcadia social, una Arcadia de prosperidad, una Arcadia de evolución mental y cultura.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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