ENTREVISTA
Tomás Sánchez Santiago: “Poesía es estar cerca de todas las cosas y cantar”
El autor ha publicado su último libro “El que menos sabe”
El escritor zamorano, Tomás Sánchez Santiago, nos muestra su último libro editado El que menos sabe, “una especie de combate entre lo que uno piensa, lo que uno desea y las experiencias”, con el que se encuentra “tranquilo, por lo que ha podido hacer”.
Sánchez Santiago se fue de Zamora muy joven, con 17 años, como le continúa pasando a muchos de los nuestros, que nunca vuelven, o al menos de manera definitiva. Él se instaló en la vecina León, y regresa a Zamora solo de visita. En su último paso por nuestra ciudad hemos tenido la suerte de que nos atienda, y de mantener con él una sosegada y sincera conversación sobre su obra, nuestra ciudad, la lectura y la escritura. Sus palabras, esas mismas que a él ya le llamaban la atención desde niño, nos han acompañado en una agradable mañana de reflexiones y certezas. Una pequeña charla, que al igual que su obra, Tomás ha empapado de una atmósfera poética tan gratificante como inmensa.
¿A qué edad descubrió la escritura?
Yo era un alumno de aquellos a los que le gustaba hacer redacciones, me parecía que aquello era importante. Tenía ya entonces una relación intensa con el lenguaje. A mí las palabras me han llamado mucho la atención desde siempre. Algunas palabras me provocaban algo. La escritura, y el lenguaje en general, ha sido el filtro con el que yo puedo estar de algún modo de cara al mundo. Lo descubrí muy pronto, de niño.
¿Está la escritura íntimamente ligada a la lectura?
Claro. Yo creo que somos no lo que escribimos, sino lo que leemos. Todo escritor es un lector, un lector que luego se desmanda y hace esa osadía que es escribir él también. No concibo a alguien que escriba y que tenga una idea de la lectura trivial o sin profundidad. Sí creo que la lectura y la escritura están íntimamente ligadas.
Usted ha ejercido de profesor durante muchos años, ¿cuál cree que es la clave para despertar a los jóvenes la pasión por la lectura?
Esta pregunta me la he hecho muchas veces y la he intentado resolver modestamente. Yo siempre digo que en los centros de enseñanza no se enseña a amar la lectura o la poesía. Se dan datos. Yo creo que habría que darle un revolcón a la enseñanza en este sentido y tratar de olvidarse de palabras como competitividad, saber, o acumulación de datos. Los alumnos, niños y adolescentes, deberían saber que tienen que amar, amar la música, amar la lengua, amar el arte. Esto no se cumple en las enseñanzas. Tenemos un sistema curricular basado en la competencia y en la productividad, si se gana o no dinero. Eso no debería ser la enseñanza. La clave es presentarles a los alumnos las lecturas como parte de la vida. Yo solía llevar poemas de quien fuera y lo que hacía era leerlo y luego dejaba unas fotocopias, pero nunca obligaba. Aquello tenía cierto efecto. Después he descubierto que algún alumno plastificó algún poema, y me decía “me sirvió para la vida”. Nadie escribimos para aprobar la selectividad, escribimos para acompañar a la gente y decir que vamos todos juntos en este viaje tan incierto que es la vida, y yo me atrevo a poner unas palabras que os puedan escoltar. Habría que enfocar la escritura de ese modo en la enseñanza.
¿Qué sabor de boca le deja su paso por la enseñanza?
Si yo volviera a vivir, volvería a ser profesor. Para mí es importantísimo. Una de las claves de estar tranquilo en esta fase de mi vida es que mi trabajo tuvo sentido. Me parece muy hermoso. El transmitir el saber lo que otros te han enseñado a ti, como una antorcha, el ponerlo en manos de los adolescentes me parece una de las razones más importantes que hay para dignificar el trabajo como servicio. Me deja un sabor de boca muy bueno. Por eso hay que intentar que los institutos no se conviertan en oficinas. Desde hace un tiempo estamos viviendo la burocratización de la enseñanza, esto se ha convertido en un carrusel de estadísticas. Todo eso desnaturaliza el sentido de la enseñanza. Eso es lo que está sucediendo ahora, y tiene un peligro tremendo. Yo me he encontrado con compañeros que no eran un profesor, sino un oficinista. En este oficio sí que se exige un poco de entrega, porque la necesitan los alumnos.
Usted comenzó su andadura literaria con obra poética. Cómo diría Bécquer, ¿qué es poesía?
La poesía es estar cerca de todas las cosas y cantar. Es presentar la vida de otra manera a los demás. Darse cuenta de que todo tiene importancia y todo tiene sentido, no solo aquello que estaba previsto que lo tuviera. Estar cerca de lo humilde, de lo inadvertido, reparar en un suceso que parecía que no tenía ninguna trascendencia, pero que tú estás convencido de que sí la tiene. Todo eso es poesía. Poesía no es retórica ni un ejercicio de habilidad. Poesía es una actitud, y esa actitud es estar cerca de las cosas y de los seres con la condición de que son dignos de cantar y tú lo intentas.
En su obra, además de poesía, podemos encontrar novela, ensayo… ¿Tiene algún género por el que sienta especial predilección?
Más que predilección, porque uno no elige como va a escribir algo, yo creo que estoy más cerca de la poesía. Incluso las narraciones que he podido hacer están todas empapadas de eso que se llama una atmósfera poética, que no quiere decir que tengas que utilizar un lenguaje relamido. Yo ya he dicho que no soy novelista, novelista es alguien que termina una historia y está pensando en otra. Yo soy de los que me quedo quieto, y cuando hay algo que parece que él por su cuenta te va poseyendo, te empiezan a sonar de otra manera las palabras, y te das cuenta de que el lenguaje viene a por ti. Ahí es donde estoy, y casi siempre es poesía.
Usted es de Zamora, pero al igual que le pasa ahora a la mayoría de nuestros jóvenes, se marchó pronto, y nunca regresó, más que de visita. ¿Sigue siendo Zamora en el fondo la misma?
En cierto sentido sí. Hay un poso en la mentalidad de lo zamorano, que no digo que se mantenga, pero me doy cuenta de que hay pocos cambios en cierta mentalidad zamorana. Veía el otro día con estupor el cartel anunciador de un Encuentro Internacional de Capellanes y Sacerdotes Taurinos. Esas cosas, obviamente subvencionado con dinero público, no las encuentras en cualquier sitio. Quiero suponer que la sociedad ha cambiado. Lo que ocurre es que los jóvenes se van, y casi ninguno vuelve. Entonces ese motor de recambio que debería uno ver, no lo encuentra con facilidad. Hay una paradoja que es que en los años 80 empezó el despertar de las Universidades, que era algo que tenía que tener cada capital, pero la naturaleza de muchas de esas carreras supone que terminas la carrera y no hay tejido para que tú te quedes aquí. Por una parte, te formas aquí, con cierta facilidad, y en el momento en el que terminas te tienes que ir. Esto se está repitiendo. Nos hemos ido y la gente se sigue yendo. Entonces no hay ese alma joven con movimientos suficientemente distintivos de lo anterior.
¿Cómo de importante son las raíces en la obra de cualquier autor?
Son todo. De eso te vas dando cuenta. Uno, muchas veces, se va echando pestes. Huyes de muchas cosas, quieres una autonomía, y estás harto de decir adiós por Santa Clara. Pero cuando uno se va de su sitio, de su origen, se produce que te das cuenta con mucha más concreción de cómo era tu ciudad, para lo bueno y para lo malo. Yo creo que siempre hay que comparar, si te quedas aquí no conoces nada más. A mí ahora me gusta mucho venir a Zamora. Es verdad que tengo una resonancia emocional fuerte porque se nos han ido amigos, y yo cuando paseo por el río me acuerdo de que yo he estado con Claudio, con Tundidor, José Ignacio Primo, y entonces la ciudad se empaña de algo que trasciende. Te das cuenta de que tienes que vincular lo que estás viendo a personas que ya no están. La niñez es la patria del hombre, decía Rilke, y es cierto. Es como el disco duro, todo lo demás puede cambiar, pero eso lo vas a ver siempre, hasta en tus recuerdos.
¿Qué significa Zamora para usted?
Es mi ciudad, mi pequeña y pudorosa ciudad. Y procuro hablar de ella como un hijo tiene que hablar de su ciudad. Aunque sea muy crítico, pero hablo con amor. Para mí Zamora es mi infancia, mi familia, mis amigos, mis amores. Lo que fue mi vida hasta que me fui a los 17 años. No reniego de Zamora, no quiere decir que la acepte como es, pero es mi ciudad y la defiendo. Yo vivo en León y yo defiendo mucho a Zamora. Yo soy zamorano.
¿Es la escritura una terapia de desahogo y de desconexión?
En primera instancia no. Uno no escribe para desahogarse. La escritura es un proceso un poco misterioso donde yo creo que convergen una necesidad, un placer y una sensación de incertidumbre. Uno no sabe nunca ni qué está escribiendo, ni para qué, ni para quién. No hay objetivos. Bueno, hablo de mí. Sé que los profesionales, los grandes autores, yo sé que sí, se convierten un poco en productores que tras escribir algo de mucho éxito la editorial les exige más. Eso se aparta un poco del sentido que puede tener la escritura para mí. La escritura es un espacio sin certezas donde uno entra con palabras y con sentimientos y donde muchas veces no sabes lo que estás haciendo. Cuando uno edita un libro, ese gesto de editar un libro, más que una presunción, es un “decidme que quise decir”. Al final los libros los escribimos entre todos.
Ganó el premio de la Crítica de Castilla y León en 2019 con su novela Años de mayor cuantía, y XI premio de novela Ciudad de Salamanca en 2006 por Calle Feria. ¿Qué significan los reconocimientos para usted?
Si te vienen, pues estupendo. El de la Ciudad de Salamanca me presenté sin mucha fe con Calle Feria, que tardé 20 años en escribir, y me presenté porque me la habían rechazado en editoriales. Los reconocimientos hay que agradecerlos. Otra cosa es ser un cazador de recompensas, yo nunca lo he sido, aunque no lo critico. Lo bueno de los reconocimientos es que permiten dar más visibilidad a lo que has hecho.
Ahora con internet las opiniones del lector están al alcance de todos. No sé si revisa las opiniones de sus publicaciones, y cómo cree que puede influir eso en la creación de cualquier autor, y en concreto de la suya.
Esa fosa séptica se ha convertido en un mercado de opiniones. Yo he visto de todo, incluso algunas ofensivas porque se amparan en el anonimato. Yo a todo eso no le hago caso. Le hago caso a los encuentros con los lectores. Esos encuentros cara a cara me interesan mucho. Porque existe la respuesta rápida, la pregunta rápida sobre la pregunta de él. Como decía San Juan de la Cruz, la presencia y la figura son obligatorias, todo lo demás no es que no me interese, porque tiene sus ventajas el mundo digital, pero un foro fiable de opinión no es. En cambio, me interesa mucho más estar con los lectores que con los críticos. Todo eso me preocupa menos. Uno no escribe ni para los críticos ni para los medios, uno escribe para los lectores, para estar cerca de la gente.
Un libro que recomiende
Yo recomiendo siempre La Celestina, nunca me ha fallado. Como profesor, dando clase, la primera reacción de los alumnos era de “vaya rollo”. Pero en La Celestina está la vida entera, traiciones, ambición, superstición, satanismo, sexo, amor, codicia. Y nunca falló La Celestina, pero leída en clase entre todos. Vas guiando. Por ejemplo, en el acto octavo hay un parlamento de una mujer, Areusa, una prostituta, que es el primer parlamento que hay sobre la independencia de las mujeres. Es algo fascinante. Dice “yo no he nacido para servir a otra, prefiero esto”. y yo eso se lo hacía leer a alguna alumna, pero interpretando. Ellos se iban dando cuenta de que en esa obra había mucho de lo que sigue perviviendo hoy en día, porque está en la condición humana.
Un autor que le haya marcado
Claudio Rodríguez.
Y un libro al que regrese siempre
La Isla del Tesoro. Yo he sido un lector todos los años de La Isla del Tesoro. En verano me la llevaba a la playa y volvía con arena. En la Isla del Tesoro aprendí la capacidad de fabulación y de imaginación que se podía tener, y una galería de personajes, empezando por el protagonista, que eran la vida misma. Esa sucesión de aventuras y de reacciones humanas me sigue pudiendo. Si tuviera que ir a una isla llevaría La Isla del Tesoro.

El escritor zamorano, Tomás Sánchez Santiago, nos muestra su último libro editado El que menos sabe, “una especie de combate entre lo que uno piensa, lo que uno desea y las experiencias”, con el que se encuentra “tranquilo, por lo que ha podido hacer”.
Sánchez Santiago se fue de Zamora muy joven, con 17 años, como le continúa pasando a muchos de los nuestros, que nunca vuelven, o al menos de manera definitiva. Él se instaló en la vecina León, y regresa a Zamora solo de visita. En su último paso por nuestra ciudad hemos tenido la suerte de que nos atienda, y de mantener con él una sosegada y sincera conversación sobre su obra, nuestra ciudad, la lectura y la escritura. Sus palabras, esas mismas que a él ya le llamaban la atención desde niño, nos han acompañado en una agradable mañana de reflexiones y certezas. Una pequeña charla, que al igual que su obra, Tomás ha empapado de una atmósfera poética tan gratificante como inmensa.
¿A qué edad descubrió la escritura?
Yo era un alumno de aquellos a los que le gustaba hacer redacciones, me parecía que aquello era importante. Tenía ya entonces una relación intensa con el lenguaje. A mí las palabras me han llamado mucho la atención desde siempre. Algunas palabras me provocaban algo. La escritura, y el lenguaje en general, ha sido el filtro con el que yo puedo estar de algún modo de cara al mundo. Lo descubrí muy pronto, de niño.
¿Está la escritura íntimamente ligada a la lectura?
Claro. Yo creo que somos no lo que escribimos, sino lo que leemos. Todo escritor es un lector, un lector que luego se desmanda y hace esa osadía que es escribir él también. No concibo a alguien que escriba y que tenga una idea de la lectura trivial o sin profundidad. Sí creo que la lectura y la escritura están íntimamente ligadas.
Usted ha ejercido de profesor durante muchos años, ¿cuál cree que es la clave para despertar a los jóvenes la pasión por la lectura?
Esta pregunta me la he hecho muchas veces y la he intentado resolver modestamente. Yo siempre digo que en los centros de enseñanza no se enseña a amar la lectura o la poesía. Se dan datos. Yo creo que habría que darle un revolcón a la enseñanza en este sentido y tratar de olvidarse de palabras como competitividad, saber, o acumulación de datos. Los alumnos, niños y adolescentes, deberían saber que tienen que amar, amar la música, amar la lengua, amar el arte. Esto no se cumple en las enseñanzas. Tenemos un sistema curricular basado en la competencia y en la productividad, si se gana o no dinero. Eso no debería ser la enseñanza. La clave es presentarles a los alumnos las lecturas como parte de la vida. Yo solía llevar poemas de quien fuera y lo que hacía era leerlo y luego dejaba unas fotocopias, pero nunca obligaba. Aquello tenía cierto efecto. Después he descubierto que algún alumno plastificó algún poema, y me decía “me sirvió para la vida”. Nadie escribimos para aprobar la selectividad, escribimos para acompañar a la gente y decir que vamos todos juntos en este viaje tan incierto que es la vida, y yo me atrevo a poner unas palabras que os puedan escoltar. Habría que enfocar la escritura de ese modo en la enseñanza.
¿Qué sabor de boca le deja su paso por la enseñanza?
Si yo volviera a vivir, volvería a ser profesor. Para mí es importantísimo. Una de las claves de estar tranquilo en esta fase de mi vida es que mi trabajo tuvo sentido. Me parece muy hermoso. El transmitir el saber lo que otros te han enseñado a ti, como una antorcha, el ponerlo en manos de los adolescentes me parece una de las razones más importantes que hay para dignificar el trabajo como servicio. Me deja un sabor de boca muy bueno. Por eso hay que intentar que los institutos no se conviertan en oficinas. Desde hace un tiempo estamos viviendo la burocratización de la enseñanza, esto se ha convertido en un carrusel de estadísticas. Todo eso desnaturaliza el sentido de la enseñanza. Eso es lo que está sucediendo ahora, y tiene un peligro tremendo. Yo me he encontrado con compañeros que no eran un profesor, sino un oficinista. En este oficio sí que se exige un poco de entrega, porque la necesitan los alumnos.
Usted comenzó su andadura literaria con obra poética. Cómo diría Bécquer, ¿qué es poesía?
La poesía es estar cerca de todas las cosas y cantar. Es presentar la vida de otra manera a los demás. Darse cuenta de que todo tiene importancia y todo tiene sentido, no solo aquello que estaba previsto que lo tuviera. Estar cerca de lo humilde, de lo inadvertido, reparar en un suceso que parecía que no tenía ninguna trascendencia, pero que tú estás convencido de que sí la tiene. Todo eso es poesía. Poesía no es retórica ni un ejercicio de habilidad. Poesía es una actitud, y esa actitud es estar cerca de las cosas y de los seres con la condición de que son dignos de cantar y tú lo intentas.
En su obra, además de poesía, podemos encontrar novela, ensayo… ¿Tiene algún género por el que sienta especial predilección?
Más que predilección, porque uno no elige como va a escribir algo, yo creo que estoy más cerca de la poesía. Incluso las narraciones que he podido hacer están todas empapadas de eso que se llama una atmósfera poética, que no quiere decir que tengas que utilizar un lenguaje relamido. Yo ya he dicho que no soy novelista, novelista es alguien que termina una historia y está pensando en otra. Yo soy de los que me quedo quieto, y cuando hay algo que parece que él por su cuenta te va poseyendo, te empiezan a sonar de otra manera las palabras, y te das cuenta de que el lenguaje viene a por ti. Ahí es donde estoy, y casi siempre es poesía.
Usted es de Zamora, pero al igual que le pasa ahora a la mayoría de nuestros jóvenes, se marchó pronto, y nunca regresó, más que de visita. ¿Sigue siendo Zamora en el fondo la misma?
En cierto sentido sí. Hay un poso en la mentalidad de lo zamorano, que no digo que se mantenga, pero me doy cuenta de que hay pocos cambios en cierta mentalidad zamorana. Veía el otro día con estupor el cartel anunciador de un Encuentro Internacional de Capellanes y Sacerdotes Taurinos. Esas cosas, obviamente subvencionado con dinero público, no las encuentras en cualquier sitio. Quiero suponer que la sociedad ha cambiado. Lo que ocurre es que los jóvenes se van, y casi ninguno vuelve. Entonces ese motor de recambio que debería uno ver, no lo encuentra con facilidad. Hay una paradoja que es que en los años 80 empezó el despertar de las Universidades, que era algo que tenía que tener cada capital, pero la naturaleza de muchas de esas carreras supone que terminas la carrera y no hay tejido para que tú te quedes aquí. Por una parte, te formas aquí, con cierta facilidad, y en el momento en el que terminas te tienes que ir. Esto se está repitiendo. Nos hemos ido y la gente se sigue yendo. Entonces no hay ese alma joven con movimientos suficientemente distintivos de lo anterior.
¿Cómo de importante son las raíces en la obra de cualquier autor?
Son todo. De eso te vas dando cuenta. Uno, muchas veces, se va echando pestes. Huyes de muchas cosas, quieres una autonomía, y estás harto de decir adiós por Santa Clara. Pero cuando uno se va de su sitio, de su origen, se produce que te das cuenta con mucha más concreción de cómo era tu ciudad, para lo bueno y para lo malo. Yo creo que siempre hay que comparar, si te quedas aquí no conoces nada más. A mí ahora me gusta mucho venir a Zamora. Es verdad que tengo una resonancia emocional fuerte porque se nos han ido amigos, y yo cuando paseo por el río me acuerdo de que yo he estado con Claudio, con Tundidor, José Ignacio Primo, y entonces la ciudad se empaña de algo que trasciende. Te das cuenta de que tienes que vincular lo que estás viendo a personas que ya no están. La niñez es la patria del hombre, decía Rilke, y es cierto. Es como el disco duro, todo lo demás puede cambiar, pero eso lo vas a ver siempre, hasta en tus recuerdos.
¿Qué significa Zamora para usted?
Es mi ciudad, mi pequeña y pudorosa ciudad. Y procuro hablar de ella como un hijo tiene que hablar de su ciudad. Aunque sea muy crítico, pero hablo con amor. Para mí Zamora es mi infancia, mi familia, mis amigos, mis amores. Lo que fue mi vida hasta que me fui a los 17 años. No reniego de Zamora, no quiere decir que la acepte como es, pero es mi ciudad y la defiendo. Yo vivo en León y yo defiendo mucho a Zamora. Yo soy zamorano.
¿Es la escritura una terapia de desahogo y de desconexión?
En primera instancia no. Uno no escribe para desahogarse. La escritura es un proceso un poco misterioso donde yo creo que convergen una necesidad, un placer y una sensación de incertidumbre. Uno no sabe nunca ni qué está escribiendo, ni para qué, ni para quién. No hay objetivos. Bueno, hablo de mí. Sé que los profesionales, los grandes autores, yo sé que sí, se convierten un poco en productores que tras escribir algo de mucho éxito la editorial les exige más. Eso se aparta un poco del sentido que puede tener la escritura para mí. La escritura es un espacio sin certezas donde uno entra con palabras y con sentimientos y donde muchas veces no sabes lo que estás haciendo. Cuando uno edita un libro, ese gesto de editar un libro, más que una presunción, es un “decidme que quise decir”. Al final los libros los escribimos entre todos.
Ganó el premio de la Crítica de Castilla y León en 2019 con su novela Años de mayor cuantía, y XI premio de novela Ciudad de Salamanca en 2006 por Calle Feria. ¿Qué significan los reconocimientos para usted?
Si te vienen, pues estupendo. El de la Ciudad de Salamanca me presenté sin mucha fe con Calle Feria, que tardé 20 años en escribir, y me presenté porque me la habían rechazado en editoriales. Los reconocimientos hay que agradecerlos. Otra cosa es ser un cazador de recompensas, yo nunca lo he sido, aunque no lo critico. Lo bueno de los reconocimientos es que permiten dar más visibilidad a lo que has hecho.
Ahora con internet las opiniones del lector están al alcance de todos. No sé si revisa las opiniones de sus publicaciones, y cómo cree que puede influir eso en la creación de cualquier autor, y en concreto de la suya.
Esa fosa séptica se ha convertido en un mercado de opiniones. Yo he visto de todo, incluso algunas ofensivas porque se amparan en el anonimato. Yo a todo eso no le hago caso. Le hago caso a los encuentros con los lectores. Esos encuentros cara a cara me interesan mucho. Porque existe la respuesta rápida, la pregunta rápida sobre la pregunta de él. Como decía San Juan de la Cruz, la presencia y la figura son obligatorias, todo lo demás no es que no me interese, porque tiene sus ventajas el mundo digital, pero un foro fiable de opinión no es. En cambio, me interesa mucho más estar con los lectores que con los críticos. Todo eso me preocupa menos. Uno no escribe ni para los críticos ni para los medios, uno escribe para los lectores, para estar cerca de la gente.
Un libro que recomiende
Yo recomiendo siempre La Celestina, nunca me ha fallado. Como profesor, dando clase, la primera reacción de los alumnos era de “vaya rollo”. Pero en La Celestina está la vida entera, traiciones, ambición, superstición, satanismo, sexo, amor, codicia. Y nunca falló La Celestina, pero leída en clase entre todos. Vas guiando. Por ejemplo, en el acto octavo hay un parlamento de una mujer, Areusa, una prostituta, que es el primer parlamento que hay sobre la independencia de las mujeres. Es algo fascinante. Dice “yo no he nacido para servir a otra, prefiero esto”. y yo eso se lo hacía leer a alguna alumna, pero interpretando. Ellos se iban dando cuenta de que en esa obra había mucho de lo que sigue perviviendo hoy en día, porque está en la condición humana.
Un autor que le haya marcado
Claudio Rodríguez.
Y un libro al que regrese siempre
La Isla del Tesoro. Yo he sido un lector todos los años de La Isla del Tesoro. En verano me la llevaba a la playa y volvía con arena. En la Isla del Tesoro aprendí la capacidad de fabulación y de imaginación que se podía tener, y una galería de personajes, empezando por el protagonista, que eran la vida misma. Esa sucesión de aventuras y de reacciones humanas me sigue pudiendo. Si tuviera que ir a una isla llevaría La Isla del Tesoro.
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