Jueves, 25 de Diciembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 08 de Mayo de 2024
REFLEXIONES

La envidia, esa enfermedad del alma que te envenena la vida

La envidia es una enfermedad del alma incurable. Los envidiosos, hombres y mujeres, odian a todas aquellas personas que poseen lo que ellos no tienen. El envidioso, en esencia, se odia a sí mismo porque le disgusta su físico, su poca capacidad intelectual, su falta de talento, su vulgaridad. Y, como rechazo a sus carencias psíquicas y físicas, proyecta su inquina hacia aquellos y aquellas que, a su juicio, son gente hermosa, inteligente, con clase.

 

Cuando el envidioso habita en una pequeña ciudad, donde se conoce todo quisque, en la que vive el prójimo que despierta sus celos, y tiene poder, buscará cualquier fórmula para acabar con su buen nombre. En ciudades como la nuestra, no se aceptan las diferencias, ni la personalidad, ni la distinción, virtudes que desatan el rencor entre los mediocres. Se exige, por parte de la ineptocracia, formar parte del vulgo: no pienses, no exijas, no te preguntes, no filosofes y acepta cómo te viene la vida y la deriva de las cosas. Si Zamora mengua, no pasa nada, porque será su sino; Zamora es lo que es y no puede ser de otra manera. Pensamiento ultra conservador. Si Zamora se despuebla, tampoco pasa nada, porque así lo enseña la demografía. Si Zamora pierde comercio, autónomos, emprendedores, sin problemas, porque el futuro de las ciudades pequeñas demanda elegir entre quedarse, los mayores, los que tienen la vida hecha, o tomar el camino del pueblo hebreo: marcharse a buscar la tierra prometida lejos de los límites provinciales.

 

Esa especial forma de pensar es propia del envidioso, del intolerable, del que odia lo mejor y se enfanga en lo peor; ese tipo de personal que alcanza un orgasmo de emociones cuando el prójimo fracasa en su negocio, profesión, en su relación amorosa, mucha más que si él mismo logra éxitos extraordinarios. Se goza más, pues, por el fiasco del paisano que por asir la gloria propia.

 

Zamora no es que sea el paradigma de la envidia, de la mediocridad y de la vulgaridad; sino que es más chica, cada día que se nos va, más diminuta, más nada y menos pujante. Somos tan poquitos que se cree que nos conocemos todos. En absoluto. Yo soy doctor en mis defectos. Conozco, mejor que cualquier malandrín de esos cuatro que me odian, pura envidia, cuáles son mis fallas y mis taras.

 

Los que nunca me trataron jamás sabrán ni cuáles son mis virtudes, si las tuviese, ni mis faltas. No obstante, jamás la envidia formó parte de los pecados de mi alma. No sé cómo se envidia. Solo sé que los envidiosos nunca fueron, ni son, ni serán felices, porque su odio lo llevan dentro, porque se odian a sí mismos. La envidia te envenena la vida y nunca permitirá disfrutar de la belleza, del talento, de la cultura y de la inteligencia ajenas. Yo solo se amar a los que son mejores que yo en todo e ignorar a los que se mueren de envidia. 

 

Eugenio-Jesús de Ávila

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