A nuestra Zamora nunca llega el tren del progreso

Zamora, capital de una provincia esencialmente agropecuaria, nunca se enganchó al desarrollo industrial. Las empresas boyantes zamoranas se relacionan con la transformación de nuestras materias primas. Reconozco su pujanza, pero también su excepcionalidad. Escribo sobre este particular para retratar nuestra sociedad.

Si nos fijamos, las calles más importantes de Zamora tienen nombres religiosos: Santa Clara, San Torcuato, San Pablo, San Andrés, avenida de las Tres Cruces y calle de La Amargura. Las fiestas más celebradas también son religiosas: Semana Santa, Navidad y Virgen de la Concha.

Zamora, para reconocerse, para asirse al futuro, regresa al pasado, a las tradiciones, que son religiosas, porque ese es el vínculo que nos une como sociedad. Aquí no se cree mucho. No es un pueblo con fe. Cada vez acude menos gente a las misas de los domingos, a las celebraciones entre los muros de los templos católicos. Pero las rúas se abarrotan con procesiones y traslados. Se diría que se cree por necesidad, para que todo siga igual que siempre. Lampedusa. Caciquismo, nepotismo, mediocridad. La falta de una industrialización poderosa impidió un cambio de mentalidad, una transformación cultural, otra manera de pensar.

Coronaciones de vírgenes, romerías, festividades de la Iglesia conforman las tradiciones de una geografía que galopa hacia el pasado más retrógrado, reaccionario y atrasado. Mientras Zamora no progrese industrialmente, su manera de comportarse radicará en la fe como vínculo con lo que fue y ya no es ni será. Esta tierra cree, como he escrito, a su manera, porque, ha tiempo, deje de esperar a que llegase a nuestra estación el tren del progreso.

Eugenio-Jesús de Ávila