Domingo, 14 de Septiembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Martes, 14 de Mayo de 2024
COSAS MÍAS

Embellecer Zamora nos hace mejores personas

Desafié al viento y a la lluvia para buscar nubes esta tarde del 14 de mayo. Eolo me empujó como si anhelase verme sobre la tierra de la margen derecha del Duero. Estratos amagaron con descargar agua sobre la ciudad, sola y silente, a la hora lorquiana, la de Ignacio Sánchez Mejías. Algunas gotas acariciaron mis zapatillas de cinco leguas, pero no me impidieron disfrutar de la belleza de las nubes, versos de la atmósfera, que riman en asonante entre nimbos y cúmulos.

 

Después de acompañar al río, trepé por la Cuesta del Obispo para cruzar la Puerta Óptima, pero antes de dar la espalda a las nubes, capté imágenes muy hermosas. Cuando me dirigía a la Puerta de la Lealtad, tanto tiempo conocida por la de la Traición, me cruce con un grupo de turistas. En ese momento, la hermosa arboleda, con los cipreses presumiendo de estatura y fina cintura, parecía desafiar a los nimbo-estratos para que humedeciesen sus verdes hojas, ahora que la clorofila debate con la fotosíntesis.

 

Y abrí un diálogo entre mi cerebro y mi corazón, entre lo que es y pudo ser, queriendo convertirme en una persona que conoce Zamora por primera vez. Mi alma zamorana, enamorada de mi ciudad, piensa que pisar la historia desde el Sillón de Doña Urraca para subir por el camino que Bellido Dolfos, cabalgando, hacia la Puerta de la Lealtad, para descubrir el recinto que vigilan Catedral y Castillo, te toca muy adentro hasta la partitura que escribe la sensibilidad. Más si, además, las cigüeñas, que anidan en el Carmen de San Isidoro, crotorean con fuerza a mi paso.

 

Confieso que, aunque estoy acostumbrado a paladear Zamora, siempre descubro nuevos sabores en su historia, en su patrimonio monumental, en su naturaleza. Pasear por los jardines del parque que lleva el nombre del genio de Tierra de Campos, el rey Baltasar de la escultura, me acerca a la bonhomía; sí, me transforma en un varón que no envidia, que no odia, que solo ama, que alcanza éxtasis oyendo trinos de avecillas, el debate entre el viento y las ramas de los árboles, o suspira con la sensual cúpula de la Seo o la memoria de piedra de la Torre del Homenaje del Castillo.

 

La belleza nos arranca animadversión y antipatía hacia el prójimo. La gente que ama el arte no envidia, porque la hermosura enamora y te abre el espíritu, te convierte en mejor persona, más sensible, en un ser más cercano a la ternura y alejado del rencor.

 

Nuestra Zamora, la que todavía conserva el legado de los siglos, también es una ciudad bella, y, por lo tanto, vivirla y sentirla debería provocarnos una metamorfosis interior que contribuyera a engrandecerla, a desarrollarla; pulir, por su puesto, esos defectos urbanísticos y eliminar a los badulaques que la manchan con sus micciones, escupitajos y garabatos su historia. Porque sé que embellecer nuestra ciudad nos hará mejores personas.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

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