El estudiante

La casa era algo húmeda y la llegada de la primavera apremiaba salir de allí para recibir los tibios rayos de sol que acariciaran su cuerpo. Era un muchacho joven, centroeuropeo, que recaló en esta urbe zamorana, atraído por su románico para hacer su tesis doctoral estudiando in situ cada iglesia, cada piedra y cada rincón de esta ciudad que siempre le había fascinado. Como no disponía de posibles, alquiló una habitación en un piso compartido con otras dos personas, en una zona céntrica, que le permitiera ir caminando a todos los escenarios; de ese modo ahorraba en transporte y tiempo. Era frecuente verlo a cualquier hora deambulando por las calles con su enorme mochila; era corpulento y portaba su rubio cabello largo recogido en una coleta. A cada momento, sacaba su cámara y fotografiaba una esquina, un contrafuerte, bóvedas, arbotantes, arcos y naves; después escribía sus anotaciones y las guardaba en una enorme carpeta dentro de la mochila. A la hora de comer, un bocadillo y un refresco comprados de camino le servían de almuerzo, mientras contemplaba el precioso cielo turquesa que caracteriza a nuestra ciudad. De este modo, trabajó durante meses, hasta que un día desapareció y nunca más se supo de su suerte. 

Transcurridos varios meses, cuando todos habían olvidado a aquel muchacho, apareció su fotografía en un periódico nacional, junto con la noticia de un premio de reconocido prestigio concedido a aquel joven que no se olvidó de resaltar la importancia de la ciudad de Zamora por el inapreciable tesoro de su románico.