Sábado, 08 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 09 de Junio de 2024
ZAMORANA

El regalo de una historia

[Img #89439]Muchas mañanas se la ve en el viejo cementerio del pueblo, unas veces sentada ante la tumba de sus padres, y otras paseando entre las sepulturas y tomando notas para comprobar después la genealogía de los que allí residen, cuyos lazos se extienden a través de varias generaciones y llegan hasta ella misma. Aunque no tiene hijos a quien legar la historia de ese linaje, se ha comprometido con su sobrina-nieta, adolescente y preguntona, a recuperar la memoria de su familia.

 

Se embarcó en ese proyecto hace años, con idea de estudiar la vida de sus antepasados; le llevó muchos años ir desglosando historias de matrimonios, hijos, defunciones, familias que llevaban los mismos apellidos… porque ya se sabe que en un pueblo casi todos son parientes. Por aquel entonces se recuperaba de una lesión que le obligó a llevar reposo, y nada mejor que desempolvar aquellos recuerdos que llenaban una vieja caja de zapatos y poner en orden recordatorios, postales, esquelas, tarjetas de comuniones y bautizos…un batiburrillo que empezó a tomar forma cuando fue esparciendo aquel material por el suelo en montoncitos y letreros como punto de partida.

 

A partir de entonces la tarea se le antojó tan ardua que no sabía cómo abordarla. Había tomado múltiples datos, pero en algunas ocasiones, era una especie de puzle al que le faltaban piezas; así que decidió hacer dos grandes grupos: su línea materna, por un lado, y la paterna por otro; de ese modo aquel caos empezaría a tomar forma. Los meses de obligado reposo fueron decisivos para, con ayuda del ordenador, hacer diferentes esquemas que enlazaría o completaría según fueran apareciendo más documentos.

 

Al cabo de varios meses, ya había formado un árbol genealógico que se remontaba hasta la quinta generación. Cuando se repuso, aprovechaba las vacaciones en el trabajo para visitar el cementerio y tomar notas de apellidos o fechas que luego completaban su árbol; no obstante, a pesar de aquel enorme esfuerzo, quiso investigar los lazos que unían a su familia con el resto de vecinos del pueblo que eran primos segundos, terceros…. Aquella era una tarea ingente aún para lo pequeño de la villa; sin embargo, la fuente de datos que le proporcionaría toda la información que le faltaba era el cementerio. Allí reposaban los antepasados desde hacía generaciones, porque antes los habitantes de los pueblos, nacían y morían en ellos.

 

Tuvo que esperar dos años más hasta que, llegada su jubilación, y con ella el tiempo libre, alquiló una casa que le posibilitara acercarse al camposanto tantas veces como necesitara; y allí la encontraban a cualquier hora, fotografiando datos de las sepulturas, o tomando notas.

 

Descubrió cosas muy interesantes que ahora cobraban sentido: chismorreos que escuchó de joven, mujeres con descendencias de varias relaciones diferentes, hijos ilegítimos y no reconocidos, familias castigadas por haberse enfrentado al cacique de turno, mujeres abnegadas que murieron solas porque tuvieron que cuidar a madres absorbentes y perdieron la juventud convirtiéndose en viejas marchitas; hombres que permanecieron solteros amando a mujeres casadas, e incluso algún sacerdote que se vio obligado a dejar los hábitos por un amor carnal que superó sus propios votos.

 

Cada día caminaba hasta la vieja necrópolis, solía encontrarse con alguien que la saludaba y se interesaba por su trabajo; echaban una parrafada amistosa y luego se dirigía a su labor. Tras varios meses, pudo dar por terminado su trabajo de investigación. Estaba pletórica porque ¡por fin! iba a hacerle el regalo a su sobrina sobre aquello que una vez hablaron ¡nada menos que la historia de sus raíces!

 

Aquella tarde, invitó a merendar a Carlota que por entonces era una joven que frisaba los veinte años, una niña guapa y despabilada que adoraba a su tía-abuela y que la sentía más cercana que a sus propias tías carnales. A ella le contaba sus pequeños secretos, le hacía preguntas, pedía consejo y se desahogaba en la seguridad de que sus confidencias nunca serían traicionadas.

 

La tía, por su parte, estaba orgullosa de ese cariño que despertaba su sentimiento maternal y quería a Carlota como a la hija que nunca tuvo. Tras un buen rato de charla y después de dar buena cuenta de un chocolate con pastas, se levantó regresando con un enorme portafolios forrado de terciopelo rojo; lo puso en manos de Carlota y le dijo:

 

“Todo lo que quieras saber de la historia de tus antepasados está aquí”

 

Abrió el cartapacio y allí estaban, en perfecto orden, escritas con diferentes colores las líneas paterna y materna que se iban desplegando a medida que se requería mayor información, como un libro móvil. La joven abrió solapas y pestañas, maravillada por aquel trabajo en cuyo final estaba su nombre seguido de puntos suspensivos.

 

“A partir de aquí empieza tu propia historia” -le dijo su tía- Tal vez, dentro de muchos años, una niña preguntona se interese por lo que ocurrió después de ti y solo tu podrás responderle. El trabajo previo lo tienes hecho”.

 

Carlota se arrojó sobre su tía en un abrazo interminable; después susurró un tímido: “gracias, nunca me regalará nadie algo tan especial y único”.

 

Cuando se fue con su preciada valija, supo que aquel iba a ser, sin duda, uno de los días más importantes de su vida.

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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