ZAMORANA
Animales de compañía
Mº Soledad Martín Turiño    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        Las enormes cigüeñas que han montado nido frente al ventanal constituyen mi mejor espectáculo en las tardes de canícula que no se puede respirar hasta bien avanzadas las horas, casi al anochecer. Ellas son un símbolo perfecto de resistencia; apenas se mueven de su enorme nidal donde conviven con dos cigoñinos que asoman las cabezas tímidamente haciendo notar su presencia. Los padres se turnan para acercarse al rio y llevarles alimento y, a veces, regresan sosteniendo con el pico una enorme presa como preciado manjar para compartir en familia.
 
Alrededor del formidable nido sobre uno de los salientes de la iglesia, revolotean palomas torcaces que huyen de algún gavilán al acecho; mirlos, urracas y gorriones; todos ellos bailan una desaforada danza que embelesa, incluso maravilla, por la velocidad de sus cabriolas y la habilidad para no chocar entre sí.
 
Además de estos animales, convivimos a diario con una enorme cantidad de seres minúsculos que se entrecruzan en nuestras vidas sin apenas notarlo; unos son invisibles y solo advertimos su presencia cuando entran en nuestro organismo ocasionando un daño: bacterias, virus, hongos; y otros son evidentes al ojo humano y perfectamente identificables: insectos, arañas, hormigas. En ambos casos se trata de seres que cohabitan en nuestro entorno; sin embargo, algunos de estos seres vivos, inevitablemente dejan su huella en el suelo y la piedra con sus corrosivas deposiciones para disgusto de autoridades y paseantes; y, por si esto no fuera suficiente, he observado también otro fenómeno cuya explicación me costó entender: se trata de una fina red de telarañas que anidan en las paredes de los edificios y templos en tal proliferación, que prácticamente forman una segunda pared. Como desconocía de qué se trataba, tuve que pasar un cepillo sobre la fachada para notar como se desprendían sin mayor inconveniente; el problema es que han colonizado las calles.
 
Resulta hermoso compartir espacio y vida con estos seres; hecho que conocemos bien los que hemos vivido en un pueblo, rodeados por animales domésticos: los cazadores cuyos perros son extensión de sí mismos, los agricultores o ganaderos que se sirven de ellos para su trabajo o como fuente de ingresos… pero en la ciudad pretendemos que todo sea más aséptico, que los pajarillos estén ahí agradándonos la vista…y es que ¡no todo puede ser bucólico y perfecto, los animales también tienen derecho a vivir, aunque incomoden los perjuicios que causan!  
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
Las enormes cigüeñas que han montado nido frente al ventanal constituyen mi mejor espectáculo en las tardes de canícula que no se puede respirar hasta bien avanzadas las horas, casi al anochecer. Ellas son un símbolo perfecto de resistencia; apenas se mueven de su enorme nidal donde conviven con dos cigoñinos que asoman las cabezas tímidamente haciendo notar su presencia. Los padres se turnan para acercarse al rio y llevarles alimento y, a veces, regresan sosteniendo con el pico una enorme presa como preciado manjar para compartir en familia.
Alrededor del formidable nido sobre uno de los salientes de la iglesia, revolotean palomas torcaces que huyen de algún gavilán al acecho; mirlos, urracas y gorriones; todos ellos bailan una desaforada danza que embelesa, incluso maravilla, por la velocidad de sus cabriolas y la habilidad para no chocar entre sí.
Además de estos animales, convivimos a diario con una enorme cantidad de seres minúsculos que se entrecruzan en nuestras vidas sin apenas notarlo; unos son invisibles y solo advertimos su presencia cuando entran en nuestro organismo ocasionando un daño: bacterias, virus, hongos; y otros son evidentes al ojo humano y perfectamente identificables: insectos, arañas, hormigas. En ambos casos se trata de seres que cohabitan en nuestro entorno; sin embargo, algunos de estos seres vivos, inevitablemente dejan su huella en el suelo y la piedra con sus corrosivas deposiciones para disgusto de autoridades y paseantes; y, por si esto no fuera suficiente, he observado también otro fenómeno cuya explicación me costó entender: se trata de una fina red de telarañas que anidan en las paredes de los edificios y templos en tal proliferación, que prácticamente forman una segunda pared. Como desconocía de qué se trataba, tuve que pasar un cepillo sobre la fachada para notar como se desprendían sin mayor inconveniente; el problema es que han colonizado las calles.
Resulta hermoso compartir espacio y vida con estos seres; hecho que conocemos bien los que hemos vivido en un pueblo, rodeados por animales domésticos: los cazadores cuyos perros son extensión de sí mismos, los agricultores o ganaderos que se sirven de ellos para su trabajo o como fuente de ingresos… pero en la ciudad pretendemos que todo sea más aséptico, que los pajarillos estén ahí agradándonos la vista…y es que ¡no todo puede ser bucólico y perfecto, los animales también tienen derecho a vivir, aunque incomoden los perjuicios que causan!




















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