ZAMORANA
libre
Mº Soledad Martín Turiño
Camina erguida, con la cabeza alta, sonriendo a quien se cruza con ella con una ligera inclinación de cabeza; se nota la felicidad en su rostro ahora algo marchito por la edad, pero iluminado por la alegría desbordante de sentirse libre. El hecho de salir o entrar a cualquier hora, de comer o dormir cuando siente la necesidad, sin someterse al riguroso horario que la martirizó durante tantos años, liberada al fin del reloj y el calendario que marcaban los días de su vida y residiendo en el lugar deseado desde niña y al que solo pudo acudir cuando las canas cubrían parte de su cabello, eran como muescas en la culata de su vida, como los días que se van tachando en una condena carcelaria.
Así había sido su existencia anterior, condicionada por viajes, horarios, trabajo incesante… una vida que le proporcionó la posición que ahora gozaba, a cambio de pagar el precio de vender su libertad. Ahora, sin pareja, sin hijos ni más familia que sí misma, unas cuantas amigas del alma y algún ocasional escarceo amoroso que se concedía para liberar su tensión, se sentía más plena que nunca. Gustaba de recorrer las calles sin rumbo; a veces se daba el capricho de entrar en una tienda y comprar la ropa que deseaba, lejos de la formalidad del consabido traje, o merendar aquellos dulces que siempre la frenaron por guardar la línea. Ya no quería someterse a ninguna regla que no fuera su propia comodidad, el gusto por hacer únicamente aquello que le apetecía, sin cadenas, libre.
Camina erguida, con la cabeza alta, sonriendo a quien se cruza con ella con una ligera inclinación de cabeza; se nota la felicidad en su rostro ahora algo marchito por la edad, pero iluminado por la alegría desbordante de sentirse libre. El hecho de salir o entrar a cualquier hora, de comer o dormir cuando siente la necesidad, sin someterse al riguroso horario que la martirizó durante tantos años, liberada al fin del reloj y el calendario que marcaban los días de su vida y residiendo en el lugar deseado desde niña y al que solo pudo acudir cuando las canas cubrían parte de su cabello, eran como muescas en la culata de su vida, como los días que se van tachando en una condena carcelaria.
Así había sido su existencia anterior, condicionada por viajes, horarios, trabajo incesante… una vida que le proporcionó la posición que ahora gozaba, a cambio de pagar el precio de vender su libertad. Ahora, sin pareja, sin hijos ni más familia que sí misma, unas cuantas amigas del alma y algún ocasional escarceo amoroso que se concedía para liberar su tensión, se sentía más plena que nunca. Gustaba de recorrer las calles sin rumbo; a veces se daba el capricho de entrar en una tienda y comprar la ropa que deseaba, lejos de la formalidad del consabido traje, o merendar aquellos dulces que siempre la frenaron por guardar la línea. Ya no quería someterse a ninguna regla que no fuera su propia comodidad, el gusto por hacer únicamente aquello que le apetecía, sin cadenas, libre.




















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